Dos amigas frente al misterio. Martino De Carli

Dos amigas frente al misterio - Martino De Carli


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todo: “¡Sapere aude!” (“Ten el coraje de utilizar tu propia inteligencia”).

      Giussani, haciendo hincapié sobre el rol de la experiencia, valora esta instancia moderna y al mismo tiempo la corrige y complementa. Decir que la realidad se hace evidente en la experiencia, significa afirmar que esta es el lugar de revelación de la realidad, pero como una “ciudad sin murallas”, sin otras paredes sino aquellas fijadas por el dato. Algo que en el horizonte de la experiencia se evidencia y se dona.

      Una definición de experiencia

      A lo largo del siglo XX, la noción de experiencia ha sido mirada con sospecha por la teología católica, por el uso equivocado que el modernismo había hecho del mismo concepto, reduciéndolo a un sentimiento subjetivo y emocional opuesto a la racionalidad30. Giussani rechaza la reducción empirista del término experiencia, que la reduce sólo al probar31. Según su perspectiva, el hombre no es solamente un ser pensante y tampoco es solamente una máquina que prueba, que tiene sensaciones. La experiencia no es “una reacción inmediata […] la multiplicación de vínculos […] la fascinación repentina (o el disgusto) por las cosas nuevas […] un esquema propio”32.

      Lo que define la experiencia es la capacidad de emitir un juicio sobre lo que se prueba o se vive. Emitir un juicio significa percibir el nexo entre lo que acontece y la totalidad. Percibir, por ejemplo, la belleza de una jornada y agradecer a Dios por ella, es un juicio, porque se percibe la belleza del día que empieza en nexo con la totalidad, que es Dios. Este es un juicio, es decir, un acto de la razón. El animal también ve la jornada bella, pero no la juzga, porque no reconoce aquel nexo.

      Por lo tanto, lo que caracteriza la experiencia no es el simple probar, sino el hecho de emitir un juicio sobre lo que se vive, es decir, el hecho de descubrir su sentido: “Lo que caracteriza la experiencia es entender una cosa, descubrir su sentido. Ella implica una inteligencia del sentido de las cosas”33. El sentido de una cosa no lo creamos nosotros. “La conexión que une una cosa a las demás es objetiva”34. Giussani corrige la posición de la modernidad, afirmando que la realidad se nos da con un sentido propio, que subjetivamente captamos, pero que no ponemos nosotros.

      El criterio de juicio

      Surge ahora una pregunta decisiva: “¿Cuál es el criterio de juicio?”. Este tiene que ser inmanente, es decir, propio de nuestra naturaleza y de su estructura originaria. Si, por ejemplo, tenemos que realizar una indagación sobre el tema religioso, sería alienante confiar en un criterio ajeno; el punto de partida del recorrido religioso tiene que ser una observación atenta del hombre en acción. Se necesita una indagación existencial. Debemos reflexionar sobre nosotros mismos. Si nos basáramos únicamente en opiniones ajenas (periodistas, filósofos, etc.), estas suplantarían un trabajo que nos compete a nosotros y caeríamos en una condición de alienación35.

      Sin embargo, inmanente no significa relativo, porque si bien este criterio está dentro de nosotros, no lo decidimos nosotros. Giussani evita el riesgo del subjetivismo y llama este criterio experiencia original o elemental36. Es un criterio inmanente, objetivo y universal.

      La reflexión sobre la experiencia elemental constituye el núcleo del pensamiento de nuestro autor. Él no habla expresamente de naturaleza. Sin embargo, redescubre y vuelve a proponer el valor profundo de lo que esta expresión significa en la vida y en la acción de la persona. En uno de sus cuadros, Henri Matisse [1869-1954] pinta un punto rojo en el pecho de Ícaro. Giussani también habla del “corazón” como de aquel “conjunto de exigencias y evidencias con las que nuestra madre nos dotó al nacer […] ese impulso original con el que se asoma el ser humano a la realidad”37.

