El Hombre Que Sedujo A La Gioconda. Dionigi Cristian Lentini

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CON MOTIVO DEL quingentésimo ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE LEONARDO DA VINCI
La historia que aquí se narra es mera ficción y producto de la imaginación del autorLa información, las referencias y las menciones históricas que contiene tienen el mero propósito de dar veracidad a la narraciónCualquier referencia o analogía a hechos, episodios, personajes o lugares que realmente existieron es puramente casualVersión original en italiano (2019): L’uomo che sedusse la Gioconda[Con motivo del quingentésimo aniversario de la muerte de Leonardo da Vinci]Esta obra está protegida por la ley de derechos de autorSe prohíbe toda reproducción no autorizada, incluso parcial© Dionigi Cristian Lentini – 2020Traducción de Jorge Ledezma MillánA mi tíoDon Giovanni Lentini

      Prólogo

      “Hola semental ;-) Estuviste fantástico esta noche. No pienses demasiado en ello: no siempre puedes ser John Holmes… :-) En cuanto llegue a la oficina te enviaré algo sobre ese monje donjuán del que te hablé. Que tengas un buen día.”

      Tal era el mensaje privado que Francesca acababa de enviarle mientras se dirigía hacia la abadía en su anticuado convertible de metano.

      Ni siquiera había escuchado llegar la notificación. De hecho, estaba hablando por teléfono con el profesor De Rango, quien por 33ª vez lo había recomendado para hacer un buen trabajo y sobre todo para saludar al padre Enzo, el abad amigo del rector… y sabe Dios cuántos otros directores y dirigentes.

      "Es increíble cómo la red de telefonía celular está tan extendida en esta remota área montañosa", pensó.

      Después de exactamente veintisiete segundos, decidió implementar el plan de emergencia previsto en tales casos por el protocolo de supervivencia…….. : "simulación de pérdida repentina de señal, colocándolo en un estado indetectable durante los próximos 30 minutos".

      Claudio, de 40 años, un investigador externo del Instituto de Informática y Telemática del CNR de Pisa, con ocho años de cheques y contratos temporales en su currículum vitae, había sido enviado en un viaje de emergencia para lo que los anglosajones llaman “Damage assessment and disaster recovery", en la práctica, una intervención para evaluar el daño y restaurar los datos del archivo digital de una antigua abadía toscana que 48 horas antes había sufrido un ataque cibernético por parte de un habilidoso hacker ruso.

      Obviamente la idea de pasar toda la semana en una biblioteca medieval recuperando pergaminos digitalizados, reinstalando sistemas operativos, analizando discos de oración y escuchando cantos gregorianos (sin quizás ni siquiera tener acceso a una película pornográfica), mientras que el mundo exterior se ocupaba de la cadena de bloques y la criptografía, no le parecía particularmente excitante.

      En el último año no había producido ninguna publicación científica. Y no porque no hubiese investigado lo suficiente o no hubiese logrado resultados concretos… ...quizás simplemente porque no había encontrado nada realmente interesante que valiese la pena compartir con el resto del planeta. Por ello, a la primera oportunidad, solían burlarse de él sus colegas, quienes, a diferencia de él, publicaban y patentaban cada flatulencia que emitían en el aire después de una comilona de frijoles en Valleriana.

      En resumen, aquella mañana ni siquiera su CD de "Hotel California" de The Eagles podía levantarle el ánimo.

      Llegó a la cima de la abadía a las 9:37 a.m., justo cuando las guitarras de Don Felder y Joe Walsh terminaban uno de los solos más hermosos de la historia del rock.

      "Oh, doctor, bienvenido a nuestra casa. El Reverendísimo Padre lo esperaba desde ayer… Venga, venga, le explicaré todo".

      Un cordial y alarmado fraile le dio la bienvenida, señalando inmediatamente el camino hacia el archivo violado.

