Historia de la decadencia de España. Cánovas del Castillo Antonio
y mi carrera misma, tan larga ya y accidentada. Mas aquel casual acierto no bastó, ni podía bastar á mi probidad de historiador, ya que comencé tan temprano un oficio, que me han permitido largo tiempo ejercitar bien poco las circunstancias. Natural era, pues, que en el Bosquejo histórico de la Casa de Austria aprovechase la ocasión, que esperaba y apetecía, para descargar mi conciencia, rectificando casi por completo los errores é injusticias esenciales que mi Historia de la decadencia encerraba. Quedaron, sin embargo, en pie algunos trozos de la mencionada obra, que pasaron á formar parte del Bosquejo, por hallarse libres de las manchas que quería borrar, sirviéndole, como acabo de decir, á mi nuevo trabajo de fecundamiento.» Á mayor abundamiento, el ejemplar de la Historia de la decadencia que el autor conservaba en su biblioteca desde que la dió á luz, y que en la actualidad la custodia como una reliquia su sobrino, el nuevo editor de esta obra, está lleno de anotaciones marginales, de correcciones de mayor ó menor importancia, y, sobre todo, tiene páginas enteras, pero muchas páginas, cruzadas de lápiz de arriba abajo, como tachadas íntegramente y á perpetuidad.
Se ha preguntado antes, y hay que contestar, á pesar de las explícitas manifestaciones del autor, á estas preguntas: ¿Cumplió el joven Cánovas al escribir y publicar en 1854 la Historia de la decadencia todo lo que se prometió en las cuatro palabras que le sirvieron de Introducción? ¿Hubiera podido cumplirlo?
En los párrafos que se han citado de la Introducción á los Estudios del reinado de Felipe IV, el mismo autor de la Historia de la decadencia con la mayor ingenuidad confiesa que cuando la escribía en 1854, antes de acabar su carrera de las leyes, los estudios de la Historia estaban entre nosotros tan descuidados, que ni existían originales y documentadas monografías completas de sucesos particulares, ni mucho menos colecciones de documentos copiados de las fuentes originarias entre nosotros de toda buena investigación. Él mismo no había practicado esas investigaciones directas y formales, que no se improvisan y que exigen que para hacerlas útiles y fértiles se las consagre mucho tiempo, mucha paciencia y mucha atención. Creyendo, como en el prólogo decía, haberse inspirado en libros que al parecer se habían ilustrado con buenos datos de los archivos nacionales, halló después que sus autores, en su mayor parte extranjeros, fundábanse en otros archivos para ellos, al parecer, nacionales, que no eran los de nuestra nación, y cuando más tarde tuvo ocasión de compulsar algunos de estos documentos citados como procedentes principalmente de Simancas, en Simancas adquirió, al par que el desengaño, la plena conciencia de la frecuencia de la falsificación, ó cuando menos de encontrarlos truncados, de manera, que al parecer testificaban lo contrario de lo que en realidad debían testificar. ¿Cómo con tales instrumentos había de poder cumplir lo que se había propuesto y deseaba más; esto es, hacer un libro español y para España, que era, según su opinión, y opinión muy acertada, lo que hacía falta? De defecto tan substancial, no podía menos de emanar otro no menos enorme, el de la falsedad de los juicios principalmente sobre los hechos particulares y sobre los personajes salientes de la acción directiva que se reflejaba en los sucesos. Cánovas, aun transcurridos más de treinta años, desde que apareció la Historia de la decadencia, hasta que se dieron á luz sus Estudios del reinado de Felipe IV, recababa el honor de no haberse equivocado, á pesar de tamañas deficiencias, en la crítica general del período de tiempo que en 1854 bosquejó, y cuyas tesis le sirvieron posteriormente de fundamento para su Bosquejo histórico de la Casa de Austria y aun para sus últimos Estudios sobre Felipe IV. Esto no sólo revela su gran intuición inicial como futuro historiador, sino que, á decir verdad, esto es lo que valorará siempre la Historia de la decadencia aun sobre las mismas condenaciones de su autor. Aunque su primera obra histórica estuviera únicamente reducida á la hermosa Introducción de que va precedida y al Epílogo que la cierra, resultaría siempre un trabajo del mayor interés para nuestra Historia. El espíritu esencialmente nacional que él quería que de su obra efluyese, efluye de sus juicios, en efecto, con toda la intensidad que impuso andando los años, sobre otros actos propios, cuando los sucesos accidentados de nuestras convulsiones políticas encarnaron en él el papel del gran restaurador de la Monarquía y de la Dinastía, el clausurador del largo litigio de nuestras reformas jurídicas, políticas y sociales y el conciliador potente de todos los intereses rivales por tanto tiempo en lucha y produciendo á la integridad, á la economía y al progreso del país tan hondos males. Su obra, además, tuvo otra importancia: la de despertar entre los hombres de inteligencia el dormido amor de las cosas propias posponiéndolas á las extranjeras, y la de haber iniciado los estudios de regeneración y vindicación de la Historia nacional tan maltrecha desde el fin del siglo XVI, y en cuya restauración habían fracasado hombres tan insignes como el Conde de Campomanes en el siglo XVIII y Tapia, Alcalá Galiano, Donoso Cortés y Martínez de la Rosa en el XIX.
