El heredero. Sally Carleen
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© 1999 Sally B. Steward
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El heredero, n.º 1516 - octubre 2020
Título original: The Prince’s Heir
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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I.S.B.N.:978-84-1348-875-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
MAMÁ, mamá, mamá!
La puerta se abrió de golpe y Joshua entró corriendo con toda la velocidad que le permitían sus piernas regordetas. Al mismo tiempo apareció un perro grande que parecía tener una parte de bassett, una parte de collie, una parte de caballo y todo él ser un chucho. Su ladrido profundo estaba sorprendentemente sincronizado con los gritos excitados de Josh.
Mandy Crawford corrió hacia el porche, tomando a Josh en sus brazos en el momento en que tropezaba como siempre en las escaleras y estaba a punto de caerse. Él se rio mientras ella lo elevaba por los aires y lo hacía dar vueltas.
–¿Cómo está mi chico? ¿Me das un beso?
Él le dio un beso descuidado en la mejilla y volvió a reírse. El perro bailó a su alrededor ladrando y moviendo la cola. Mandy se puso a su hijo en una cadera y se agachó a acariciar al perro, rascándole detrás de la oreja caída y de la que tenía siempre erecta.
–Buen chico, Príncipe –lo alabó, porque sabía que deseaba desesperadamente saltar sobre ella y no lo hacía porque llevaba la ropa de ir al trabajo.
–Benchico –repitió Josh y se inclinó a darle un beso en la cabeza.
–Tienes buen corazón, chiqui, poco sentido, pero buen corazón –habiendo tranquilizado temporalmente a Príncipe se llevó a Josh al interior de la casa– ¿Qué tal? ¿Te has portado bien? ¿Cuidaste de la abuela hoy?
–Lela –Josh se bajó y tomando a Mandy de un dedo se lanzó a un monólogo entusiasta pero prácticamente incomprensible mientras la llevaba hacia la cocina. «Lela, Nana y Tita» eran las únicas palabras reconocibles. Lela, la madre de Mandy; Nana, la abuela de Mandy; y Tita, la Tía Stacy, hermana de Mandy. El resto de las palabras eran innecesarias de todas formas, la familia era lo único que importaba.
–¡He llegado, mamá! ¿Eso que huele es pollo frito? Papá debe estar de camino. ¿Cierra pronto hoy la tienda? Debería, con el calor que hace.
–Estoy en la cocina, cariño –la voz de su madre sonaba extrañamente tensa y Mandy dudó por un momento, sintiendo un escalofrío en la espalda.
Josh le tiró del dedo y ella intentó zafarse de sus miedos infundados. Desde que murió su abuelo, hacía ya tres años, ella había estado nerviosa, temiendo encontrar problemas en todas partes. Tenía que dejar de hacerlo. La vida era buena e iba a seguir siéndolo.
Dejó que Josh la guiara hasta la cocina. Por las ventanas y por la puerta que llevaba al patio trasero entraba una luz dorada. Los armarios blancos reflejaban y amplificaban la luz y las cortinas amarillas ondeaban, movidas por el ventilador del techo. Era la habitación favorita de Mandy y el lugar donde se congregaba la numerosa familia.
De pie junto a la cocina, la madre de Mandy levantó la vista de la sartén donde se estaba friendo el pollo y la miró. Tenía una inconfundible expresión de ansiedad y a Mandy se le encogió el estómago, ¿estaría enferma su abuela?, ¿le habría sucedido algo al niño que esperaba su cuñada?
Como atraída por un poderoso imán, su mirada se dirigió hacia la mesa de roble que ocupaba un lado de la habitación. Había un desconocido sentado entre su hermana Stacy y su abuela.
Hacía calor en la habitación, a pesar de que el ventilador enviaba aire fresco, pero las expresiones serias que vio en todas las caras la hicieron sentir un escalofrío.
–Mandy, tenemos visita –la voz de su madre era tensa, como si pudiera estallar si aflojara su control.
Mandy miró con más atención al alto y elegante desconocido. Era guapo como un actor de cine, con la mandíbula cuadrada y los rasgos como cincelados. Tenía el pelo negro como el cielo de verano antes de amanecer y los ojos azules como el mismo cielo una hora más tarde. Por un breve instante le pareció que sus ojos eran tan profundos y llenos de promesas como el cielo de la mañana, pero debió ser un efecto de la luz. Al instante siguiente la mirada