Dos amigas frente al misterio. Martino De Carli

Dos amigas frente al misterio - Martino De Carli


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no logra ser realmente satisfactorio, porque todos, finalmente, buscamos un punto de síntesis que pueda permitirnos entrever el sentido último de nuestra existencia y el nexo que existe entre la vida y cada aspecto de la realidad2. El estudio no es solamente una preparación para el futuro, sino una aventura de conocimiento en el presente. Su verdadero motor oculto es la búsqueda de un significado último.

      A la luz de esto, comprendo que este texto no tiene principalmente el objetivo de ofrecer unas informaciones adicionales sobre el tema tratado o unas fáciles demostraciones frente a los desafíos planteados, sino de invitar a reflexionar críticamente sobre algunas dimensiones fundamentales de la vida y sobre el sentido de la misma existencia.

      Esta es también la actitud que puede permitir una amistad real entre la fe y la ciencia frente al misterio.

      PARTE I

      ¿Qué es el hombre?

      CAPÍTULO I

      "La primera y más elemental emoción que encontramos en el ánimo humano es la curiosidad. Lo grande y lo bello de la naturaleza despierta en nosotros una pasión que podemos definir como estupor”3. Esta frase del compositor alemán Franz Joseph Haydn [1732-1809] nos introduce en el tema de la maravilla. Hay características sugestivas de lo real que siempre nos asombran. Es difícil, por ejemplo, apagar la belleza de la naturaleza. Pienso en los árboles, en las flores, en los múltiples colores: especialmente el verde de los bosques y el azul de los océanos. Los hombres también son una realidad sumamente interesante, porque son como microcosmos en el macrocosmos. Su rostro es único e irrepetible e invita a entrar en el secreto de su propia existencia. Es la puerta a través de la cual el otro puede empezar a conocer algo de mí.

      El primer sentimiento que tiene el hombre es el de estar frente a una realidad que no es suya y de la cual depende. Antes del miedo que pueda tener frente a ella, del deseo de analizarla o de la intención de manipularla, sobresale el asombro. Descubre que la realidad es algo que lo trasciende y que se le ha dado. Es un don.

      Una actitud originaria

      Luigi Giussani propone un ejemplo clarificador a propósito del tema que estamos tratando. “Supongan que nazcan, que salgan del seno de su madre, con la edad que tienen en este momento, con el desarrollo y con la conciencia que tienen ahora. ¿Cuál sería el primer sentimiento que tendrían, el primero en absoluto, es decir, el primer factor de su reacción ante la realidad? Si yo abriera de par en par los ojos por primera vez en este instante, al salir del seno de mi madre, me vería dominado por el asombro y el estupor que provocarían en mí las cosas debido a su simple «presencia». Me invadiría por entero un sobresalto de estupefacción por esa presencia que expresamos en el vocabulario corriente con la palabra «cosa»”4.

      Por lo tanto, la actividad original del hombre consiste precisamente en una suerte de pasividad: recibir, constatar, reconocer.

      Un niño se asombra fácilmente. Tengo en la memoria la mirada de Marcelino, protagonista de la película española dirigida por Ladislao Vajda en 1955. En cambio, un adulto necesita reconquistar constantemente esta actitud originaria. Pero, cuando lo hace, la realidad se le presenta como algo nuevo, algo que adquiere los rasgos de un regalo inesperado. No es erróneo afirmar que sólo el asombro conoce. De hecho, antes de ponernos eventualmente a contar las estrellas, nos sorprende el simple hecho de que existen: “¡Mira las estrellas!”.

      Una actitud compartida

      Albert Einstein [1879-1955] dijo que la maravilla constituye la “semilla de todo arte y de toda ciencia verdadera”5. También afirmó que “el hombre […] que ha perdido la facultad de maravillarse y humillarse ante la creación, es como un hombre muerto”6. El científico italiano Carlo Rubbia [1934] en una conferencia del año 1987 afirmó que “cuando miramos un fenómeno físico determinado, por ejemplo una noche estrellada, nos sentimos profundamente conmovidos y sentimos dentro de nosotros un mensaje que nos viene de la naturaleza, que nos trasciende y nos domina”7.

