Cuentos de Asia, Europa & América. Tessa Hadley
De modo que un día de 1358 ella salió al jardín vestida con amplia pollera sostenida por miriñaque de alambre, chaqueta de terciopelo, peluca plateada, botas de piel de ante, gorguera y guantes violeta de gamuza. No llovió ese día.
—Es que no, no tenemos ninguna explicación, ninguna sospecha —dijo Laura.
—Era bastante descuidada en cuanto a la seguridad de la casa —explicó Armando.
—Querido —interrumpió Laura con una sonrisa levemente ácida—, no agregues lo que yo iba a decir. ¿Sabe, Comisario? Nos inclinamos a creer que la han secuestrado y que en algún momento van a pedir rescate. ¿A usted qué le parece?
—Puede ser, señora, puede ser, no descartamos ninguna posibilidad, por desusada que sea.
—Lo que es si van pedir rescate, se están demorando bastante —dijo Armando.
—¡Querido! —dijo Laura.
—Vamos a esperar, señora. Vamos a esperar lo que sea necesario porque algo tiene que suceder, alguna señal vamos a recibir.
A veces llovía sobre el jardín, a veces no. Sombras solían adivinarse entre los fresnos. Pero todo era en silencio... aunque pasos, a veces, muy suaves, muy lentos, sin respuesta, grises, sin tiempo.
Rosario, enero de 2013
En la orilla
eduardo antonio parra
méxico
… jamás les hemos importado, ¿por qué iban a importarnos ustedes?, pasan y pasan ante nosotros, orondos y veloces con sus vidrios que nos encandilan al reflejar el rencor del sol, con sus faros que alargan las sombras en lo oscuro, con rugidos de fiera encabronada retándonos a pararnos delante, a atravesarnos en su camino pa sembrarnos en pedazos entre las piedras y olvidarnos luego en un alarde de fuerza que nos azorrilla, nos hace sentirnos chiquitos, inferiores, insignificantes y hasta con la obligación de agradecer el aironazo de horno que nos echan en la jeta y el terregal que alzan a su paso… y si anduvieran despacio se limitarían a voltear a vernos sin mirarnos, como si el pellejo se nos hubiera puesto ya igual de pálido que la arena por culpa de la calor o como si fuéramos otro arbusto seco del pinche desierto, de esos que ni siquiera son capaces de retener el aire entre sus ramas, y sus miradas de ustedes pudieran atravesarnos pa ir más allá, siempre más allá, carajo, ¿nunca se preguntan qué hacemos aquí en la orilla, tumbados debajo del sombrero, con las manos en veces extendidas, en veces junto al cuerpo o en las bolsas del pantalón, mirándolos ir o venir con tristeza y envidia, con esperanza y coraje, con humildad e impotencia?, ¿nunca piensan en detener su maldita carrera hacia quién sabe dónde pa enterarse por qué la vida se nos va en mirarlos pasar?, no, pos cómo, pa ustedes somos unos animales más de los que ven desde atrás del vidrio, igual que una cabra rumiando yerba o el cadáver de un caballo con las patas parriba y la panza inflada, a punto de reventar por haberse tragado una campamocha (¿sabrán siquiera lo que es una campamocha?, no, pa saberlo tendrían que apagar la máquina, apearse y preguntarle a uno de nosotros, pero eso sería indigno, sería rebajarse), sí, unos animales apenas de pie sobre sus patas traseras, cubiertos de trapos terregosos, jorobados de tanto estar con el espinazo gacho, rodeados de sus cachorros prietos y trasijados como tasajos que también los miran a ustedes con ojos grandotes y hundidos, con la hembra a un lado, greñuda, panzona y de tetas guangas, que sin embargo nada les piden, o casi nada, porque a lo mejor nos conformaríamos con que nos vieran, nomás con eso, nos daría algo de contento que al transitar por aquí por donde está la poquita gente que vaga en el desierto detuvieran aunque fuera una nada su loca carrera hacia donde van y giraran a medias la cabeza pa plantar en alguno la vista, sí, la vista, porque una sonrisa o un saludo sabemos que sería mucho pedir, nomás una mirada, aunque fuera rápida, un brillo en las niñas de los ojos que nos hiciera sentir que de veras estamos aquí, que de veras existimos y no somos las ánimas sin vida que en veces creemos ser y que es como nos vemos entre nosotros, ¿será mucho esperar, mucho querer, mucho aferrarse a una esperanza hueca?, si no fuera por eso ya nos hubiéramos metido más dentro del llano, donde no hay bramidos de motores ni pedorreos de escapes, donde el sol nomás destella en las piedras pulidas o en las alimañas negras que se tienden a dorarse cuando no están listas pa saltarnos encima, donde lo único que nos mira son las cuencas vacías de las calaveras de las bestias que se murieron