Blasco Ibáñez en Norteamérica. Emilio Sales Dasí

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de resarcirse le llegó por otras vías.

      En plena efervescencia del impacto de Los cuatro jinetes en los Estados Unidos, en octubre de 1918, el novelista recibió la solicitud que le trasladaba el catedrático de la Universidad de Columbia Federico Onís. Dirigía una colección de libros para estudiantes de español, en la editorial Heath and Company, que se denominaba Contemporary Spanish Texts. En la misma podía publicarse un extracto de la exitosa novela. Blasco no solo aprobó la propuesta, que acabaría concretándose en el texto La batalla del Marne (1920)27, sino que obtuvo un aliado excepcional en la figura de Onís. Como miembro de la American Association of Teachers of Spanish, desde su fundación en 1917, y colaborador de la Hispanic Society en la organización de seminarios sobre literatura española en la Universidad de Columbia, pudo realizar una serie de gestiones para facilitar el viaje de Blasco a los Estados Unidos. Por eso, cuando, en la entrevista concedida a Martínez de la Riva, el novelista encarecía el favor de Huntington en su gira norteamericana: «A continuación una carta de mister Huntington, el hispanófilo ilustre: “Venga usted a Nueva York inmediatamente. Ha llegado su hora. No la desaproveche usted”»28, no hacía plena justicia al papel desempeñado en la gestación de la misma por el catedrático salmantino. A este le dirigió una carta el 18 de febrero de 1919 confirmándole que, en efecto, navegaría encantado hasta la otra orilla del Atlántico, a la vez que ya le adelantaba algunos de los temas sobre los que podrían versar sus conferencias29. En el mismo sentido, haciendo gala de una portentosa memoria, retomó la idea enunciada a Gómez Hidalgo y Gómez Carrillo en París, en 1912, según la cual adoptaría el papel de mediador entre el pueblo norteamericano y todos aquellos países de habla castellana que él había visitado y en los que persistía un temor ante el avance del materialismo estadounidense30.

      En el mes de junio Blasco todavía recibió en Niza otra visita que reorientaría el alcance de su próxima gira por Norteamérica. El empresario James B. Pond, dueño de la agencia Pond Lecture Bureau, le brindaba la oportunidad de firmar un contrato para desempeñarse como orador al margen de los círculos exclusivamente académicos. Las ventajas de esta invitación resultaban evidentes. La familia Pond contaba con una sólida experiencia en la organización de conferencias literarias. El abuelo llevó a Charles Dickens a los Estados Unidos; el padre hizo lo propio con Kipling y Wells; ahora el hijo les proporcionaría a Maeterlinck y a Blasco ocasión para obtener unos suculentos ingresos, aunque ello supusiese un mayor esfuerzo y hubiese que ampliar el itinerario por diversos estados. Pero el novelista español nunca tuvo miedo a las distancias.

      No deberá ignorarse que, mientras fueron convergiendo todas las circunstancias que propiciaron el anhelado viaje, Blasco se hallaba ocupado, desde enero a julio de 1919, en la redacción de Los enemigos de la mujer, título con que completaría su trilogía novelesca de la Gran Guerra. Sin duda, no fue mera casualidad el hecho de que, ante los atractivos reclamos que le llegaban del país de las barras y las estrellas, el autor tratara de corresponder a los mismos y rentabilizar editorialmente su nueva obra, incorporando en ella referencias laudatorias al rol desempeñado por el ejército norteamericano en el gran conflicto bélico, con mención especial al presidente Wilson. Con fino olfato comercial, Blasco quería aprovechar la tesitura tan favorable para sus intereses31.

      A mediados de septiembre respondió con un telegrama a Huntington, aceptando la invitación formal que le había cursado la Hispanic Society para impartir una conferencia en la Universidad de Columbia. Inmediatamente, la prensa norteamericana y la española anunciaron al unísono la inminente salida desde Francia del escritor. Primero se informó de una lecture en Columbia32; pero pronto se fueron conociendo más pormenores de la visita: recorrería el país dando charlas sobre «El espíritu de los Cuatro jinetes del Apocalipsis», «La América que conocemos» y «Cómo escribo yo mis novelas»33. Estaba previsto que la gira durara al menos unos seis meses y permitiera la estancia en cien ciudades34.