      La situación era menos grave de lo que había imaginado: el servidor principal estaba caído, un troyano ransomware había encriptado la mitad de todo con una clave AES de 2048 bits y exigía un rescate de 21 bitcoins, la mayoría de los frailes ni siquiera sabían qué eran ransomware y un bitcoin, pero afortunadamente la restricción (sólo lectura/escritura) para acceder a los permisos de los archivos en el archivo de copia de seguridad se había mantenido … y también – luego dicen que no es cierto que los monjes tienen suerte- la última copia disponible que el procedimiento de sincronización automática y copia de seguridad había producido 16 horas y 18 minutos antes del ataque. En resumen, si no hubiera estado en un lugar sagrado, nuestro investigador sin duda habría exclamado: "¡¿Qué demonios…?!"

      Por tanto, la gran mayoría de la información estaba a salvo. Sólo era cuestión de erradicar la infección y restaurar unos 9 terabytes de escaneos de manuscritos y libros digitalizados, para después devolverlos manualmente desde los discos de copia al disco principal. Lo que alivió aún más a Claudio fue que aquella operación se podía realizar también desde Pisa, evitando así que su ya estropeado paladar entrara en contacto con los suculentos platos de aquel infame restaurante con tres estrellas en la Guía Michelin llamado "refectorio".

      Así que, después de sólo 4 horas, Claudio le dio las instrucciones necesarias para la restauración del host al fraile que le pareció más despierto, retiró los elementos esenciales del estante, cargó todo en el automóvil y regresó a casa.

      Ah, mientras tanto el smartphone había empezado a recibir la señal de nuevo y el punto rojo de la derecha indicaba dos mensajes:

      – El primero, del siempre simpático profesor De Rango, decía textualmente: "¡Ni siquiera los novatos más banales hacen más uso de tales trucos! ¡Ese teléfono ahí arriba tiene una gran recepción! Entiendo que te rompo los… ¡¡¡pero es importante!!! Avísame tan pronto como lo hayamos resuelto. Gracias".

      "Sí, 'nosotros'… " pensó.

      – El segundo mensaje, de Francesca, contenía una foto de un extracto de periódico de hacía dieciocho años.

      Su novia, en efecto, al enterarse del viaje de Claudio a dicho monasterio, había conseguido sacar, de los archivos del periódico local para el que trabajaba, una copia del artículo que narraba la oscura historia de la muerte del Padre Sergio, un joven fraile rompecorazones, asesinado por un marido celoso que no soportaba que su mujer acudiese a confesarse tan a menudo.

      El cadáver había sido encontrado frente a un retablo en un escenario espantoso a medio camino entre "El Código Da Vinci" y "Seven", entre "El Nombre de la Rosa" e "Instinto Básico".

      Desde entonces el caso había sido desestimado, pero nadie había logrado entender lo que significaba realmente la palabra escrita con sangre y que el luminol del R.I.S. había revelado sobre el hábito del pobre clérigo: "sinemensura".

      Probablemente, de hecho, casi seguramente, si no hubiera leído dicho artículo, con más de 37000000 archivos para analizar y la final de Roland Garros en la TV, el investigador no se habría detenido en aquel pequeño directorio del sistema de archivos del último disco llamado "Padre Sergio".

      En su interior, encontró docenas de archivos de poemas de amor, fotos de bellas mujeres jóvenes y un solo archivo de extensión ".axx", un formato encriptado protegido por contraseña.

      Claudio sabía muy bien que la probabilidad de adivinar la contraseña (de 11 caracteres de 95 posibles) era de casi 0,00000000000000000175 % y que con un ataque de fuerza bruta de 100000 intentos por segundo podría tardar unos 1.000 millones 803 millones de años en descubrirla, pero, por una vez, dejó de lado los números y decidió hacer un solo intento:

      Escribió “sinemensura” y allí, como si fuera el cofre abierto del tesoro de un pirata, comenzó a emerger la historia más bella que jamás hubiese leído.

      I

       La Guerra de Ferrara

Noviembre 1482

      El gélido viento de aquella tarde de invierno no azotaba a los mirlos del Castillo de San Giorgio tanto como el viento de la pasión que corría por sus venas palpitantes.

      Era


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