La princesa de papel. Erin Watt
iréis esta noche? —pregunta Callum en tono informal.
Al principio nadie dice nada. Los jóvenes miran a Reed, que se encuentra apoyado contra un taburete con un pie en el suelo y el otro en el travesaño más bajo. Gideon está tras la barra con las manos sobre la encimera, observando todo.
—¿Gideon? —apunta Callum.
Su hijo mayor se encoge de hombros.
—Jordan Carrington da una fiesta.
Reed se gira y frunce el ceño hacia Gideon como si fuese un traidor.
—Llevaos a Ella a la fiesta —ordena su padre—. Le irá bien conocer a sus nuevos compañeros.
—Habrá alcohol, drogas y sexo —se burla Reed—. ¿De verdad quieres que vaya?
—Preferiría quedarme en casa esta noche —murmuro, pero nadie me escucha.
—Entonces los cinco cuidaréis de ella. Ahora es vuestra hermana.
Callum cruza los brazos sobre el pecho. Están librando una competición de poder, y él quiere ganar. Poco parece importarle la parte de «alcohol, drogas y sexo». Genial. Esto es verdaderamente fantástico.
—Vaya, ¿la has adoptado? —pregunta Reed con sarcasmo—. Supongo que no debería sorprendernos. Hacer cosas sin decirnos nada es tu modus operandi, ¿verdad papá?
—No quiero ir a la fiesta —interrumpo—. Estoy cansada. Me apetece quedarme en casa.
—Buena idea, Ella. —Callum descruza los brazos y coloca uno sobre mi hombro—. Entonces veremos una película.
La mandíbula de Reed se mueve con un tic nervioso.
—Tú ganas. Puede venir con nosotros. Salimos a las ocho.
Callum retira el brazo. No es tan despistado como pensé. Los chicos no quieren que se quede a solas conmigo, y Callum lo sabe.
Reed fija sus ojos azul metálico de Reed en mí.
—Será mejor que subas y te arregles, hermanita. No puedes arruinar tu gran debut yendo vestida así.
—Reed —le advierte Callum.
Su hijo parece la inocencia personificada.
—Solo intento ayudar.
Desde su posición al lado de la mesa de billar, Easton parece reprimir una sonrisa. Gideon se muestra resignado y los gemelos nos ignoran a todos.
El pánico me invade y me estremezco. Las fiestas de instituto a las que he acudido, todas ellas, eran de etiqueta informal, de vaqueros y camiseta. Claro que las chicas se vestían de forma provocativa, pero no se arreglaban en exceso. Quiero preguntar cómo de elegante será la fiesta, pero no quiero dar a los hermanos Royal la satisfacción de saber que me siento totalmente fuera de lugar.
Como quedan quince minutos para las ocho, subo a mi habitación y encuentro todas las bolsas puestas en fila al final de la cama. Tengo las advertencias de Savannah en mente. Si voy a quedarme dos años aquí, necesito causar buena impresión. Y también me planteo otra cosa… ¿por qué narices me importa? No necesito gustar a esta gente, solo graduarme.
Pero me importa. Me odio por ello, pero no puedo luchar ante la necesidad acuciante de intentarlo. De intentar encajar. De intentar que esta experiencia académica sea diferente al resto.
Hace calor, así que decido vestirme con una falda corta de color azul marino y un top blanco y azul claro hecho de seda y algodón. Cuesta tanto como la sección entera de ropa de Walmart, pero es muy bonita, y suspiro cuando me la pongo.
En otra bolsa encuentro un par de manoletinas de color azul marino con un cinturón con una hebilla ancha y plateada retro. Me peino y me recojo los largos mechones en una coleta, pero después decido dejarlo suelto. Me coloco una diadema plateada que Brooke me ha hecho comprar; «los accesorios son obligatorios», insistió, por lo que tengo una bolsa llena de pulseras, colgantes, bufandas y bolsos.
En el baño, abro el kit de maquillaje y me lo aplico para que parezca lo más natural posible. Intento conseguir un look inocente y espero que en mi solicitud no apareciese el tiempo que pasé trabajando en bares y locales nocturnos. No estoy acostumbrada a las fiestas de instituto. Sí a trabajar con treintañeros que fingen tener diez años menos y cuyo lema es que si no te pones tres capas de maquillaje es que no te esfuerzas.
Examino mi reflejo en el espejo al terminar y veo a una desconocida. Parezco una estirada formal. Parezco Savannah Montgomery, no Ella Harper. Pero puede que eso sea algo bueno.
Sin embargo, no hay nada que me anime en la respuesta que obtengo unos minutos después, cuando veo a los hermanos Royal en la zona de acceso para los coches. Gideon parece sorprendido por mi apariencia. Los gemelos y Easton resoplan, divertidos. Reed sonríe con suficiencia.
¿He dicho ya que llevan vaqueros de cintura baja y camisetas ceñidas?
Los capullos me la han jugado.
—Vamos a una fiesta, hermanita, no a tomar el té con la reina. —La voz profunda de Reed no me hace sentir un cosquilleo esta vez. Vuelve a burlarse de mí, y lo disfruta.
—¿Podéis esperar cinco minutos para que me cambie? —pregunto con firmeza.
—No. Hora de irse. —Se dirige hacia uno de los todoterrenos sin mirar atrás.
Gideon me vuelve a mirar y después posa la mirada en su hermano. Suspira y sigue a Reed en dirección al coche.
La fiesta es en una casa lejos de la costa. Easton me lleva. El resto ya se ha ido y él no parece alegrarse de ser al que le toca quedarse conmigo. No habla mucho durante el trayecto. Tampoco enciende la radio, así que el silencio hace que sea un viaje incómodo.
No me mira hasta llegar a la entrada principal de una mansión de tres plantas.
—Bonita diadema.
No cedo al impulso de borrar la engreída sonrisa de su engreída cara.
—Gracias. Ha costado ciento treinta pavos. Cortesía de la mágica tarjeta negra de tu padre.
Eso hace que sus ojos se oscurezcan.
—Cuidado, Ella.
Sonrío y llevo la mano hacia la manilla de la puerta.
—Gracias por traerme, Easton.
Reed y Gideon están de espaldas en la entrada columnada de la casa, enfrascados en una conversación en voz baja. Oigo que Gideon suelta un taco y después dice: «No es buena idea, hermano. No durante la temporada».
—¿Y a ti qué coño te importa? —murmura Reed—. Has dejado claro de qué lado estás, y ya no es del nuestro.
—Eres mi hermano y me preocupo por… —Se calla cuando se da cuenta de que me acerco.
Ambos se tensan y después Reed se da la vuelta para saludarme. Con saludarme quiero decir que me suelta una lista de lo que puedo y no puedo hacer en la fiesta.
—Es la casa de Jordan. Sus padres trabajan con hoteles. No te emborraches. No eches por tierra el apellido Royal. No te quedes cerca de nosotros. No utilices el apellido Royal para conseguir algo. Actúa como una puta y te echaremos a patadas. Gid dice que tu madre era prostituta. No intentes nada de eso aquí, ¿entendido?
Los famosos decretos de los Royal.
—Que te den, Royal. No era una prostituta, a menos que bailar sea tu versión de acostarte con alguien, y si tu vida sexual es así, debe de ser horrible. —Mi mirada rebelde choca con sus ojos fríos—. Haz lo que te dé la gana. Eres un aficionado comparado con lo que he vivido.
Paso por delante de los hermanos Royal y entro como si fuese la dueña de la casa para después arrepentirme de inmediato, porque toda la gente que está en la entrada se gira para mirarme. El martilleo del ritmo de la música hace eco por toda la casa,