Thespis (novelas cortas y cuentos). H.J. Bunge

Thespis (novelas cortas y cuentos) - H.J.  Bunge


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espesas, cutis cetrino y nariz aguileña. Poblábanle el rostro largas e hirsutas barbas; bajo el rústico chambergo caíale una melena grasienta y enmarañada. Llevaba una carabina en la mano y un enorme facón en la cintura…

      – ¡Ya verán quién es el Chucro! – dijo a Peñálvez – y lo obligó a que le siguiera dándole culatazos con la carabina.

      Después de caminar un cuarto de hora, llegaron a un estrecho claro que se abría en medio de la maleza, junto a un arroyo disimulado por gigantescas plantas acuáticas. En medio del claro alzábase un misérrimo ranchito de barro, ramas y paja. A primera vista todo parecía desoladamente desierto; ni se oía ladrar un perro… Mas, fijándose mejor, vio Peñálvez que al borde del arroyo, pescaba una sucia y desgreñada mujer… A pesar de su aspecto salvaje, él la reconoció. Era Pepa la Gallega, la antigua cocinera de don Lucas, la desaparecida hacía unos ocho o diez meses…

      El Chucro silbó, imitando a la perfección el estridente grito de una ave acuática. Al oírlo, la Pepa tiró su anzuelo y corrió a su encuentro como un perro. Peñálvez se sorprendió extraordinariamente de su actitud de esclava. Pues antes, en la vida civilizada de la estancia de don Lucas, había sido la gallega más gruñona y colérica. Respondía a su marido, pegaba a sus hijos, insultaba a los peones, encarábase con el mismo patrón y vociferaba el día entero. Propios y extraños tenían miedo a su lengua ponzoñosa y a su genio luciferino. Tolerábanla sólo porque era honesta y muy trabajadora. En sus habilidades de cocinera no le conocían rival…

      No bien vio a Peñálvez pareció reconocerlo por un leve fruncimiento de cejas; pero no dijo palabra, esperando en silencio las órdenes de su amo y señor… Él le preguntó:

      – ¿Lo conoces?

      Ella repuso, bajando los ojos:

      – Sí. Es Peñálvez, el escribiente de la policía.

      El Chucro ató a Peñálvez contra un árbol, y, después de un silencio, dijo a Pepa:

      – Ha venido policía a la isla. Voy a ver si ya se fue. Cuidá entretanto de ese maula para que no se escape. Tomá la pala y si quiere irse, le partís la cabeza. ¿Has oído?..

      Era imposible una entonación de voz más despótica y absoluta que el que usara el Chucro con la Pepa. Y la Pepa acataba sus órdenes como si emanasen de un dios, ¡ella, que antes impusiera siempre su voluntad a su marido y le mandara a modo de dueña. Hasta a don Lucas, un solterón bondadoso y tranquilo, recordó Peñálvez que lo intimidaba muchas veces, disponiendo y arreglando a su gusto las cuestiones caseras…

      Comprendiendo Peñálvez que su salvación dependía de la Pepa, esperó conmoverla y propiciársela… Al efecto, tomó la actitud más triste, dejando correr las lágrimas del miedo. Pensó que ella, la sempiterna charlatana de antaño, hablase en cuanto se alejase el Chucro…

      Alejose el Chucro con su carabina, agachado como una fiera en acecho. Ella tomó la pala de hierro, se sentó en un árbol caído, y se puso a silbar entre dientes…

      Viendo que la Pepa no dijera nada, Peñálvez se atrevió a hablarle y le dijo muy quedo, con su voz más tierna e insinuante:

      – Pepa, ¿no me conoces ya?..

      Pepa seguía silbando como si no le oyese…

      – Pepa, soy Peñálvez, el escribiente de la policía y amigo de don Lucas. ¿No te acuerdas de cuando iba a visitarlo?