      Para los diarios españoles era un orgullo y un homenaje a la nación que Blasco se presentara en los teatros estadounidenses. Allí habían estado antes insignes escritores de otros países europeos: Gorki, por Rusia; Ferrero, por Italia; Bergson, por Francia. España no podía ser menos. Además las charlas de su hijo ilustre serían impartidas en la lengua de Cervantes, puesto que el valenciano desconocía el inglés. Un conferenciante americano explicaría brevemente de lo que trataría la exposición. Luego, Blasco se expresaría en el idioma de sus antepasados. Para el público que no compartía la misma lengua, lo importante era conocer personalmente al autor cuyas novelas ya había leído35. Y es que las editoriales estadounidenses, bien atentas a las demandas del mercado, entre 1918 y 1919 quisieron hacer caja reeditando traducciones anteriores o lanzando otras nuevas de las novelas firmadas por Blasco: señálense Sonnica y The Dead Command (Duffield, 1918 y 1919); The Shadow of the Cathedral, Blood and Sand, The Fruit of the Wine y Mare Nostrum (Dutton, 1919); y Luna Benamor (John W. Luce, 1919).

      Difícilmente se podía encontrar en los anales de la literatura un ejemplo similar a la rapidez con que se fraguó la gloria de Blasco Ibáñez en los Estados Unidos. En apenas un año había pasado de ser un autor prácticamente desconocido, sobre cuya identidad se formularon curiosas teorías: ahora era un inglés que había vivido muchos años en Argentina y usaba seudónimo, ahora, un revolucionario ruso que intentaba ocultar su verdadera personalidad36, a tener más lectores incluso que los literatos norteamericanos más cotizados37. Por eso, porque sus novelas se vendían por miles, para ilustrar las reseñas que se realizaban sobre ellas los periódicos tuvieron que recurrir a la fotografía del retrato al óleo pintado por Sorolla y adquirido por la Hispanic Society, al mismo tiempo que en los clubs de lectura se procedía al comentario y estudio de sus narraciones: «The Reading Circle of the Spanish American Atheneum will meet in Eastern High School this evening at 8 o'clock. La barraca by V. Blasco Ibanez, has been selected for study»38.

      New York Tribune, 19-1-1919

      Literary Digest, 1919

      Pocos años después, camino de México, Valle Inclán se detendría en La Habana. En una de las entrevistas que allí concedió, tuvo ocasión de hablar de Blasco Ibáñez. Aparte de las discrepancias de estética literaria que existían entre ambos autores, Valle no parecía sentir mucho aprecio por su compatriota. A raíz de su viaje a Argentina como conferenciante, en 1909, le había aplicado el calificativo de «politicastro», subrayando, además, su desmedido afán monetario39. Ahora, volvía a enfatizar este último particular como el detonante de su viaje a los Estados Unidos:

      Blasco Ibáñez, viendo que su novela se vendía como él jamás soñara, abandonó París y se marchó a los Estados Unidos. Blasco Ibáñez es un gran hombre de negocios. Una vez en Nueva York comprendió el enorme partido que podía sacar de todas sus obras, ya que Los cuatro jinetes del Apocalipsis le habían conquistado la popularidad40.

      Que en el ánimo blasquista convivían en singular mezcolanza el idealismo con un incuestionable sentido práctico, lo vino a refrendar el propio novelista valenciano cuando a su llegada a Nueva York le confesó a uno de sus íntimos:

      Necesito aprovechar la popularidad que tengo en este país, no solo para mí sino para España. Comprendo que esto ha de pasar. La popularidad en vida dura lo que la espuma. Soy como el torero, que está de moda una vez, hasta que el público empieza a volverle las espaldas41.

      No obstante, Valle se equivocaba en un aspecto fundamental, que quizá no quiso tomar en consideración por eso de las rivalidades literarias. Al final, Blasco vio cristalizado su propósito de surcar las aguas del Atlántico. Pero cuando marchó a la conquista de los Estados Unidos, lo hizo perseguido por la fama y reclamado por una nación que le había conferido un extraordinario prestigio. El 18 de octubre se embarcaba en el Lorraine, en Le Havre; para poco más de una semana más tarde, el 27, divisar las costas de Manhattan. La expectación era máxima. A

      diferencia


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