La princesa de papel. Erin Watt
pregunto si se da cuenta de que me está dando más razones para no ser animadora. No pienso dar saltos y agitar los brazos para animar a uno de los capullos Royal.
—Puede —murmuro—. Aunque preferiría concentrarme en los estudios.
Callum entra en la sala de espera de la oficina del director como si hubiese estado allí cientos de veces. Probablemente sea así, porque la secretaria de pelo blanco tras el escritorio lo saluda como si fuesen viejos amigos.
—Señor Royal, me alegra verlo por aquí y que no sea para solucionar un problema.
Callum responde con una sonrisa torcida.
—Qué me va a decir. ¿Está listo François?
—Sí. Los espera dentro.
La reunión con el director va mejor de lo que esperaba. Me pregunto si Callum le habrá dado algo de dinero al tipo para que no haga demasiadas preguntas sobre mí. Pero le debe haber contado algo, porque al principio me pregunta si quiero que me llamen Ella Harper o Ella O’Halloran.
—Harper —respondo con frialdad. No pienso abandonar el apellido de mi madre. Fue ella quien me crio, no Steve O’Halloran.
Me dan el horario, que incluye una clase de gimnasia. A pesar de mis protestas, Callum le cuenta al director Beringer que estoy interesada en hacer las pruebas para ser animadora. Dios, no sé qué tiene este hombre contra la asignatura de Educación Física.
Al terminar, Beringer me estrecha la mano y me dice que mi guía me espera en el vestíbulo para darme un tour rápido. Miro asustada a Callum, pero él no se da cuenta; está demasiado ocupado hablando de lo complicado que es el hoyo nueve. Por lo visto Beringer y él juegan al golf juntos, y cuando se despide de mí me informa de que Durand traerá el coche dentro de una hora.
Yo me muerdo el labio y salgo del despacho. No sé cómo sentirme con respecto a este colegio. Me han dicho que es académicamente excelente. Pero todo lo demás… los uniformes, los edificios sofisticados… no estoy hecha para estar aquí. Yo ya lo sé, y mis pensamientos se confirman cuando conozco a mi guía.
Lleva una falda azul marina y una camisa blanca que conforman el uniforme, y todo en ella rezuma dinero, desde su pelo perfectamente arreglado hasta su manicura francesa. Se presenta como Savannah Montgomery, «sí, esos Montgomery» dice a propósito, como si eso fuese a ponerme al tanto. Sigo sin saber quién es.
Está en penúltimo curso, como yo, y me mira de arriba abajo durante unos veinte segundos. Se le arruga la nariz al ver mis vaqueros estrechos, mi camiseta, las botas militares, mi pelo, mis uñas sin cuidar y el maquillaje aplicado con prisa.
—Te enviarán los uniformes a casa este fin de semana —me informa—. La falda no es negociable, pero se puede cambiar el largo del dobladillo. —Me guiña el ojo y se alisa la falda, que apenas le cubre los muslos. Las chicas que he visto por el pasillo llevaban las faldas hasta la rodilla.
—¿Qué, si le haces una mamada a los profesores te dejan acortar la falda? —pregunto educadamente.
Savannah abre los ojos de color azul claro como platos. Después ríe incómoda.
—Eh, no. Simplemente pásale uno de cien a Beringer si uno de los profesores se queja y mirará para otro lado.
Debe de estar bien vivir en un mundo donde puedes pasar«uno de cien» a la gente. Yo soy una chica de un dólar. Esos eran los que nos metían en el tanga.
Decido no contarle eso a Savannah.
—Bueno, te enseñaré esto —dice, pero en apenas un minuto me doy cuenta de que no está interesada en hacer de guía. Quiere información.
—Una clase, otra clase, el baño de las chicas. —Señala varias puertas con su delicado dedo mientras caminamos por el pasillo—. ¿Entonces Callum Royal es tu tutor legal? Otra clase, otra más, la sala de profesores de penúltimo año… ¿Por qué?
Respondo con frialdad:
—Conocía a mi padre.
—El socio de Callum, ¿verdad? Mis padres estuvieron en su funeral. —Savannah se echa el pelo castaño hacia atrás y abre unas puertas—. Las clases de los de primer año —comenta—. No pasarás mucho tiempo aquí. Las de segundo año están en el ala este. Así que vives con los Royal, ¿eh?
—Sí. —No añado nada más.
Pasamos rápidamente por una larga fila de taquillas que no se parecen en nada a las estrechas taquillas oxidadas de los institutos públicos a los que he asistido a lo largo de los años. Estas son de color azul marino e igual de anchas que tres normales. Brillan por los rayos de sol que se cuelan por las ventanas del pasillo.
Antes de darme cuenta salimos y andamos por un camino adoquinado y bordeado de árboles que dan sombra. Savannah señala otro edificio cubierto de hiedra.
—Ese es el ala de los de penúltimo año. Todas tus clases se impartirán allí. Excepto Educación Física: el gimnasio está en el campo sur.
Ala este. Campo sur. Este colegio es ridículo.
—¿Ya has conocido a todos los chicos? —Se detiene en mitad del camino y fija sus ojos oscuros y astutos en mi cara. Me vuelve a estudiar.
—Sí. —La miro a los ojos directamente—. No me han impresionado.
Savannah ríe, sorprendida.
—Entonces eres parte de la minoría. —Su cara vuelve a adquirir una expresión seria—. Lo primero que debes saber sobre Astor Park es que los Royal controlan este sitio, Eleanor.
—Ella —la corrijo.
Ella gesticula con la mano.
—Lo que sea. Ellos ponen las reglas. Ellos las hacen cumplir.
—Y todos vosotros los obedecéis como buenas ovejitas.
Sus labios se contraen en una pequeña mueca.
—Si no lo haces, pasarás cuatro años horribles.
—Bueno, pues me importan un comino sus reglas —respondo sacudiéndome de hombros—. Puede que viva en su casa, pero ni los conozco ni quiero hacerlo. Solo estoy aquí para terminar mis estudios.
—De acuerdo, supongo que es hora de que te dé otra lección sobre Astor —responde, y echa los hombros hacia atrás—. La única razón por la que soy amable contigo…
Espera, ¿para ella esto es ser amable?
—… es porque Reed todavía no ha emitido el decreto Royal.
Levanto una ceja.
—¿Y eso qué significa?
—Significa que basta que diga una palabra para que no seas nadie aquí. Insignificante. Invisible. O peor.
Me echo a reír.
—¿Se supone que me tiene que asustar?
—No, es la verdad. Hemos estado esperando que aparecieras. Nos han avisado y ordenado que no hagamos nada hasta nueva orden.
—¿Quién? ¿Reed? ¿El rey de Astor Park? Vaya, mira como tiemblo.
—Todavía no han tomado una decisión respecto a ti. Aunque lo harán pronto. Te conozco desde hace cinco minutos y ya sé cuál será. —Sonríe de forma burlona—. Las mujeres tenemos un sexto sentido. No nos lleva mucho tiempo saber a quién nos enfrentamos.
Le devuelvo la sonrisa.
—No, es cierto.
El choque de miradas solo dura varios segundos. Lo suficiente para transmitirle que me importan una mierda ella, Reed y la jerarquía social que obedece. Después, Savannah se echa el pelo hacia atrás de nuevo y me sonríe.
—Vamos, Eleanor, deja que te muestre el campo de fútbol americano. ¿Sabes que es lo más novedoso en