Crónica de la conquista de Granada (1 de 2). Washington Irving
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Crónica de la conquista de Granada (1 de 2)
Introduccion
La narracion de los sucesos que marcaron una de las épocas mas brillantes de la historia nacional, las victorias, combates y peligros de una guerra memorable, la conquista, en fin, del reino de Granada, y la subversion del imperio árabe en España, son el objeto y materia de las páginas siguientes.
La imaginacion, seducida por las ideas encantadoras que inspira un argumento tan fecundo y bello, apenas sabe contenerse dentro de los límites de la verdad histórica: las hazañas, las proezas, los grandes hechos de armas que ennoblecen á los actores de la escena, el entusiasmo religioso del cristiano caballero, y el ardoroso valor del sarraceno feroz, son circunstancias que dan á esta época un aspecto heróico y caballeresco, y que arrastran al historiador á las regiones de la ficcion. Pero el célebre Washington Irving, cuya fama se extiende ya desde las selvas de la América setentrional hasta las extremidades de la Europa, tratando este asunto con mano maestra, y con el mismo acierto que todas sus demas producciones, ha sabido evitar este escollo, y exornar su obra con las gracias de un estilo que le es peculiar, dándole un aire romántico, sin desdecir un punto de su carácter de historiador, sin omitir un solo hecho, ni añadir circunstancia alguna que no se halle en las antiguas crónicas y memorias que tratan de la materia.
Parecerá una temeridad haberme yo arrojado á traducir á este autor inimitable. Pero la consideracion de no haberse escrito hasta ahora, que yo sepa, esta historia en particular y con la extension que se merece, y sí solo incidentalmente por algunos autores envejecidos, junto con el deseo de presentar al público español á un escritor cuyas obras están traducidas en casi todos los idiomas menos el castellano, me animó á una empresa acaso superior á mis fuerzas, y digna de mejor pluma.
Por otra parte, los atractivos que parece debe tener para toda clase de lectores la historia de la conquista de Granada, animan á creer que este trabajo merecerá una acogida favorable. El hombre de estado, el literato, el militar, hallarán aqui materia adecuada á sus gustos é inclinaciones; y los que leen por mera curiosidad, no dejarán de experimentar algun placer cuando se les trata de los moros de Granada, de esta nacion de guerreros (como dice Simon de Argote) galanteadores hasta la adoracion, supersticiosos hasta el fanatismo, valientes hasta el frenesí; ni dejarán de contemplar con interés la larga y gloriosa lucha que sostuvieron sus antepasados, (los Aguilares, los Portocarreros, los Ponces de Leon, nombres identificados con las glorias de su pátria) primero que lograsen derrocar el poder colosal del sarraceno, y diesen cima al triunfo mas señalado que jamas alcanzaron las armas españolas.
Si esta traduccion merece la aprobacion del público, tendré por bien empleados mis desvelos; labor ipse voluptas.
CAPÍTULO PRIMERO
Desde la desastrosa época en que la invasion de los árabes y la derrota de don Rodrigo, último Rey de los godos, echaron el sello á la perdicion de España, habian pasado cerca de ochocientos años; y los príncipes cristianos, recobrando sucesivamente los reinos que perdieron, habian reducido el señorío de los moros á solo el territorio de Granada.
Estaba situado este famoso reino en el mediodia de España, confinando por esta parte con el mar mediterráneo, y por la del norte con una cordillera de altas y escarpadas montañas, cuya esterilidad se recompensaba largamente con la pródiga fertilidad de los ricos y profundos valles que abrigaban en su seno.
La ciudad de Granada, ocupando el centro del imperio, descollaba desde la falda de Sierra nevada, y cubria dos alturas y un valle fertilizado por el Darro. Sobre una de estas alturas se eleva el alcázar real de la Alhambra, cuya capacidad es tanta, que pueden alojarse cuarenta mil hombres dentro de sus muros y torreones. Era fama entre los moros, que el Rey que levantó este suntuoso edificio, estaba instruido en las ciencias ocultas, y que el arte de la alquimia le suministró los medios para ocurrir á tan grandes gastos1. Es efectivamente una obra sublime, y acaso superior en su género á cuanto ha producido la magnificencia oriental; pues aun en el dia, el forastero que discurre por sus silenciosos y desiertos patios y desmantelados salones, contempla con admiracion la curiosa labor de sus dorados techos, y el lujo de los adornos, que á pesar del tiempo y sus estragos, conservan todavia su brillantez y hermosura.
