Pesadillas de una noche sin fin. Carlos Simos

Pesadillas de una noche sin fin -  Carlos Simos


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      CARLOS SIMOS

      PESADILLAS DE UNA NOCHE SIN FIN

      Simos, Carlos

      Pesadillas de una noche sin fin / Carlos Simos. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

       Libro digital, EPUB

      Archivo Digital: descarga y online

      ISBN 978-987-87-1767-8

       1. Novelas de Terror. 2. Narrativa Argentina. I. Título.

      CDD A863

      EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

      www.autoresdeargentina.com [email protected]

      Arte de tapa: Emilse Silva

      Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

      Impreso en Argentina – Printed in Argentina

      Índice

       PORTADA

       CRÉDITOS

       ÍNDICE

       ÚLTIMAS PALABRAS

       LA NOCHE DEL LOBO

       LA MATERIALIZACIÓN ERRANTE

       AQUELLO QUE SE AGITA EN LAS PROFUNDIDADES

       LA VISITA

       EL CONDENADO

       LA RATA

       LA MEDITACIÓN DE YASÚF KHAN

       EL REPUGNANTE CASO DE OLIVAR FUNES

       LA EXTRAÑA CIUDAD EN EL CIELO

       EL ÁRBOL DE LA NOCHE DORMIDA

       SINOPSIS

      Las pesadillas no entienden de edades o géneros, pueden llegar en cualquier momento para recordarnos lo poco que nos conocemos.

      N. del A.

      Durante la hora de lectura, el alma del lector está sometida a la voluntad del escritor.

      E.A. Poe.

      Nos prometieron que los sueños podrían volverse realidad. Pero se les olvidó mencionar que las pesadillas también son sueños.

      Oscar Wilde.

      Siempre me he preguntado por qué hay restricciones de edad para películas y videojuegos, pero nunca para libros.

      El Pasajero 23 de Sebastian Fitzek.

      Últimas palabras

      Siempre he tenido la suerte de tener una buena memoria, aunque muchos de mis recuerdos más ocultos a veces aparecen de manera inconsciente, en momentos en los que desearía que no lo hicieran.

      Alguna vez amé a alguien, lo recuerdo bien. Su nombre era Victoria Mor. Su hermoso cabello castaño caía ondulado por sobre sus hombros y relucía bajo el sol, sus ojos eran tan hermosos que fácilmente se convertían en excusas para poemas y brillantes elogios. Su sonrisa tenía el particular sortilegio del canto de las sirenas, aquellas que tentaron al mismo Ulises, y su esbelto cuerpo era sin duda obra de una naturaleza orgullosa de su creación.

      Cuando la conocí tenía unos diecisiete años y era muy introvertido. Desde muy joven, mi timidez dificultaba una relación con cualquier mujer que se me acercara. En cierta época, en la que estudiaba en una escuela privada de música, tuve la suerte (o desdicha) de conocer a esta joven mujer solo dos años mayor que yo. Naturalmente, me sentí atraído a ella de una forma que me asustaba y cuando estaba en su presencia en alguna clase, los nervios y la pérdida de razón hacían de mí una persona retraída. Todas las sensaciones que uno pueda conocer recorrían mi cuerpo, pero sinceramente, no podría explicar si eran buenas o malas.

      Con el correr del tiempo, me acerqué a ella de forma más apacible y personal hasta que logramos conocernos mejor, pero siempre teniendo nuestro límite de compañeros de clases. En cambio, yo pretendía algo más; ya no era el mismo, si antes no creía en Dios, con esta aparición era capaz de defender totalmente su existencia, pues no podía creer que un ser tan hermoso solo pudiera ser creación de la tierra sin haber tenido antes su origen en el mismo cielo.

      Los meses siguieron pasando y al sentir que el silencio incontrolable que me alejaba de ella me asfixiaba, creí que ya era tiempo de expresar mis sentimientos. En efecto, estaba perdidamente enamorado de aquella mujer y no dejaría que nadie más la obtuviera, ignorando aún si estaba pretendida. Entonces, comencé a hacer averiguaciones sobre sus gustos, pasatiempos o aficiones a través de compañeros en común y tuve la gracia de enterarme de que no solo estaba sola en su vida, sino que también sentía una atracción hacia mí. Como imaginarán, esta noticia llenó mi corazón de una alegría incontrolable y días después le confesé mi infinito amor obteniendo la misma respuesta de su parte.

      Comenzamos a vivir en pareja, yo abandoné mis estudios de música, aunque ella siguió, y me dediqué al estudio a la antropología, campo que se me dio muy bien. Éramos felices y durante siete años estuvimos juntos en perfecta armonía y profesándonos un amor mutuo que con los años crecía gradualmente, uniéndonos de manera casi sagrada. Sentía mi futuro escrito junto a mi amada Victoria hasta el fin de nuestros días, y ella me había confesado lo mismo: simplemente, no podíamos estar separados. Un día sin vernos era como si algo le hubiera ocurrido al otro y cuando nos encontrábamos, nuestros ojos brillaban como cuando se encuentra un tesoro perdido por miles de años. Obviamente, en una vida pasada seguro nos amamos o fuimos un solo espíritu, un solo fuego quemándose en la eternidad y luego, separados por el tiempo consumiéndose en la desgracia, resplandeciendo de vez en cuando con la esperanza de volver a unirse. Pero este era nuestro tiempo: yo jamás la abandonaría y ella tampoco.

      Un día como cualquier otro, volvía de mi trabajo. Había logrado convertirme en un respetado profesor universitario, ganaba lo suficiente como para mantenernos cómodamente sin que nos faltara lo esencial para cada día. Había llegado por fin a mi hogar y, después de comer algo, llamé preocupado a la casa de los padres de Victoria, ya que me había dicho que allí estaría, y a pesar de que no me hablaba en horario de trabajo, lo hacía puntualmente, apenas salía de él. Me gustaba que estuviera tan pendiente de mí.

      El teléfono sonó unas seis veces, pero no me contestaba. Corté, esperé cinco minutos mientras buscaba algo de beber en mi heladera, saqué una pequeña botella de cerveza y volví a intentar; pero nada. Esta vez, la contestadora me


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