Una Promesa de Hermanos . Морган Райс
ice tiene el #1 en éxito de ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de once libros (y contando); de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspenso post-apocalíptica compuesta de dos libros (y contando); y de la nueva serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS. Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.
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«EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. Lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico».
–Books and Movie Reviews, Roberto Mattos
«Una entretenida fantasía épica».
–Kirkus Reviews
«Los inicion de algo extraordinario están ahí».
–San Francisco Book Review
«Lleno de acción…La obra de Rice es sólida y el argumento es intrigante».
–Publishers Weekly
«Una animada fantasía…Es sólo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para adultos jóvenes».
–-Midwest Book Review
Derechos Reservados © 2014 por Morgan Rice
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Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia.
Imagen de la cubierta Derechos reservados RazzoomGame, Utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.
CAPÍTULO UNO
Darius miró el puñal ensangrentado que tenía en la mano, al comandante del Imperio muerto a sus pies y se asombró de lo que acababa de hacer. Su mundo se ralentizó al mirar hacia arriba y ver las caras perplejas del ejército del Imperio desplegadas ante él, centenares de hombres en el horizonte, hombres de verdad, guerreros con armaduras de verdad y armas de verdad, veintenas de ellos montados en zertas. Hombres que nunca habían conocido la derrota.
Darius sabía que detrás de él estaban sus pocos centenares de miserables aldeanos, hombres y mujeres sin acero, sin armadura, enfrentándose solos a este ejército profesional. Le habían suplicado que se rindiera, que aceptara la mutilación; no querían una guerra que no podían ganar. No querían la muerte. Y Darius había querido complacerlos.
Pero en lo más profundo de su alma no podía. Sus manos habían actuado por sí solas, su espíritu se había rebelado por sí solo y no lo podría haber controlado si lo hubiera intentado. Era la parte más profunda de su ser, la parte que había estado oprimida durante toda su vida, la parte que ansía la libertad como un moribundo ansía beber agua.
Darius observó el mar de rostros, sintiéndose solo como nunca se había sentido y, sin embargo, sintiéndose más libre que nunca y su mundo dio vueltas. Se sentía fuera de sí mismo, mirando hacia él. Todo parecía surreal. Sabía que este era uno de aquellos momentos fundamentales en su vida. Sabía que este era un momento que lo cambiaría todo.
Aún así, Darius no se arrepentía de nada. Miró al comandante del Imperio muerto, el hombre que habría quitado la vida a Loti, que les habría quitado la vida a todos, que los hubiera mutilado a todos y tuvo una sensación de justicia. También se sentía envalentonado. Después de todo, un oficial del Imperio había caído. Y eso significaba que cualquier soldado del Imperio podía caer. Puede que fueran engalanados con las mejores armaduras, las mejores armas, pero sangraban como cualquier otro hombre. No eran invencibles.
Darius sintió una ráfaga de fuerza en su interior y se puso en acción antes de que los demás pudieran reacionar. A escasos metros estaba el pequeño séquito de oficiales del Imperio que habían acompañado a su comandante y estaban allí aturdidos, estaba claro que no habían esperado otra cosa que no fuera la rendición, que no habían esperado nunca que atacaran a su comandante.
Darius se aprovechó de su sorpresa. Se abalanzó hacia delante, desenfundó un puñal de su cintura, le cortó el cuello a uno, seguidamente dio una vuelta y, en el mismo movimiento, se lo clavó a otro.
Los dos lo miraron fijamente, con los ojos abiertos como platos, como incrédulos de que esto les pudiera pasar ellos, la sangre salía a borbotones de sus gargantas, mientras caían sobre sus rodillas, y a continuación se desplomaban, muertos.
Darius se preparó para lo peor, su atrevido movimiento lo había dejado vulnerable al ataque y uno de los oficiales se abalanzó hacia delante y apuntó con su espada de acero directo a su cabeza. En aquel momento Darius deseaba tener armadura, un escudo, una espada para parar el golpe, lo que fuera. Pero no era así. Había quedado vulnerable al ataque y, ahora, sabía que pagaría el precio. Al menos moriría como un hombre libre.
Un fuerte