Por las ramas. Roberto Merino
Por las ramas
Roberto Merino
© Editorial Hueders
© Roberto Merino
Primera edición: agosto de 2018
ISBN edición impresa 978-956-365-087-7
ISBN edición digital 978-956-365-178-2
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Diseño: Catalina Porzio
Imagen de portada y fotografías: Carlos Bogni
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SANTIAGO DE CHILE
De los profesores que me tocaron en la universidad a fines de los años 70, recuerdo con afecto intelectual a aquellos que eran criticados por irse por las ramas. Esto significaba que para ellos era fácil desviarse del tema planteado y luego irse perdiendo en sus ilimitadas conexiones. De esta manera podían, por ejemplo, empezar hablando de Ibsen y terminar con Bernardo O’Higgins.
A mí esa modalidad me mantenía despierto, probablemente porque me producía la sensación de asistir a un proceso de pensamiento, a un ensayo oral. Me daba cuenta de que los elementos que articulan una digresión siempre son impredecibles y a la vez pertinentes.
No estamos hablando de una simple metáfora que opera por analogía. En el caso del pensamiento –y su espejismo, la escritura– la ramificación parece ser una figura estructurante. Hay otras, por cierto, como la visión de túnel o la superposición en la experiencia de categorías distantes en la realidad, pero tengo la impresión de que el impulso literario se articula por extensión como si finalmente todos nuestros esfuerzos estuvieran orientados a develar mapas inminentes.
Entonces, irse por las ramas tiene que ver, en primera instancia, con la digresión, ese modelo que está en el origen del ensayo y de su derivado, la crónica. Pero al margen de estas consideraciones, las ramas mismas, las reales, son también una especie de refugio ideal, un lugar de ocultamiento y observación particularmente propiciado por los niños (justo en esa franja de edad anterior a que el conocimiento del amor les acelere el pulso y el paso por el mundo). Uno no es nadie cuando gasta las horas sumergido en las abovedadas alturas de los árboles. Juega simplemente a estar ahí, como un maestro zen de patio santiaguino. Su propio nombre, su misma cara no son aún motivos de cuestionamiento. Uno es casi un animal a quien a cierta hora llaman a comer o a ducharse.
Ramas prendidas de flores, ramas oxidadas, ramas petrificadas, ramas de plomo en la semiopacidad de unos vitrales, ramas espesas que tamizan la luz del poniente en el Parque Forestal, ramas desmañadas de palmeras frente a mi ventana, ramas del ilang-ilang en la tumba de Rodrigo Lira que es tributario de los ilang-ilang de Cristián Huneeus, ramas de ombúes, de paulonias, de olivos de bohemia, de ceibas, ramas del acer japonicum del viejo Pedagógico, hacia el cual la profesora Olga Lolas nos instaba a avanzar mentalmente para vivir un “encuentro interior”.
Uno de los inventos benéficos del ecoturismo han sido esas pasarelas que –destinadas a la observación de pájaros– se internan en las copas de los árboles y permiten pasear a una altura desacostumbrada. Las hay en Huilo-Huilo y en Dinamarca. En todos los casos restituyen la atávica condición del observador emboscado. Se trata de un tipo de experiencia que une la fantasía infantil a la seriedad epistemológica.
Las crónicas reunidas en este libro son sobre el paisaje tal como puede considerarlo el habitante de las ciudades: como una dimensión de la memoria, de lo segmentado, de lo fronterizo, de lo distante. Muchas veces no hay ni siquiera proximidad real con los paisajes o los animales de los que se habla sino que se los ha tomado de documentales de la televisión. Si a alguien está dedicada esta compilación es al puma Santiago, que perdido en la ciudad hace unos años, tras una cadena de infortunios pudo huir de sus captores y regresar a la cordillera por la ribera del río Mapocho, en dirección opuesta a la de la corriente.
Roberto Merino
Roberto Merino contó una vez que había visto subir a un perro, cual humano, en un paradero en la Alameda. Un perro decidido en todos los aspectos, como una persona consciente de los horarios para ir trabajar y cumplir con su rutina semanal. Se bajó en el paradero de la Biblioteca Nacional, con más seguridad aún. Ese acontecimiento se transformó en una crónica y forma parte de esta antología. En fin, si pudiésemos resumir: animales y paisajes son la línea temática de esta particular antología. No solo paisajes y urbanidad (que es lo que ha armado y observado Merino desde hace muchos años y ha creado una obra inmensa de los recovecos de Santiago). Aquí hay una naturaleza primitiva, animales y sus descripciones y comportamientos particulares. El autor y sus fijaciones con el mar, los árboles, lo brutal de la inmensidad de una montaña, del silencio y de lo bestial. Roberto Merino sigue demostrando su contemplación en estos textos reunidos con mucha minuciosidad. El “yo” autor predomina, pero mucho más las imágenes y el paisaje.
¿Por qué este libro? Porque es notoriamente diferente a las antologías ya existentes. Nuestra cercanía con la literatura e interés en la naturaleza, manifestada tanto como paisaje y animalidad, fueron la razón para comenzar esta recopilación de crónicas, que en su mayoría provienen de las publicaciones hechas en el diario Las Últimas Noticias (llamadas Pistas Resbaladizas) y en El Mercurio. Este libro es un oleaje que va tomando esos temas y los integra como si la antología pudiese leerse como una gran crónica.
El título, Por las ramas, es lo que el autor hace siempre en su obra o en una conversación informal, es también lo que el autor admiró en el ámbito pedagógico y en los diferentes tipos de discursos. Se va por las ramas y oscila como lo hacen elementos de la naturaleza: el mar y su oleaje, los árboles y la dirección de sus movimientos provocados por el viento, y porque los árboles se ramifican hacia lados inesperados.
María Cecilia Gajardo
Luz María Astudillo
Abril, 2018.
Por las ramas
A través de los siglos, los pájaros han sido compañeros inevitables de nuestros pasos terrenales. Generalmente han sido asociados a la imagen del alma, cuando no se les han adjudicado capacidades agoreras. Como la corneja medieval, el tuetué de los mapuches anuncia mala o buena fortuna según largue el canto a la derecha o la izquierda del interesado.
Hay veces en que las criaturas del cielo son recibidas como emisarios del infierno. En el campo, la aparición de cierto pájaro nocturno se entiende como una visita del mismísimo diablo. Para conjurar su abominable proximidad hay que decirle: “Vuelve mañana por un queso”. Cuando Hitchcok filmó Los pájaros le dio forma a un miedo inoculado en la retina humana desde la noche de los tiempos: miedo a las “fuerzas en disolución, pululantes, inquietas, indeterminadas, rotas”, como los avechuchos de la leyenda de Hércules. De ahí la desapacible eficacia de la película.