      La palabra “evidencias” sugiere que el camino del hombre está guiado, está continuamente acompañado por un criterio que está dentro de nosotros, que nos permite reconocer lo verdadero y lo falso. Junto con las evidencias en cada uno de nosotros están presentes las “exigencias”: de felicidad (de plenitud o satisfacción), de verdad (de significado o sentido), de justicia, de amor38. Giussani las compara con la chispa que pone en marcha el motor. Son las finalidades que están dentro de cualquier espera, acción o movimiento de la persona humana. Estas exigencias y evidencias, esta estructura y experiencia elemental, caracterizan a cualquier hombre, en cualquier época viva, cualquiera sea su raza, su religión, su cultura, su nivel de educación y de conocimiento. “La única unidad posible entre los hombres se puede concebir a este nivel”39. Ningún hombre puede ser tan distinto de otro para poder borrar esta comunión original: “El último coreano, el último hombre de Vladivostok, el último hombre de la más lejana y perdida región de la tierra está unido a mí precisamente por esto”40.

      De este rostro originario del hombre habla también Agustín de Hipona [354-430] en su comentario sobre los Salmos. Cuando advertimos que algo es injusto, lo vemos en relación con una norma de justicia con la cual medimos justicia e injusticia. Pero, se pregunta Agustín, “¿De dónde nace este concepto de justicia?”41. “¿Puede nacer de nosotros mismos que somos injustos?”42. Nadie puede dar a sí mismo lo que no posee. “Si somos injustos, si la justicia total aquí –en la tierra– no existe, ¿de dónde, sino de Dios, nace esta experiencia original que está dentro de nosotros?”43. Se trata de algo que nos ha sido dado por la naturaleza (palabra tras la cual se subentiende la palabra Dios) y que en nosotros está presente como exigencia.

      Carácter exigente de la vida

      La experiencia existencial tiene entonces un carácter exigente. Escribe Giussani: “El carácter de exigencia que tiene la existencia humana apunta hacia algo que está más allá de sí misma como sentido suyo, como su finalidad”44. En las exigencias de las cuales hemos hablado, hay un movimiento inagotable, que Cesare Pavese enuncia así: “Lo que un hombre busca en los placeres es un infinito, y nadie renunciaría nunca a la esperanza de conseguir esta infinitud”45. Esta inquietud del corazón humano abarca a tal punto el espectro de la vida humana que, hasta las reivindicaciones actuales de nuevos derechos individuales representan una modalidad, si bien parcial y contradictoria, a través de la cual se expresan expectativas profundamente humanas (el deseo de maternidad y paternidad, el miedo ante el dolor y la muerte, la búsqueda de la propia identidad).

      Sin embargo, ni la multiplicación de los derechos, ni la multiplicación de respuestas parciales y falsos infinitos, podrá satisfacer una necesidad de naturaleza infinita. Escribe a este propósito el sociólogo polaco Zygmunt Bauman [1925]: “Como medio de hallar satisfacción las recetas para lograr una buena vida y los accesorios necesarios para ese logro tienen ‘fecha de vencimiento’: ninguna provoca la satisfacción que auguraba. La lista de compras no tiene fin…”46.

      El alcance de las necesidades que habitan el corazón humano es infinito. La exigencia de verdad o significado implica siempre la identificación de la verdad última. Sin la perspectiva de un más allá, la justicia es imposible. La exigencia de felicidad tropieza inevitablemente con la pregunta: “¿Qué es lo que sacia el ánimo?”. Finalmente, la exigencia de amor, cuanto más grande es, nos abre, es decir, remite a otra cosa distinta.

      Nuevamente se asoma la experiencia del signo: la existencia humana apunta hacia algo que está más allá de sí misma y afirma implícitamente la realidad de una respuesta última, sin la cual las exigencias mencionadas se verían sofocadas. Se trata de exigencias que, cuanto más aferran el objeto al que parecen tender, más se dilatan, no se cumplen, es decir, no tienen sentido en el ámbito de la existencia, de la experiencia actual. Son un camino. Y en la naturaleza no hay nunca exigencias sin que exista su objeto o el fin al que hacen tender, como nos recuerda Dante Alighieri [1265-1321]: “Todos confusamente un bien buscamos donde se aquiete el ánimo y lo ansiamos; y para lograrlo combatimos”47.

      El razonamiento de Giussani se inserta en la más fiel tradición tomista. Ya Tomás de Aquino había demostrado que es imposible que un deseo natural sea inútil48. Todo sería inútil. Nosotros deducimos legítimamente, desde la disposición natural de nuestras facultades, la posibilidad de su realización, esto es, la existencia de su objeto. Nadie desea el bien, sino en cuanto tiene alguna semejanza con ese bien49. De otro modo, no habría una razón adecuada para la presencia en el hombre de un deseo que es como un inicio del mismo bien que se desea, una promesa injertada en la estructura de lo humano.


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