Sobre otro cerro, enfrente de la Alhambra, estaba fundada la fortaleza de la Alcazaba, su rival, donde habia un llano espacioso, cubierto de casas y de una poblacion numerosa. Por las faldas de estos cerros se extendia la ciudad, en la que se contaban setenta mil casas, distribuidas en calles angostas y plazuelas, segun era costumbre de los moros. En las casas habia patios y jardines; y en ellos se veian brotar fuentes caudalosas, y florecer el granado, el cidro y el naranjo; y elevándose unos sobre otros los edificios, presentaba esta capital el aspecto singular y embelesador de una ciudad y de un jardin á un mismo tiempo. Estaba la poblacion cercada de altos muros, que tenian tres leguas de circunferencia, con doce puertas, y mil y treinta torres. La elevacion de la ciudad y la proximidad de Sierra nevada, cubierta perpetuamente de nieve, mitigaban los calores excesivos del estío; de suerte, que mientras en otras partes agoviaba y rendia el rigor de la canícula, aqui se gozaba de una temperatura suave, y un aire puro y sano circulaba por las habitaciones de Granada.
Pero la gloria de esta ciudad era su vega, que se extendia por espacio de treinta y siete leguas de circunferencia. Era un jardin de delicias, rodeado de altos cerros, y fertilizado por una multitud de fuentes y manantiales; y el cristalino Jenil deteniendo su curso, lo atravesaba con lento y tortuoso paso. La industria de los moros, habia repartido las aguas de este rio en mil corrientes y arroyuelos, que llevaban un riego abundante por toda la superficie de la llanura. Llegaron en efecto á poner en tanta prosperidad á esta region feliz, que causaba admiracion; esmerándose en añadirle nuevos adornos, asi como un amante se complace en realzar la belleza de su dama. Los cerros estaban coronados de olivares y viñedos, y matizados los valles de huertas y jardines: lozanas mieses doraban el espacioso llano, y cubríanle inmensos plantíos de moreras que producían una finísima seda, al paso que por cualquier lado deleitaban la vista el naranjo, el cidro, la higuera y el granado. Trepando de rama en rama, se veia á la débil vid enlazarse con el álamo robusto, ó bien adornando con sus dorados racimos la rústica cabaña; y el canto perenne del ruiseñor, alegraba á este vergel florido. En una palabra, tan ameno era el suelo, tan puro y apacible el aire, y tan sereno el cielo de esta region deliciosa, que se imaginaban los moros que el paraiso de su Profeta, debia de estar en la parte del cielo sobrepuesta al reino de Granada2.
Se habia dejado á los infieles en posesion de este rico y populoso territorio, bajo la condicion de pagar á los Reyes de Castilla y de Leon, un tributo anual de dos mil doblas de oro, y entregar mil y seiscientos cautivos cristianos, ó en defecto de estos, un número igual de moros, como esclavos; debiendo verificarse la entrega de todo en la ciudad de Córdoba.3
En la época en que principia esta Crónica, Fernando é Isabel, de gloriosa y feliz memoria, reinaban en los reinos unidos de Castilla, Leon y Aragon; y Muley Aben Hazen ocupaba el trono de Granada.
Este Muley Aben Hazen habia sucedido á su padre Ismael en 1465, siendo Rey de Castilla y de Leon don Enrique IV, hermano y predecesor inmediato de la Reina Isabel. Era del esclarecido linage de Mahomed Aben Alamar, el primero de los Reyes moros de Granada, y era el mas poderoso de su línea, pues se habia acrecentado mucho su poder con la pérdida de otros reinos, que los cristianos habian conquistado á los moros, y con haberse acogido á su proteccion muchas ciudades y lugares fuertes de los reinos contiguos á Granada, que no quisieron rendir vasallage á los cristianos. Asi se fueron dilatando los estados de Muley, y tal vino á ser su poblacion y riqueza, cual no habia ejemplo; pues se contaban en ellos catorce ciudades y noventa y siete plazas fuertes, ademas de un gran número de aldeas y lugares abiertos, defendidos por castillos formidables; el espíritu de Aben Hazen creció á la par de su poderío.
El tributo en dinero y cautivos, habia sido pagado puntualmente por Ismael, y aun Muley en una ocasion habia asistido personalmente á su pago en Córdoba. Pero la insolencia y menosprecio que sufrió entonces de los orgullosos castellanos, habian despertado toda
1
Zurita lib. XX. cap. 42.
2
Juan Bolero Renes. Relaciones universales del mundo.
3
Garibay, compend. lib. IV. c. 25.