Indudablemente ayudó á la acción de Cánovas á este respecto el estímulo que en España promovió el ejemplo de los extranjeros que de lejanas tierras vinieron á la consulta de nuestros archivos históricos, principalmente los italianos y belgas. Resuelto á profundizar la época más gloriosa que en la Historia ha alcanzado la Monarquía y el poder de España, su primer movimiento fué la acaparación de libros que constituyesen á la vez la Biblioteca especial del historiador y del hombre de Estado é inmediatamente la inspección personal de los Archivos Nacionales, públicos y privados, la revisión de los tesoros diplomáticos y la selección de las series que habían de contribuir al esclarecimiento general de los sucesos de España durante los siglos XVI y XVII, con la razón política que los motivaron, con la discusión jurídica que los debatió, y con los instrumentos armados que siempre resuelven los conflictos de la toga y del gabinete. No existe ya esa Biblioteca, cuyo conjunto solo, formaba la mayor aureola de un grande hombre de Estado y de Gobierno, y cuya dispersión constituye un crimen de lesa nación para los que, pudiendo, no la han evitado6. Más contrayéndonos á la obra inicial de los trabajos históricos de Cánovas, no podrá nunca dejarse de tener en cuenta qué edad tenía el autor cuando la escribió, en qué ambiente de pasiones políticas se influía ya su espíritu, como precoz colaborador de la revolución de 1854, que estalló poco después de la aparición de su obra, qué elementos de ilustración documental aún le ofrecía el atrasado movimiento en que en el curso de los estudios históricos en Europa, después de la reacción contra Napoleón, España aun se encontraba al mediar aquel siglo y la casi total falta de las monografías particulares que tanto ayudan á los trabajos de índole general. Cánovas, como también dejó anunciado en sus cuatro palabras preliminares, no quiso al recibir el encargo que desempeñó, someterse á una simple continuación cronológica de Mariana y Miñana. Su Historia de la decadencia, escrita con mayor libertad, constituyó una verdadera monografía, y singularizándose también en esto, invitaba á seguir su ejemplo al corto número de los que sentían inclinación á los estudios históricos, que en aquel tiempo solo se aprovechaban casi totalmente en el sentido anecdótico para nutrir las creaciones románticas de nuestro teatro renacido con Zorrilla, con Hartzenbuch, con García Gutiérrez y de la novela principiante con Espronceda, con Eguilaz, con Navarro Villoslada y con Fernández y González. Todos estos puntos de vista bajo los cuales hay que juzgar la primera de las obras históricas de Cánovas, la dan, en medio de sus defectos, una importancia considerable, sobre todo, si se tiene presente que, con la única excepción del Duque de San Miguel, que en 1844 ensayó una Historia de Felipe II y del primer Marqués de Pidal que en 1862 publicó la Historia de las alteraciones de Aragón, durante este mismo reinado, de la escuela histórica que con su Historia de la decadencia de España, fundó Cánovas á los veintiséis años de edad, en 1854, salieron después los Rosell, los Janer, los Galindo de Vera, los Manriques, los Barrantes, los Balaguer, los Llorente, los Fernández Guerra, los Fabié, los Fernández Duro, los Rada y Delgado, los Muñoz y Rivero y otros á quienes se deben muchos trabajos serios de renovación.
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No puede tratarse de la primera obra histórica de Cánovas del Castillo, cuando tenía veintiséis años de edad, era estudiante de Derecho, esgrimía como periodista la pluma en La Patria, y entraba en las conjuraciones políticas que tenían por impulsores civiles á D. Joaquín Francisco Pacheco y militares al general don Leopoldo O Donnell, conde de Lucena, sin comparar
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La aleve muerte de Cánovas del Castillo en Santa Agueda no impidió que tuviera hecho testamento. Los que le trataban con intimidad hablaban de sus propósitos para que se perpetuara; pero, al morir, su Biblioteca como sus demás colecciones artísticas y suntuarias y sus bienes todos entraron en el haz común de los derechos de sus herederos legales. Desearon algunos de éstos que la Biblioteca se salvara íntegra, mediante su adquisición, por alguno de los Centros del Estado y principalmente por el Congreso de los Diputados, pues, como decimos, la Biblioteca de Cánovas en todas sus partes era la Biblioteca de un hombre de Estado. Interesáronse en que esta adquisición se llevase á cabo los jefes de todos los partidos y fracciones: Castelar, Sagasta, Pidal, Azcárraga, Silvela, Salmerón, Pi y Margall, Nocedal y Azcárate; pero era Presidente del Congreso el Sr. Romero Robledo, que se opuso terminantemente á la adquisición, pretextando que Cánovas no tenía más que libros incompletos ó de regalo, y el voto de Romero Robledo valió más por su posición accidental que el de los otros. Sobre la importancia de la