Historia de la decadencia de España. Cánovas del Castillo Antonio
del Castillo
Historia de la decadencia de España
Dedicar á Ud. la primera obra de alguna importancia que lleve mi nombre es en mí obligación de tal naturaleza, que, con desconocerla, daría sobrada ocasión á la censura de los buenos. No parece que cumpla dedicándole la presente, porque es tal que más consigue con eso autorizarse que declarar mi agradecimiento. Pero todo se remediará con que usted ponga á cuenta de lo pequeño de la obra lo grande de la voluntad mía; de ella por encarecimiento basta decir que es tanta cuanta me cumple para que se iguale con mi obligación. Débole á Ud. los principios, que será deberle los fines; débole cariño de padre más bien que no de deudo; débole el tal cual acierto que haya en mi estilo, si lo hay, ó si no harta lección y enseñanza para que lo hubiese, pues sólo ha de achacarse á mi torpeza la falta. Y singularmente he de confesar por de Ud. el amor á las cosas de España que en mí hay, fruto de sus palabras y ejemplos, y que, después de haber llenado mi fantasía de ilusiones dulcísimas durante los primeros años, aguardo que me acompañe y aliente por todos los de mi vida. Tales cosas no exigen menor paga que eterno agradecimiento, y bien puede servir en muestra del mío el que haya aguardado para decirlo tan pública ocasión como esta, porque los tramposos y escatimadores de beneficios antes los reconocen en tiempo y lugar donde puedan ser lisonja que dañe y lastime que no donde puedan ser cimiento de irrevocables deberes. Acepte, pues, la ofrenda esta, aunque tan humilde, y apúntela en la cuenta de la gratitud, que es cuenta que nunca se cierra en el concepto de su afectuoso sobrino
EL PRIMER LIBRO HISTÓRICO
I
Cábeme el honor, que ha de constituir línea de relieve en las obscuras efemérides de mi vida, de ser el primero, que, lisonjeado por el bondadoso encargo de sus más amantes deudos, logra poner su pluma al frente del primer libro que, después de su muerte, se reimprime de la inmensa y exquisita labor histórica de aquel insigne publicista, hombre de Estado y altísima y universal inteligencia, que llenó, con los frutos sazonados de ésta y con los actos ejecutivos de su política y poder, más de la mitad del siglo antecedente en España, y que dejó ilustrado con lauros inmortales á la admiración de la posteridad el encumbrado nombre de D. Antonio Cánovas del Castillo.
Reconozco la inferioridad de medios en que me hallo, para acometer una empresa como esta, y que á algunos parecerá superflua, tratándose del hombre insigne de que se trata. Pero aquel de sus deudos más próximos, que sin atreverme á apellidar el más predilecto entre los suyos y que hasta en el nombre con él más se identifica, obedeciendo á altas consideraciones que el amor á su memoria le ha sugerido, y queriendo rendir este tributo de su afecto inextinguible, de su respeto reverente y de su admiración más entusiasta al que, sin dejar á los suyos más timbres nobiliarios que su apellido glorioso, después de haber sido por tanto tiempo el restaurador del Trono y de la dinastía, la columna de la Regencia en la casi orfandad de la Corona, el árbitro de los destinos de la Nación, el encumbrador de tantos otros y el objeto preclaro de la admiración de todo el mundo, el Excmo. Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo y Vallejo, que une á los títulos de su elevada cuna y familia, el honor de los laureles del arte, me hizo la honra de acudir á mi amistad á comunicarme sus pensamientos y á invitarme á la asociación de su obra; y yo, que sin ser tampoco de los agraciados con los favores de la fortuna en los tiempos que tantos los alcanzaron, y que bajo todas las vicisitudes de mi laboriosa carrera profesé incondicionalmente la misma admiración, los mismos afectos hacia aquel hombre que en todas mis producciones políticas apellidé sin duelo monstruo de la naturaleza, y puse en la misma elevada jerarquía en los destinos de España, que en sus respectivos países alcanzaron Cavour en Italia, Thiers en Francia, Deak en Hungría, Bismarsk en Prusia y Disraeli en Inglaterra, no vacilé en aprovechar disposición tan ingenua para arrojar todavía mi última corona sobre la tierra que envuelve la sombra, acaso por muchos de sus más favorecidos ya olvidada, de aquel hombre que simboliza con su hermosa representación toda su época en España y fuera de ella, y que ocupará en la Historia de la Patria el lugar sublime de todos los que en el campo de la acción contribuyeron á sus grandezas y á su gloria.
