Rafael Cordero: Elogio Póstumo. Brau Salvador


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      Rafael Cordero: Elogio Póstumo

      RAFAEL CORDERO

      ELOGIO PÓSTUMO

      Señores:

      Una vez más nos congrega en este recinto consagrado á la cultura del espíritu, el sentimiento de gratitud social. La Directiva del Ateneo ha querido solemnizar con una fiesta literaria la instalación en sus salones del retrato de un compatriota benemérito, el virtuoso Rafael Cordero, legado á la contemplación de la posteridad por el pincel de otro puertorriqueño distinguido y generoso: el señor don Francisco Oller.

      Ese retrato figurará dignamente, desde hoy, en la galería que ilustran el Padre Rufo, Campeche, Tapia, Gautier Benítez, Corchado y Tavárez, y en la que en breve ocupará puesto de honor el venerable Acosta, el grave y experimentado maestro de cuya ausencia no nos hemos consolado todavía, y cuya voz, muda para siempre, ha de apreciarse como nota de deficiencia en este acto.

      Afortunado iniciador, en las columnas de El Clamor del País, del propósito que hoy se traduce en hecho consumado, mediante popular donativo que engrosaron con su óbolo todas las clases sociales del país y algunos compatriotas residentes en la Metrópoli, complázcome en dar voz al agradecimiento de que me reconozco deudor por tan eficacísima cooperación.

      Ese agradecimiento comprende á los respetables señores que forman la Directiva del Ateneo y en especial á su Presidente, mi querido amigo don Manuel Elzaburu, por la indiscutible acogida que prestaron al propósito, apenas enunciado, identificándose en absoluto con la idea, como se ha identificado su actual vicepresidente, el señor don Enrique Alvarez Pérez, gustosísimo patrocinador de esta solemnidad.

      Y fuerza es que haga extensivos esos sentimientos de gratitud á la prensa periódica; á esa prensa en cuyas filas tengo el honor de militar y cuyos órganos, sin distinción de escuela, han contribuido á mover los entusiasmos públicos en pro de esta ofrenda, que á la virtud modesta y al mérito reconocido consagramos, no por voluntad de uno, no por sentimiento de varios, sino por sentimiento y voluntad de los elementos individuales que constituyen nuestra sociedad, cuya alteza espiritual, cuya fraternidad culta y vivificadora recibe espléndida sanción en estos instantes.

      Porque no se trata de honrar la memoria de un compatriota favorecido con la inspiración maravillosa del arte, decorado con los atributos nobilísimos de la ciencia ó ceñido con los laureles de una popularidad legítimamente adquirida en defensa de cívicos derechos. Se trata de un artesano humildísimo; de un artesano procedente de esa raza laboriosa privada hasta ayer de su libertad individual por errores que ha rectificado la acción de los tiempos: se trata de un negro tabaquero. Y cuando á ese negro humilde colocamos, en materia de veneración pública, á la altura del doctor don Rufo Manuel Fernández, el canónigo gallego para quien sólo bendiciones guarda nuestra historia regional, preciso será reconocer la grandiosidad de los méritos del venerado, pero reconociendo á la vez la transformación radical operada en nuestras ideas sociales á impulsos del progreso avasallador.

      No entraña este reconocimiento improbable suposición, Veinte y tres años ha que un miembro de la Sociedad Económica de amigos del país – don José Estéban Ramos – solicitó para el retrato del Maestro Rafael Cordero honor análogo á éste que el Ateneo le acuerda, y la Sociedad Económica que había adjudicado un premio pecuniario á la virtud del septuagenario artesano; esa Sociedad que le había considerado acreedor al título de socio de mérito, accedió á la solicitud… dejando en suspenso sus efectos.

      Esto se explica por el estado social del país, del que necesariamente he de ocuparme, siquiera á grandes rasgos, para demostrar á las generaciones nuevas, á los conterráneos bisoños, á los huéspedes de la víspera que sólo por referencias tradicionales ó históricas han de poder apreciar la contextura étnica de nuestro regionalismo, cual es la trascendencia de este acto, que patrocina el Ateneo, pero al que toda esta brillante concurrencia presta cumplidísima cooperación.

      Desde los instaladores comienzos de la colonia subdividióse la sociedad puertorriqueña en dos castas: blanca y negra; señora la una, sierva la otra; oriunda aquella de las regiones hesperias, de antiguo vigorizadas por el derecho romano y la moral evangélica; originaria la otra de esos territorios africanos donde aún tropieza con obstáculos insuperables el carro luminoso de la universal civilización. De esta última procedía el Maestro Rafael.

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