Agua. Isabel Gómez-Acebo Duque de Estrada

Agua - Isabel Gómez-Acebo Duque de Estrada


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      Índice

       Portada

       Portadilla

       Créditos

       Introducción

       El agua en el origen

       Gota a gota

       El agua que viene del cielo

       El agua que mana

       El curso del río de la vida

       La ola es el mar

       Biografía de la autora

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      Colección dirigida por Luis López González

      © SAN PABLO 2019 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)

      Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

      E-mail: [email protected] - www.sanpablo.es

      © Isabel Gómez-Acebo y Duque de Estrada 2019

      Distribución: SAN PABLO. División Comercial

      Resina, 1. 28021 Madrid

      Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

      E-mail: [email protected]

      ISBN: 9788428561099

      Depósito legal: M. 16.180-2019

      Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid)

      Printed in Spain. Impreso en España

      Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).

       A mi marido, Alejandro, que ha saciado

      con su agua mi sed de amor.

      Te amo agua cuando eres mar, río, océano o manantial.

      Te amo cuando eres riego de lluvia, nieve, rocío, gota o lágrima.

      Te amo agua cuando recorres y bañas mi cuerpo, como si fuera una suave caricia.

      También te amo cuando recorres las entrañas de la tierra, y luego afloras a la superficie deleitándonos con tu música y alegría.

      Te quiero porque sacias la sed de las personas y de los campos.

      ALFONSO ACERO VISIEDO

      INTRODUCCIÓN

      En el mundo no hay nada más sumiso y débil que el agua, sin embargo, para atacar lo que es duro y fuerte nada puede superarla.

      LAO TSE

      Cuando me pidieron que escribiera un libro de espiritualidad con el nombre de un vocablo, tengo que reconocer que me salieron algunos ya adjudicados a otros autores, pero el siguiente que quedaba libre en mi lista fue «agua». Fue una reacción instintiva que no precisó de mucha reflexión, pues reconozco que soy una persona impulsiva y me falta meditación antes de actuar, algo de lo que muchas veces me tengo que arrepentir.

      Nací en la meseta castellana, en la que siempre rogábamos para que lloviera. Pero también recuerdo grandes inundaciones debidas a la gota fría o a las lluvias invernales. No teníamos término medio, por eso me vienen a la memoria los discursos de Franco hablando de la pertinaz sequía e informando de la inauguración de presas y pantanos a bombo y platillo.

      Hoy sabemos que la escasez de agua está resultando trágica en otras zonas de la Tierra. Tan grave es que hay sociólogos que dicen que las próximas guerras serán por el agua, ya que esta mata si no eres capaz de beberla. Como antaño, las grandes inundaciones también aparecen en nuestras pantallas con su cuota de muertos o desaparecidos. La contaminación del agua que originan las fábricas, los plásticos o la falta de depuradoras no es menos grave y también preocupa.

      El agua ha sido siempre un elemento que ha facilitado la comunicación. Los pozos fueron, desde tiempo inmemorial, el lugar donde las mujeres acudían –y acuden– para acarrear el agua. Allí se enteraban de noticias que no habían llegado a sus casas, por lo que hacían de canales de transmisión, de lo que hoy se ha dado en llamar redes sociales.

      En la antigüedad, el viaje por los ríos era más seguro y rápido que por los caminos, que estaban muy mal cuidados. Todos conocemos historias de barqueros que cruzaban de una a otra orilla y hemos visto películas en las que los perseguidos soñaban con llegar a ríos donde se borraran sus huellas para dejar atrás a sus perseguidores. Molinos que se movían por la fuerza del agua, puentes destrozados por los enemigos, desvíos de agua para arruinar las cosechas de los competidores...

      Las grandes masas de agua como los mares han dado pie a leyendas y grandes historias de viajes o batallas, de heroísmo o de cobardía, de lucha contra grandes tormentas y, en tiempos modernos, de regatas y travesías muy largas, incluso protagonizadas por hombres solos.

      El agua es también símbolo de libertad, pues resulta imposible retenerla en las manos. Se aposenta en la piedra y poco a poco la va moldeando, con lo que legitima la fuerza de lo blando frente a lo duro. Sirve de metáfora para todo lo que fluye; de su riego depende que la vida crezca y se desarrolle; no tiene dueño, con lo que se pasea por el mundo sin fronteras, tanto si es caño humilde como cascada poderosa. Decía Leonardo da Vinci que el agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza.

      Esta pequeña introducción nos hace comprender la importancia que siempre ha tenido el agua para describir simbólicamente el estado espiritual de las personas con independencia de su religión y de su cultura.

      Dedica unos minutos a pensar las ideas que te genera el agua para describir tu vida espiritual. Incluso las metáforas que te hayan sugerido otros autores que conozcas.

      En la vida del espíritu contamos con relatos milenarios, como la historia egipcia del paso del río de la muerte con el barquero; la apertura de las aguas del mar Rojo que permitió a los israelitas liberarse de sus perseguidores; el diluvio universal como castigo divino; el manantial de agua que brotó de la roca por obra de Moisés; las fuentes con poderes curativos –ya sean en Jerusalén o Lourdes–; los contactos humanos en los pozos; los náufragos que sobrevivieron gracias a los poderes divinos; la calma de las aguas desenfrenadas, como hizo Jesús ante sus atemorizados discípulos...

      Los místicos nos hablaron de la sequedad de sus almas cuando no sentían la presencia de Dios, de la aridez de su vida cuando echaban el cubo al pozo, una y otra vez, y salía vacío.


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