El Sr. Cánovas del Castillo y Vallejo, el editor espléndido y el impulsor de esta obra en honor del que llevó hasta el nombre, que de él recibió en la pila del bautismo, y á quien, más que en los puestos de su abandonada carrera política, le impulsó hacia las gustosas inclinaciones del arte y del trabajo, que hoy constituyen su mayor satisfacción y su orgullo, me decía: – «Mi tío no vinculó la propiedad de ninguna de sus obras literarias á la parca fortuna que disfrutaba. Todas son del público dominio y cualquiera editor lícitamente puede reproducir las que quiera, atendiendo á su legítima especulación, no al honor y al nombre del que las produjo. La Historia de la decadencia de España desde el advenimiento de Felipe III al trono hasta la muerte de Carlos II, fué el primer libro histórico serio que salió de su pluma y entregó á la publicación, cuando el hervor de la sangre juvenil encendía las ideas que después templaron el curso de la vida, la colosal profundidad de sus estudios posteriores y la experiencia personal en los arcanos de los oficios del Estado y de las imposiciones de la vida pública; y aunque ninguna, como ésta, entre sus obras, rebosa aquella frescura de imaginación y de ideas, aquel vigor de concepción y de crítica, aquel desenfado y libertad de expresión con que la Historia de la decadencia está escrita, cuando operada en el yunque de los sucesos y de los estudios la gran evolución de su espíritu, que le condujo á sus puestos eminentes y á sus más grandes producciones literarias, entregó á éstas toda la honrada sinceridad de su alma, ansió recoger é inutilizar los ejemplares de aquella obra ingenua de su juventud, y corregir en parte ó tachar por capítulos enteros el pristino ejemplar que él conservaba. Aun no pareciéndole esto bastante, después de rectificarse á sí propio en aquel Bosquejo histórico de la casa de Austria, que escribió como un avance á la obra fundamental que tenía proyectada sobre todo el brillante período de los dos siglos que sobre el trono que ocuparon con gloria inmarcesible los Reyes Católicos D. Fernando de Aragón y Doña Isabel de Castilla tuvieron asiento los Reyes de la dinastía austriaca; en todos sus trabajos especiales, y más que en ningún otro, en el que tituló Estudios del reinado de Felipe IV, puso total empeño en desautorizar muchas de las ideas, conceptos y juicios vertidos en la Historia de la decadencia, la cual tal vez hubiera quedado enteramente anulada en el largo catálogo de su vasta labor intelectual, si Dios le hubiera concedido vida para llevar á cabo la que tenía dispuesta y preparada con un lujo de documentación y una profusión bibliográfica, que ni antes ningún otro escritor, ni en lo porvenir probablemente ningún otro artífice de nuestra Historia nacional, logrará reunir y organizar, al modo que él la había reunido y organizado en su ya desgraciadamente deshecha Biblioteca. Después de estos avisos del propio autor, una reproducción de la Historia de la decadencia hecha por cualquier editor especulador, sin una nota, sin un prólogo, sin algo que encierre el pensamiento correctivo y la voluntad resuelta que aquel tenía en la profunda rectificación que aquella obra merecía y reclamaba, no podrá ser impedida por nuestra parte y no será, para los que la adquieran y lean, la posesión del juicio histórico de D. Antonio Cánovas del Castillo sobre una época, á la que, por haber sido la más gloriosa y la más crítica de nuestra Historia, él consagró la preferencia de sus estudios en toda la intensidad de que eran capaces sus grandes disposiciones naturales: y los conceptos que de su lectura se formen y los testimonios que de sus textos puedan deducirse, no encarnarán ciertamente ni su pensamiento verdadero, ni su completa veracidad. Ante este temor y esta perspectiva, yo, que tanto le amé en vida y tanto le venero en su recuerdo, quiero adelantarme, quiero reproducir la obra en toda su integridad, como se halla en el ejemplar que él tenía para sí y yo conservo, y quiero que usted me ayude á llevar á la conciencia del lector lo que, en definitiva, su propio autor pensaba de ella, y la preparación que tenía hecha para rectificarla de una manera fundamental.»
No era posible renunciar á honor tan distinguido, aun reconociéndome sin fuerzas adecuadas á la magnitud de lo que se me proponía, tratándose, como se trataba,