La Igualdad Social y Política y sus Relaciones con la Libertad. Concepción Arenal de García Carrasco
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Concepción Arenal de García Carrasco
La Igualdad Social y Política y sus Relaciones con la Libertad
Publicado por Good Press, 2019
EAN 4057664178732
Índice
INTRODUCCIÓN.[1]
Basta considerar la frecuencia con que se habla de igualdad, el calor con que se discute, la multitud de personas que toman parte en la discusión ó se interesan en ella, la vehemencia con que se ataca y se defiende, la pertinacia con que se afirma ó se niega, la confianza con que se invoca como un medio de salvación, el horror con que se rechaza como una causa de ruina; basta observar estos contrastes, no sólo reproducidos, sino crecientes, para sospechar que la igualdad no es una de esas ideas fugaces que pasan con las circunstancias que las han producido, sino que tiene raíces profundas en la naturaleza del hombre, y es, por lo tanto, un elemento poderoso y permanente de las sociedades humanas.
Esta sospecha se confirma, pasando á convencimiento, al ver en la historia la igualdad luchando con el privilegio; vencida, no exterminada, rebelarse cuando se la creía para siempre bajo el yugo; existir, si no en realidad, en idea y esperanza, y, derecho ó aspiración, aparecer en todo pueblo que tiene poderosos gérmenes de vida.
Aspiración generosa, instinto depravado, impulso ciego, deseo razonable, sueño loco; bajo todas estas formas se presenta la igualdad, ya matrona venerable, con balanza equitativa como la justicia, ya furia, que agita en sus manos rapaces tea incendiaria.
La igualdad en la abyección; la igualdad en el derecho; un populacho vil que quiere pasar, sobre todos, el nivel de su ignominia; un pueblo digno que se opone á que la justicia sea privilegio: el pensador, buen amigo de las multitudes, que procura ilustrarlas; el fanático ó el ambicioso, que las extravía, todos hablan de igualdad, aunque cada uno la comprenda de distinta manera.
Esta diferencia en el modo de concebir una misma cosa se observa en otras muchas; pero tal vez en ninguna es más perceptible que en la igualdad, porque no hay quizás aspiración que tan fácilmente pase de razonable á absurda, cuyos verdaderos límites sean tan fáciles de traspasar, que se ramifique y extienda tanto á todas las esferas de la vida, ni que haga tan estrecha alianza con una pasión implacable y vil: la envidia. La envidia enciende sus rencores y destila su veneno en los individuos y en las multitudes que convierten la igualdad en bandera de exterminio, y por eso son á veces tan sordas á la voz de la razón y á las súplicas de la misericordia.
Estudiando la igualdad en el pasado, no se la ve seguir un curso más ó menos rápido, más ó menos regular; su brillo no crece con las luces de la inteligencia; su marcha no es paralela á la del progreso humano: tiene resplandores de relámpago, movimientos vertiginosos, y á veces cada paso asemeja á una erupción. Esto no es decir que carezca de ley, no; el huracán y la tempestad tienen la suya; pero es considerar cuán difícil ha de ser la observación de un fenómeno relacionado con tantos otros, y que no puede conocerse bien sino conociéndolos todos.
Mas por dificultoso que sea el estudio, parece necesario; la igualdad no se invoca ya por unos pocos, sino por el mayor número; no se limita á una ú otra esfera de la vida, pretende invadirlas todas, y sin saber lo que es, ni los obstáculos que halla, ni el modo de vencerlos, se pretende suprimir el tiempo necesario, el trabajo indispensable, y supliendo la fuerza con la violencia, lograr instantáneamente lo que sólo se realizará en el porvenir, ó lo que no podrá realizarse nunca. Estas aspiraciones las tiene el que padece, con la impaciencia de quien sufre, con la cólera del que halla un remedio ó un alivio que supone negado por la injusticia y el egoísmo. Y no son cientos ni miles, sino millones de cóleras impacientes y doloridas, que piden á la igualdad un recurso para su penuria y una satisfacción para su amor propio. Y estos millones de impacientes iracundos comunican entre sí; es decir, que multiplican su impaciencia y su ira, que, contenida á intervalos, y á intervalos desenfrenada, es amenazadora siempre.
Enfrente de los que esperan en la igualdad están los que la temen, los que ven en ella una cosa monstruosa, imposible, absurda, injusta; un sueño de la fiebre popular, un producto de las malas pasiones de la plebe, ó un medio de explotarlas. Para éstos, la igualdad es sinónimo de anarquía, de caos, de degradación, hasta el punto que igualarse viene á ser rebajarse,