Las Posibilidades De Enamorarse. Dawn Brower
Las posibilidades de enamorarse
Escrito por Dawn Brower
Copyright © 2019 Dawn Brower
Todos los derechos reservados
Distribuido por Tektime
Traducido por Garay Elizabeth
Diseño de portada © 2019 Victoria Miller
publicado por Tektime
Índice
Prólogo
Enero 1816
La nieve caía y cubría el terreno. Lady Katherine Wilson se ajustó la capa y se esforzó por evitar un escalofrío. La helada temperatura lograba filtrarse por debajo de su capa de lana, y extenderse por todo su cuerpo. Quería desesperadamente llegar a su destino y escapar del frío. Odiaba el invierno. Nunca había sido su época favorita del año y este día no marcaba una diferencia. Hubiera sido mejor quedarse en casa y sentarse frente al fuego en la sala de estar. Inclusive el salón de Fortuna hubiera sido preferible.
Aunque para ser honestos, todos los días, desde que su abuela había fallecido, estos estaban llenos de tristeza. Lo que ella no quería hacer era visitar a los abogados y comentar a detalle su pérdida. Su abuela se había marchado. ¿No había sufrido ya lo suficiente?
Finalmente llegó al despacho del abogado de su abuela y aproximándose a la entrada, tocó a la puerta. Katherine nunca antes había acudido a un abogado y no tenía idea de qué hacer. ¿Exactamente, cuál era el protocolo adecuado a tratar con un abogado? La escuela a la que había asistido no la había preparado para esta situación en particular. Probablemente pudo haber preguntado a Narissa o inclusive a Diana, pero no había querido agobiarlas con sus problemas.
La puerta se abrió y un caballero ya mayor cubrió la entrada. Tenía el cabello oscuro con mechones entrecanos a los lados. Su chaleco oscuro le daba una apariencia sombría que se reflejaba en sus ojos azules, como el hielo. Algo sobre él parecía familiar, pero Katherine no podía ubicarlo en su memoria. “Lady Katherine”, la saludó. “Por favor, aléjese del frío”.
¿Lo había conocido anteriormente? ¿Cómo la había podido reconocer de un simple vistazo? Tendría qué preguntarlo durante la reunión. “¿Sr. Adamson?”, dijo Katherine levantando una ceja. Quería asegurarse de que fuera el abogado con quien tenía la reunión.
“Sí”, respondió haciendo un gesto para que entrara y cerró la puerta.
Katherine se estremeció. El frío no la había dejado del todo, incluso con el calor del lugar que la envolvía. Lamentablemente, después de la reunión, tendría que caminar nuevamente de regreso a casa con ese horrible clima. Realmente deseaba que hubiera un carro disponible para ella, pero su madre lo había usado para pagar las llamadas.
“¿Puedo tomar su capa?”, preguntó el Sr. Adamson.
Ella quería mantenerla porque seguía estando un poco fría; sin embargo, pronto tendría demasiado calor y era mejor quitársela ahora. Además, no estaba segura de cuánto duraría su conversación. Katherine se quitó la capa y se la entregó. Él la colocó en un gancho cercano y luego se giró hacia ella. “Sígame. Se sentirá más cómoda en la oficina. Hay una chimenea y es mucho más caliente”.
El Sr. Adamson la condujo a la oficina y le señaló una silla. Él ocupó un asiento detrás del escritorio y revolvió algunos papeles antes de volver a mirarla. “Probablemente se esté preguntando por qué le pedí que me visitara aquí. Por lo general, yo realizo una visita como esta en la comodidad del hogar del cliente. Pero debido a la naturaleza de los últimos deseos de su abuela, estoy obligado a hacerlo aquí. Ella temía que si nos encontrábamos en casa de su padre, él intentara tomar el control de los bienes que le dejó a usted. No es que él pudiera...”. Se aclaró la garganta y continuó, “pero esto hará las cosas más sencillas para usted. No hay conflicto con el que lidiar y una vez que se marche, tendrá control de su herencia”.
¿Qué podría haberle dejado su abuela? Pensaba que su padre había heredado todas las posesiones de su abuela. No es que Katherine esperara que tuviera mucho. La mayor parte de la herencia ya se había entregado a su padre cuando su abuelo había fallecido. Era una consecuencia lógica. Su abuela vivía en una casa en el condado de Sussex, cerca de Heathfield. Siempre había supuesto que esa casa era la dote… “No estoy segura de entenderlo”.
Él le entregó una carta. “Todo se explica aquí. Es usted muy rica”.
Katherine tomó la misiva y rompió el sello. “Es de mi abuela...”. Había reconocido de inmediato su letra. Su corazón latía fuertemente en su pecho y lucho contra el impulso de llorar. Había estado dejando que su tristeza se apoderara de ella por más tiempo de lo que le hubiera gustado. Katherine extrañaba terriblemente a su abuela.
“Siga leyendo”, la animó el Sr. Adamson, haciendo un gesto hacia la carta. “Es importante que lea hasta el final”.
Katherine volvió su atención hacia las palabras de su abuela. ¿Qué tendría que haber dicho que no hubiera mencionado antes de fallecer?
Mi querida nieta:
Tu corazón debe estar apesadumbrado, y lamento el dolor que ahora estás sintiendo. Si pudiera eliminar todo tu dolor, lo haría, pero si estás leyendo esto, entonces ya no estoy más contigo. Mi muerte, aunque es doloroso, te da libertad de manera que tal vez nunca imaginaste. Mi hijo, tu padre, es duro y no te ha dado el amor que necesitas. Aprendió ese comportamiento de su propio padre.
Mi matrimonio fue arreglado y mi madre hizo lo necesario para asegurar que nunca me faltara nada. En Inglaterra, la propiedad es posesión inmediata del esposo de una mujer, después de decir sus votos matrimoniales. Mi madre no creía que una mujer debía ser controlada por un hombre. El amor no es el requisito principal en el matrimonio y, a menudo, no forma parte de los acuerdos contractuales. Ese fue el caso con mis propias nupcias. Un ducado, como el de Gladstone, se forjó en los lazos de muchas uniones. John no contaba con recursos y aceptó todas las estipulaciones contractuales antes de que me casara con él. Nunca fue mi deseo convertirme en duquesa, pero hizo que prácticamente mi padre salivara, pero estoy divagando.