Circe. Eduard All

Circe - Eduard All


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      © del texto: Eduard All

      © diseño de cubierta: Equipo Mirahadas

      © corrección del texto: Equipo Mirahadas

      © de esta edición:

      Editorial Mirahadas, 2021

      Avda. San Francisco Javier, 9, P 6ª, 24 Edificio SEVILLA 2,

      41018, Sevilla

      Tlfns: 912.665.684

      [email protected] www.mirahadas.com

      Producción del ePub: booqlab

      Primera edición: octubre, 2021

      ISBN: 9788418996870

      «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra»

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      ¡A quién!, sino a ti, mi querida hermana, mi orgullo: Yanet.

       Índice

       Capítulo 1: Una gran sorpresa

       Capítulo 2: La profecía

       Capítulo 3: La gran institución

       Capítulo 4: La carta misteriosa

       Capítulo 5: La supervisora

       Capítulo 6: Al acecho

       Capítulo 7: Revelaciones

       Capítulo 8: Una respaldo superior

       Capítulo 9: El castigo

       Capítulo 10: Detrás del cuadro

       Capítulo 11: La advertencia en el espejo

       Capítulo 12: La caverna

       Capítulo 13: Las dos invitaciones

       CAPÍTULO 1

       UNA GRAN SORPRESA

      —¡Qué extraño! El custodio aún no está en el patio —se dijo Circe al pararse por cuarta vez en la ventana—. No hay brisas, ni zumbidos de insectos, ni siquiera están de recorrido los perros de la guardia. ¡Todo está tan tranquilo!

      Circe tenía catorce años, pero era ya una experta en cuanto a conocer cómo transcurrían las madrugadas en el orfanato, y esa noche, sin duda, había una atmósfera diferente. Experimentaba una opresión punzante, como si una cubierta de tinieblas hubiera caído sobre el edificio.

      De repente, uno de los arbustos fue víctima de una sacudida. Su corazón se aceleró y sus piernas flaquearon. Aquel zarandeo a esas alturas de la madrugada no podía ser nada bueno.

      Ocultó su silueta detrás de la cortina, a la expectativa del más leve movimiento. Estuvo así largos minutos y luego, tras una prolongada quietud, regresó a la cama, pensativa.

      Había mucho silencio, demasiado realmente. Todas sus compañeras dormían de un inusual modo profundo. Incluso el gato del viejo Nesopo, que acostumbraba a cazar por allí a aquellas horas, había sucumbido en un largo sueño cerca de las pantuflas de Amelia.

      Circe advertía aquellos hechos y mientras más reparaba en ellos, más raros le parecían.

      —Ya, ya basta —se dijo, aún con el sobresalto en el pecho—. Piensa en cosas buenas, Circe, en cosas que te gusten.

      Ella habitualmente se trazaba esta estrategia. Cuando un asunto la perturbaba, su vía de escape era recurrir a su imaginación, al raudal de sus deseos. ¿Por qué no hacer lo mismo ahora? Olvidarse de aquellas sospechosas circunstancias y dedicar ese tiempo de insomnio a pensar en sus anhelos. En verdad no era posible en cuestión de minutos imaginar sus planes futuros. Eran muchos y, sobre todo, capaces al recordarlos de desarraigar cualquier tipo de preocupación.

      Sus primeros recuerdos fueron los paseos al campo con las misioneras que mensualmente visitaban el orfanato. De veras que le gustaban estas excursiones, sobre todo porque las enseñanzas impartidas cambiaban sus convencionales puntos de vista y la llenaban de expectativas. Lo mejor de estas era aquel trasfondo milagroso, que hacía ver las realidades visibles insignificantes, trayéndole a su espíritu consuelo y aliento, porque enseñaban que su encierro y soledad del momento eran pasajeros, y que pronto llegaría un día de cambios.

      Entretanto no se completaba el plazo, se esforzaba por cumplir con sus deberes. Lucía nuevos peinados y usaba las mejores ropas para asistir a las filas de encuentro, donde decenas de huérfanos eran contemplados y hasta les revisaban uñas y dientes como parte del procedimiento para ser adoptados. La presencia de Circe en estas filas pocos la notaban. No por falta de brillo ni dulzura, sino por su edad. Rara vez adoptaban juveniles. Procuraban siempre bebés o niños con edades preescolares, aunque de cuando en cuando ciertas parejas cuarentonas preferían adolescentes. En estos casos el patrón era el mismo: buscaban similitud en los rasgos físicos. Ella, por infortunio, nunca encajaba.

      Se miraba en el espejo preguntándose el porqué de su mala suerte. Tenía ojos azules como el cielo mañanero y una cabellera larga que se veía hermosa de cualquier modo. Sus dientes esmaltados daban vida a sus escasas sonrisas y su porte franqueaba a la más alta nobleza. Su mayor deslumbre era en sí ese contraste de belleza y humildad.

      Intentando creer a su reflejo y a aquellos que la animaban con tales comentarios, paró de hacerse las mismas preguntas de siempre frente al espejo. Entonces volvió el pensamiento a los momentos divertidos de aquellas excursiones. Después de todo en sus intenciones no enumeraba el quedar aún más contrariada. Buscaba en sí aplacar aquel repentino nerviosismo.

      En su vuelta al pasado tuvo un recuerdo simpatiquísimo con una de las visionarias. Realmente, ahora que lo pensaba, se había excedido con algunas preguntas íntimas en los minutos de consejería. ¡Pero qué hacer! Esas cuestiones vergonzosas que por fuerza de saber se les hacen a los padres; en su caso, o no las hacía, o las preguntaba a alguien en afecto similar.

      Del grupo de misioneras, Solange resultaba ser su madre guardiana. Ella se emocionaba contándole sus anhelos sobre conocer el mundo, bañarse bajo una cascada, explorar una cueva, oler el aire salobre cerca del mar, mirar al horizonte sintiéndose libre y deseando no volver atrás.

      Bien sabía que esto se hacía imposible por el momento, mas lo grandioso surgía en que nadie le podía impedir soñar, así que soñaba y soñaba, viajaba lejos en su sartal de maravillas.

      A


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