Los celajes de Daniela. Cecilia Domínguez Luis

Los celajes de Daniela - Cecilia Domínguez Luis


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      © de la edición: Diego Pun Ediciones, 2018

      © de los textos: Cecilia Domínguez, 2018

      © de las ilustraciones: Horacio Sierra, 2018

      1ª edición versión electrónica: Febrero 2019

      Diego Pun Ediciones

      Factoría de Cuentos S. L.

      Santa Cruz de Tenerife

      www.factoriadecuentos.com

      [email protected]

      Dirección y coordinación:

      Ernesto Rodríguez Abad

      Cayetano J. Cordovés Dorta

      Consejo asesor:

      Benigno León Felipe

      Elvira Novell Iglesias

      Maruchy Hernández Hernández

      Diseño y maquetación: Iván Marrero · Distinto Creatividad

      Conversión a libro electrónico: Eduardo Cobo

      Impreso en España

      ISBN formato papel: 978-84-948779-4-0

      ISBN formato ePub: 978-84-949994-8-2

      Depósito legal: TF 847-2018

      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la Ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

      A mi querida nieta Daniela,

       responsable de esta historia

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      Daniela se quedó mirando a los celajes. Debía de ser un lugar especial, ya que lo visitaba con frecuencia, aunque, la verdad, no se daba cuenta porque, cuando menos se lo esperaba, sentía la llamada de sus padres o de su profesora, que la sobresaltaban y la hacían volver a la realidad.

      –¡Daniela, otra vez mirando a los celajes!

      Lo cierto es que ella no sabía qué era eso de «los celajes», pero pensaba que tenía que ser algo muy parecido al sueño o a esos momentos en que su imaginación la remontaba por encima de las cosas que la rodeaban y la dejaba flotando en un limbo feliz del que siempre tenía que regresar bruscamente por las dichosas llamaditas.

      De tanto oír aquella palabra, un día se le ocurrió preguntarle a su madre.

      –Mamá, ¿qué es eso de los celajes a donde siempre dices que miro?

      –Pues verás, Daniela, es el cielo cuando tiene nubes ligeras y de muchos matices.

      –¿Y qué son «matices»?

      –Son gradaciones de color. Por ejemplo, si miras las nubes, verás que hay unas muy blancas, otras gris claro, otras más oscuras… También hay nubes naranjas y rosas, incluso rojas, por la luz del sol, y también ellas pueden tener tonos más fuertes o más flojos…

      –¡Ah, ya sé! –exclamó Daniela–. Como los lápices de colores que tengo en mi estuche.

      –Muy bien, hija; creo que lo has entendido…

      «O sea, que cuando me dicen que estoy mirando a los celajes se refieren a que estoy mirando a las nubes… –pensó Daniela–. Pues no estoy yo tan segura. La verdad es que en esos momentos o sé ni dónde estoy y no miro nada».

      Daniela no hacía más que darle vueltas a eso de los celajes. La explicación de su madre no la convencía del todo. Los celajes no podían ser solo nubes, tenía que ser un lugar mágico del que todavía no sabía nada, porque siempre la despertaban de su soñar despierta, cuando estaba a punto de entrar en los celajes y contemplar su mundo mágico.

      Pero un día, durante la clase de Ciencias Naturales, ocurrió. Fue muy extraño, porque siempre le gustó esa asignatura, sobre todo ahora que estaban estudiando el mundo de los insectos… Pero sucedió y esta vez la señorita no se dio cuenta, pues estaba muy concentrada en sus explicaciones de la metamorfosis: una palabra muy rara y larga que significa «cambiar de forma».

      «Así –decía la señorita Carolina– los insectos experimentan un cambio hasta llegar a su forma definitiva. Un ejemplo muy bonito es el de la mariposa. Aquí –dijo señalando la pantalla donde se proyectaba la imagen de un gusano– vemos una simple oruga. Bueno, pues ahora veremos cómo empieza a tejer su propia crisálida, que es esta pequeña cápsula, como un capullo de color amarillo. Esta cápsula al poco tiempo se romperá y de ella saldrá una mariposa llena de colores, como las que vemos en el campo, sobre las flores o los trigos».

      Estas últimas palabras ya no las escuchó Daniela. Hacía ya un ratito que se había quedado mirando para los celajes, y esta vez sí que los vio. Unas pequeñas nubes de colores blanco, naranja y rosa y otras casi transparentes empezaron a formar un gran círculo sobre su cabeza.

      En el centro de aquel círculo una enorme mariposa con alas de colores muy vivos le hacía señas con sus antenas para que la siguiera.

      De pronto, Daniela se dio cuenta de que de su espalda le estaban surgiendo unas alas de colores que la elevaron y le hicieron traspasar aquel círculo de nubes.

      Ella no salía de su asombro. Estaba realmente encantada de poder volar por un sitio tan hermoso, pero también sentía un poquito de miedo.

      «¿A dónde me llevarán estas alas?», pensaba Daniela un tanto temerosa al comprobar que no podía controlar su vuelo.

      Pero aún le esperaba otra sorpresa.

      Y es que no era la única a la que le habían crecido alas. Por el camino hacia no sabía qué lugar, se encontró con Alejandro, Celia, Lucas e Inés. Todos iban con cara de susto, pero se alegraron al ver a Daniela.

      Ella se presentó y los demás también le dijeron sus nombres.

      –Bien –dijo Alejandro–, ahora ya somos cinco.

      –Sí –añadió Celia–, pero ninguno de nosotros sabe a dónde vamos.

      –Entonces, ¿Tú también eres de las que se quedan mirando para los celajes –preguntó Lucas

      –Sí –confesó Daniela–. Y eso que hoy estaba


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