      El arte comparte con la ciencia esta postura frente a las cosas. En una carta al hermano Theo, Vincent Van Gogh [1853-1890] escribe: “Siempre la vista de las estrellas me hace soñar, tan simplemente como me impulsan a soñar los puntos negros que presentan en el mapa ciudades y lugares”8.

      La filosofía es una suerte de retorno a la niñez del espíritu, por la cual cada cosa se vuelve signo, interrogante y novedad. El contenido de la filosofía es la realidad9. Como el descubrimiento de una amistad despierta en nosotros interrogantes, de la misma forma, la realidad suscita en el filósofo preguntas sobre la misteriosa y oculta armonía de lo real y sobre su sentido último. La filosofía brota allí donde los hombres se despiertan, como “un intento de formular y contestar preguntas de carácter fundamental”10.

      El novelista italiano Cesare Pavese [1908-1950], en la introducción a su libro Dialoghi con Leucó, escribió: “Sabemos que la manera más rápida y segura para asombrarnos consiste en mirar fijamente el mismo objeto. En un momento dado, nos parecerá que aquel objeto –¡milagro!– no lo hemos visto nunca”11. ¿No es esta misma admiración, según Aristóteles, el origen de la reflexión del filósofo?12.

      Realismo y subjetivismo

      El asombro ante la realidad, ante el dato de una presencia que se impone, pone de manifiesto la correcta relación entre el hombre y la realidad misma. Giussani, en la primera premisa de El sentido religioso, describe la urgencia de observar la realidad. Cita la frase del médico Alexis Carrel [1873-1944]: “Mucha observación y poco razonamiento llevan a la verdad”13. Propone a la vez una definición de realismo: “No primar un esquema que se tenga previamente presente en la mente por encima de la observación completa, apasionada e insistente de los hechos, de los acontecimientos reales”14. Afirmando la necesidad de aprender de la realidad con todos sus datos, construyendo sobre ella, en lugar de manipularla y ajustarla a la coherencia de un esquema prefabricado, nuestro autor ejerce una crítica a aquella filosofía moderna que considera al sujeto como la condición del conocimiento de la realidad. Descartes, Kant y Hegel son sus principales representantes. René Descartes [1596-1650] vive en un contexto europeo marcado por la división, la guerra y la incertidumbre. Por lo tanto, se pregunta por dónde reanudar el camino en un contexto de crisis. Ya no hay ninguna evidencia incontrovertible que no sea el pensamiento. El cogito, es decir el yo que piensa, es lo que existe, aunque el mundo y su existencia se pusieran en dudas y se consideraran solamente probables. Decir cogito ergo sum significa decir que antes de la realidad estoy yo. Se trata de un giro radical15.

      Immanuel Kant [1724-1804], en su intento de definir los límites y la extensión de la razón, hace del intelecto el autor de la experiencia y de esta un producto del intelecto mismo. Podemos experimentar y conocer solamente lo que se conforma previamente a nuestro poder de conocimiento y a las formas a priori o esquemas de nuestra intuición sensible y de las categorías de nuestro intelecto. El objeto “gira” alrededor del sujeto y se adapta a sus leyes16.

      Al idealismo trascendental kantiano sigue el idealismo hegeliano, según el cual el pensamiento coincide con el ser. La realidad sin mí no existe17. Existe solamente lo que pienso.

      Según esta perspectiva filosófica, nada puede acontecer que el sujeto mismo no haya constituido de antemano. Las condiciones de posibilidad de la experiencia no dependen del poder del fenómeno de manifestarse, de su carácter sobreabundante, de la capacidad de la realidad de donarse, sino del sujeto que decide lo que se puede o no se puede conocer, como si fuera una especie de legislador.

      Los tres profesores

      Giussani ilustra más profundamente los términos del problema por medio de un ejemplo18. Imaginemos a tres profesores que imparten lecciones en una misma clase en momentos sucesivos. El primero de los tres es un profesor escéptico, que decreta la imposibilidad de conocer el objeto, pidiendo que se le demuestre de forma indiscutible que existe como objeto que está fuera de nosotros19. El profesor idealista en cambio afirma que “si no se conoce un objeto, es como si este no existiera”. El profesor realista también hace la misma afirmación. De hecho, parece la misma aserción. Sin embargo, hay una profunda diferencia entre


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