      Pepa continuaba sin responder…

      – El Chucro me va a matar, Pepa, y si eres buena debes ayudarme… Nos escaparemos los dos en su canoa… Yo sé remar bien…

      Pepa seguía en su misma actitud…

      – ¡Escúchame, Pepa, por Dios!.. ¡Si me salvas, te juro por las cenizas de mi madre y por mi salvación, que te regalaré los cinco mil pesos que tengo en el banco!.. ¡Piénsalo bien, Pepa!.. Podrías comprarte con eso una quintita y vivir feliz…

      Pepa silbaba siempre…

      – ¿Cómo, Pepa?.. ¿Te has olvidado ya de tus hijos y de tu marido?.. Ellos te han buscado de día y de noche… Se les ha dicho que has de haber muerto ahogada en el río y te han hecho un funeral… Te han llorado; todavía andan de luto…

      Pepa, impasible…

      – Tu marido, creyéndose viudo, podría casarse con Juana, la hija del capataz, por ejemplo… Si tú vuelves impedirás ese casamiento, porque él te ha querido mucho, mucho…

      Pepa oía como quien oye la lluvia…

      – Juana, la hija del capataz, te ha sustituido en la cocina de don Lucas. Pero don Lucas está muy descontento; dice que no volverá a tener otra cocinera como tú… Y esa Juana es una desfachatada, que provoca sin cesar los festejos de tu marido… Felizmente, tu marido no te ha olvidado aún. Estás en tiempo de volver…

      Pepa, como antes…

      – Tus hijos están bien todos, Pepa… Sólo Perico, el chiquitín, ha tenido últimamente escarlatina o sarampión… ¡El pobrecito está muy débil y no tiene quien lo cuide!.. La que está hecha una señorita es tu hija mayor, la Pepeta. Ha cumplido los quince años y se ha puesto vestido largo… Don Lucas teme que se case pronto con Roque Torres, el compadrito aquel que echaste con cajas destempladas, como que ahora no estás para echarlo…

      Y Pepa, silbaba, como si nada se le dijera…

      – Todos te recibirán con los brazos abiertos, Pepa, si quieres volver… Se sabe que el Chucro te robó contra tu voluntad… ¡Nadie te diría una palabra!

      Pepa, siempre lo mismo…

      – ¡Recuerda, Pepa, la buena vida que antes llevabas y que pudieras llevar de nuevo!.. Compárala con tu vida actual, tan llena de peligros y privaciones… Además, cualquier día, en un momento de rabia, el Chucro te matará de una puñalada… ¡Ya que no por mí, por tí misma, Pepa, que siempre has sido una mujer buena, y por tu marido y tus hijos, escapémonos!.. ¡Quizás no se te presente en mucho tiempo otra ocasión mejor que esta!..

      Y Peñálvez siguió gimiendo, implorando, aconsejando largas horas, sin que Pepa la Gallega pareciera apercibirse de sus gemidos, imploraciones y consejos…

      II

      Ya el sol empezaba a declinar, cuando volvió el Chucro…

      – Los policías se han ido – dijo a Pepa. – Priende fuego y poné agua a calentar pa' el mate.

      Pepa hizo como se le dijo. Y, puesta ya el agua al fuego, el Chucro agregó:

      – Ahora andate a buscar el cuerpo del comisario. Está a unos pasos del seibo grande, donde enterramos a Pancho el isleño. Cargalo y tráilo pa' acá, mientras se calienta el agua.

      Con su habitual reserva y obediencia, Pepa fue a buscar el cuerpo del comisario… Entretanto, el Chucro tomaba mate tras mate. Y su aspecto era tan torvo y sombrío, que Peñálvez no se atrevía a hablarle…

      Al rato volvió Pepa, jadeante, arrastrando el cadáver. Arrojolo sumisa a los pies del Chucro, dicióndole en un tono de ternura ilimitada:

      – Aquí está.

      El Chucro le repuso:

      – Dejalo ahí.

      Se levantó, sacó el facón y se dirigió a Peñálvez. Peñálvez creyó que lo iba a acribillar a puñaladas, atado al árbol, y se echó a llorar como un niño… Pero el Chucro se limitó a cortarle, sus ligaduras; diole la pala que antes tuviera Pepa y le dijo:

      – Cavá pronto un hoyo pa' enterrar al comisario.

      Sin hacerse repetir la orden, Peñálvez se puso a cavar con todas sus fuerzas. Mientras cavaba recordó, sin saber por qué, la defectuosa instalación que se había dado a su mesa de trabajo en la comisaria… «Cuando vuelva, la mudaré de sitio», pensó. Mas al ver el cadáver del comisario Rodríguez se dijo que bien podían nombrar para suceder al muerto a un extraño que le pidiera renunciara él su puesto, así colocaba allí algún pariente


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