El Lapso. Ruthy Garcia

El Lapso - Ruthy Garcia


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hubiese conocido la admiraría, se lo aseguro.

      Un deseo interno por saber lo que conocía perfectamente hizo que retrocediera; necesitaba encontrarse con ese pasado inexistente. Era necesario escuchar lo que sabía, porque, aunque resultaba imposible, para él todo aquello era ahora su mundo.

      â€”¿Y qué sucedió con el Innombrable? ¿Por qué dejaron de amarse él y su madre?

      â€”Fue él quien dejó de amarla. Ella le amó. Bueno, fue un tiempo después del matrimonio, pero le amó. Es lo que vale, ¿no? Lo leí en el diario de mi madre.

      â€”Señor Paradize, ¿cómo es posible? Los diarios son privados.

      â€”Lo sé. Cuando ella murió yo era un joven inexperto. Un día me topé con su hermoso libro color rosa. En él escribió que tenía uno anterior, así que indagué entre sus cosas. Al encontrar el anterior, decía lo mismo, que había otro anterior, y así sucesivamente, hasta que en el viejo sótano de la abuela pude encontrar una caja repleta de diarios que databan desde que mi madre era adolescente. Fue mi oportunidad de conocerla en profundidad.

      â€”Me imagino que fue una experiencia desbordante. ¿Cómo se sintió al principio? ¿Cómo reaccionó ante los detalles más íntimos de su madre?

      â€”Si supiera… No había nada morboso en esas líneas, no todas son zorras oportunistas como usted. En aquel libro todo era amor, menos cuando se refería al Innombrable.

      â€”¿Cree que me ofende al llamarme zorra? Algunos creen que ser zorra es malo, pero para mí ser zorra es ser sagaz, inteligente y no dejar que los demás te usen.

      â€”Sus defensas son válidas. Es justo que quiera dar la cara por usted misma.

      â€”¿Y usted? ¿Daría la cara por mí?

      Se acercó a él, que se puso de pie. Ella también. Quedan frente a frente.

      Sus cuerpos se aproximaron lentamente. Él no pudo más. La tomó a la fuerza por la cintura y le dio un beso apasionado, que dejó a aquella mujer fuera de este mundo, viviendo una fantasía que no le correspondía, engañada. Pero no importaba, Lara se sentía genial.

      Ã‰l trató de colocarla sobre el asiento, pero la silla se rompió y ella calló al suelo. Arthur pestañeó y movió la cabeza tratando de entender por qué se había caído.

      Los intentos por ayudarle fueron fallidos, hasta que por fin Lara pudo levantarse.

      â€”¿Cómo pudo suceder? ¿Está bien? ¡Qué torpeza! Lo lamento. —Se miraron con complicidad.

      Allí, mientras su dolorida pierna empezaba a molestarle, ella recordaba su apartamento, la soledad de aquellas insípidas cuatro paredes, el sonido del silencio tortuoso y desesperante, el vacío de aquella gigantesca cama, la posibilidad de la existencia de la nada en su aburrida vida. La verdad no era agradable, saber que debía volver a esa vida llena de vacíos y más que todo lleno de ella, repleto de su ser, de su realidad y de una mujer muy distinta a la que Arthur esperaba.

      Mientras se ponía de pie vino a su mente la primera caída que tuvo. Era un enero lleno de esperanza. Estar en aquella Escuela preparatoria fue en ese momento muy alentador, pero por desgracia las cosas se empañaron con aquel suceso que no le traía buenos recuerdos: caerse frente a Jack Sinclair, el chico más popular y hermoso, fue una gran equivocación. Desde ese día todos se burlaban de ella, sería recordada como la chica que se cayó frente a todos tras resbalar mientras miraba a Jack. Todos se dieron cuenta de que ella estaba enamorada de esa estrella de la preparatoria, un ejemplar masculino lleno de atributos sorprendentes; sin embargo, ella sabía que no estaba a su alcance. Jack la ayudó a levantarse y a evitar que siguieran riéndose de su ropa interior rota. Jack, que era un “caballero”, mandó callar a todos y rescató a la dama en peligro. Levantarse y quedar ambos frente a frente fue más que suficiente para ella. En ese momento estaba convencida: Jack era todo lo que quería. Él sonreía y le tocaba la mejilla, aunque más como una amiga.

      â€” ¿está bien? —dijo, dejando ver la sonrisa infame y peligrosa que había hechizado a muchas chicas en aquella escuela.

      Arthur había notado que durante unos instantes ella se había ido de este mundo. Ignoraba que precisamente ese mundo era toda una pesadilla para ella, que regresar allí no era agradable.

      MEDIA HORA DESPUÉS

      â€”Afortunadamente no se ha roto nada. Habría sido el colmo.

      â€”No se preocupe, ya todo está bien.

      â€”Entonces continuemos.

      â€”¿Qué más quiere saber?

      â€”Hábleme más sobre su madre y el Innombrable… ¿Cómo define la relación entre ambos?

      â€”Frustrada, desigual y tortuosa.

      â€”Un momento, no entiendo. ¿No me había dicho que se amaron?

      â€”Sí, pero fue después de que sus padres les obligaran a casarse por conveniencias económicas. El padre del Innombrable era un importante diplomático canadiense, el de mi madre un empleado de la casa de mi padre.

      â€”Ya entiendo.

      â€”Sí, es confuso, pero fue así. Bueno, así lo relatan los diarios de mi madre.

      â€”¿Qué pasó luego? ¿Tuvo entonces su madre que aprender a amar al Innombrable?

      â€”Así es. Es usted muy lista.

      â€”Dígame una cosa, señor Paradize. Si su madre llegó a amar a su padre, ¿cuál fue el problema entonces?

      â€”Él sabía que ella se casó sin amarlo. Al principio lo ocultó, fue sigiloso. Le halagó con detalles y llenó su vida de emoción, lujos, vanidad. Luego, cuando mi madre estaba perdidamente enamorada, él tiró de la soga. Simplemente dejó de atenderla como antes. Ella lo pasó muy mal. Sus diarios hablan más de dolor y sufrimiento que de amor.

      â€”Es una pena. El innombrable fue… muy cruel.

      â€”¿Escuchaste eso, maldito Innombrable, maltratador de madres, aniquilador de mujeres amadoras, buenas y abnegadas? ¿Lo has escuchado? —gritó Arthur con tono acusador, señalando y mirando al segundo piso.

      â€”¡Cálmese! No creo que pueda escucharle. —Lara bajó la cabeza con tristeza.

      â€”¡Claro que puede! Esta mansión tiene pasadizos secretos en las paredes; además, él tiene un excelente nivel auditivo, lo ha desarrollado durante su encierro.

      â€”Siéntese, por favor. —Se inclinó y le tocó en el brazo para que se volviera a recostar.

      Prosiguió:

      â€”Cuando mi madre pudo por fin quedar embarazada de mí, empezó a ser feliz.

      â€”Bueno, es una alegría saber que uno es el motivo de felicidad de sus padres.

      â€”No, no para el Innombrable. Él más bien me odiaba.

      â€”¡No puede ser! ¿Cómo puede un padre aborrecer a su hijo?

      â€”Sí, tenía miedo de que yo algún día heredara toda esta fortuna, el negocio de la fabricación de cruceros, señorita Nova, es muy retributivo, sus ganancias son sorprendentes.

      â€”Es algo que no creo que concuerde. ¿Está seguro de lo que dice?

      â€”Sí, lo dice claramente, de puño y letra de mi madre.


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