de pura hambre y sed… y es que ustedes no saben lo que es estar aquí, entre el silencio y la soledad, pisando siempre esta tierra yerma y pedregosa debajo de esa bola de lumbre que nos tatema despacito la cabeza hasta hacernos ver visiones, indefensos ante los rumores de la nada que nos salen al encuentro en cualquier parte: y digo estar aquí, no vivir aquí, porque resulta trabajoso llamarle vivir a esto que hacemos sin que hagamos nada pa hacerlo, no, aquí no se vive, nomás se está, como está ese puente o los cactos, los nopales, los magueyes, los chaparros: a la intemperie, sin reparo, masticando una y otra vez un mismo impulso que no para de dar vueltas adentro hasta que se desgasta o se derrite sin que nunca tome verdadera forma pero que, sin que sepamos por qué o cómo, nos empuja todos los días a la orilla pa verlos a ustedes… en este llano tampoco se piensa: las palabras, las ideas, los movimientos vienen solos y lo atraviesan a uno a lo mejor porque nomás no saben estarse quietos y nos caen llegados de quién sabe dónde, se sienten primero en el estómago, luego en los muslos abajito de las verijas, más después en los hombros y cuando uno acuerda los tiene rebotando en la mente y entonces los pies se le mueven solos y lo llevan a uno lejos del jacal o de la choza hacia ese camino negro que parte en dos el desierto, y esto ocurre desde siempre, desde donde alcanzan los recuerdos… uno nace aquí porque aquí lo echó fuera la madre bajo cualquier sombra, junto a un anafre en el que tres o cuatro palos de mezquite ardiendo trataban de mantener las víboras y los escorpiones a raya y de calentar un poco el frillazo de las noches, al lado de una mesa o un cajón podrido donde un día sí y dos no había algo que llevarse a la boca y entretener el gruñir de la panza, en los alrededores de un pozo del que nunca salió más agua que la necesaria pa mantener el resuello, y después de nacido aquí comienza a arrastrarse, a gatear, a crecer nomás mirando cómo muchos de los demás se quedan poco a poco secos por el sol, el polvo y la falta de tragadera en brazos de su madre, hasta que un buen día ya no son sino otro tronco correoso abandonado en la arena, y uno se pregunta por qué su corazón sigue latiendo cuando los de ellos se apagaron tan rápido, y se hace resistente a fuerza de no tener nada, de sacarle la vuelta a las bestias de peligro, de aprender a hacer todo solo y sin ayuda, a fuerza de perseguir esos pensamientos que nomás nunca acaban de estar claros pero siguen apretándole la panza desde abajo con un dolor muy distinto al del hambre, y en menos de lo que lo cuento un día se acuesta escuincle y al otro día despierta muchacho, con los huesos largos y el cuero curtido, con pelos en la cara y alrededor del quiote, con ganas de hacer hartas cosas y de ir a hartos lugares y conocer hartas viejas pero sin saber cómo, sin estar cierto de que quienes se largaron siguiendo el camino llegaron a algún lugar, sin las agallas pa arriesgarse a cruzar el páramo porque quién sabe si de verdad del otro lado haya algo diferente a esto, y al final se queda dando vueltas en redondo, unos pasos por aquí, otros por allá, pa acabar siempre donde mismo, ai donde lo llevaron los grandes de chico, donde comenzó a ir solo cuando supo caminar, donde se puede ver algo distinto aunque sea nomás por unos segundos: a la orilla del camino a esperar que ustedes pasen pa mirarlos venir desde lejos y luego perderse más lejos todavía como si quisieran ganarle al viento en su carrera… así como un día uno se despierta muchacho, otro día amanece hombre con mujer y hasta con hijos, pero por mucha fuerza que haga no puede acordarse del modo en que le salió la familia, a la vieja a lo mejor se la topó aquí mismo en la orilla o en alguna choza de las que de tanto en tanto hay más adentro cerca de las nopaleras o las macollas de biznagas un día en que equivocó el rumbo y en vez de ir hacia ustedes agarró al lado contrario, o caminando atarantada por el sol en cualquier vereda de las que casi ni se notan, el caso es que ai está junto a uno, siguiéndolo a todas partes con sus pasitos cortos, su silencio aterrador y su mirada triste de perro sin dueño, un escuincle en los brazos con los labios prendidos al pezón y otros dos o tres aferrados a sus enaguas dando boqueadas pa poder respirar en el bochorno, y uno entonces la mira y vuelve a mirarla y se pregunta qué fue lo que vio en ella la primera vez, qué lo hizo hablarle y tocarla y llevársela consigo,