La princesa de papel. Erin Watt
se lleva un botellín de cerveza a los labios.
Lucho contra el impulso de salir corriendo; o me acobardo y soy un objetivo durante los próximos dos años o lo afronto con descaro. Lo mejor que puedo hacer es ser atrevida cuando lo necesite y mezclarme entre la gente cuando tenga la oportunidad. No soy el perrito de nadie, pero tampoco necesito destacar.
Así que sonrío educadamente ante sus miradas y cuando sus ojos se fijan en los Royal, detrás de mí, aprovecho para meterme en el pasillo más próximo. Continúo por él hasta que encuentro un rincón en silencio, un pequeño espacio entre las sombras al final del pasillo. Aunque parece el sitio perfecto para darse el lote con alguien, está vacío.
—Todavía es pronto —dice una chica, y yo pego un bote, sorprendida—. Pero aunque fuese más tarde, esta parte de la casa siempre está vacía.
—Dios, no te había visto. —Me llevo una mano al corazón, que late desbocado.
—Me lo dicen a menudo.
Al tiempo que mis ojos se acostumbran a la oscuridad vislumbro un sillón en la esquina. La chica sentada en él se pone de pie. Es bajita, tiene el pelo negro, que le llega hasta la barbilla, y un pequeño lunar sobre el labio superior. Y unas curvas por las que mataría.
—Soy Valerie Carrington.
¿La hermana de Jordan?
—Yo…
—Ella Royal —me interrumpe.
—Harper, de hecho. —Miro a su alrededor. ¿Estaba leyendo con una linterna? Veo un teléfono sobre una mesita al lado de la silla. ¿Mandaba mensajes a su novio?—. ¿Te estás escondiendo?
—Sí. Te ofrecería un asiento, pero solo hay uno.
—Sé por qué me escondo —digo con vergonzosa sinceridad—. Pero, ¿cuál es tu excusa? Si eres una Carrington, vives aquí, ¿no?
Valerie ríe.
—Soy la prima lejana pobre de Jordan. Una obra de caridad.
Y apuesto a que Jordan no deja que se olvide de ello.
—Esconderse no es malo. Si escapas, vives para luchar otro día. Al menos esa es mi teoría. —Me encojo de hombros.
—¿Por qué te escondes? Ahora eres una Royal. —Hay un pequeño matiz de burla en su voz que hace que me defienda.
—¿Igual que tú una Carrington?
Valerie frunce el ceño.
—Ya lo pillo.
Me paso una mano por la frente y me siento como una completa estúpida.
—Lo siento, no pretendía hablarte así. Han sido un par de días largos, estoy cansadísima y me siento fuera de lugar.
Valerie inclina la cabeza y me observa durante varios segundos.
—Vale, Ella Harper. —Pone énfasis en mi nombre, como si fuese la pipa de la paz—. Busquemos algo que te espabile. ¿Sabes bailar?
—Sí, más o menos, supongo. Iba a clases de baile de pequeña.
—Entonces esto será divertido. Ven.
Me guía por el pasillo, hacia unas escaleras.
—Por favor, dime que no tienes que dormir en una alacena debajo de la escalera.
—¡Ja! No. Tengo una habitación arriba. Estos son los cuartos del servicio. El hijo del ama de llaves es amigo mío. Se ha ido a la universidad y ha dejado aquí sus juegos. Jugábamos todo el tiempo, incluido al DDR.
—No tengo ni idea de qué es eso —confieso. Mamá y yo ni siquiera teníamos televisión cuando vivíamos en ese último lugar de Seattle.
—Dance Dance Revolution. Tienes que hacer los movimientos que aparecen en la pantalla y te puntúan según lo bien que bailes. Se me da bastante bien, pero si tienes algo de experiencia de baile entonces no será una aniquilación total.
Cuando me sonríe, estoy a punto de abrazarla porque hace mucho tiempo que no tengo una amiga. Ni siquiera me había dado cuenta de que necesitaba una hasta este momento.
—Tam era terrible —admite.
El tono de su voz me dice que lo echa de menos. Mucho.
—¿Vuelve a menudo? —Pienso en Gideon, que ha vuelto después de un par de semanas de universidad.
—No. No tiene coche así que no nos veremos hasta Acción de Gracias. Cuando su madre vaya a verlo iré con ella. —Casi salta del entusiasmo al mencionar el viaje—. Pero algún día tendrá uno.
—¿Es tu novio?
—Sí. —Me lanza una mirada acusadora—. ¿Por qué? ¿Algún problema?
Alzo las manos en señal de rendición.
—Claro que no. Simplemente tenía curiosidad.
Ella asiente y abre la puerta de una pequeña habitación con una cama bien hecha y una televisión de tamaño normal.
—Entonces, ¿cómo son los Royal en casa? —pregunta mientras enciende el juego.
—Simpáticos —miento.
—¿En serio? —Parece incrédula—. Porque no han sido agradables contigo. Ni cuando han hablado de ti.
Una especie de sentimiento de lealtad inapropiado hacia esos capullos hace que conteste:
—Bueno, están cambiando de opinión. —Repito las palabras de Callum, pero no suenan más creíbles al decirlas yo. Intento cambiar de tema y doy un golpecito a la televisión—. ¿Preparada para bailar?
—Sí. —Valerie acepta que cambie de tema con facilidad. Saca dos bebidas a base de vino, zumo y fruta de una mininevera y me da una—. Brindemos por escondernos y aun así pasarlo bien.
El juego es pan comido. Es demasiado fácil para ambas. Valerie es una bailarina genial, pero yo crecí en este ambiente y no hay movimiento de caderas o de brazos que se me resista. Valerie decide que necesitamos aumentar el nivel de dificultad así que pausa el juego y empezamos a beber. Mientras bebemos, sus movimientos son cada vez más terribles, pero el alcohol es como magia para mí y la música toma el control.
—Vaya, chica, sí que sabes moverte —dice en un tono burlón—. Deberías presentarte a alguno de esos programas de baile de la televisión.
—No. —Doy otro trago a mi bebida—. No me interesa salir en televisión.
—Bueno, pues debería. Es decir, mírate. Estás guapa incluso con ese modelito de zorrilla rica. Y con tus movimientos, serías una estrella.
—No me interesa —repito.
Valerie ríe.
—Vale, como quieras. ¡Voy al baño!
Yo también río mientras ella se aleja de la pantalla en mitad de la canción para ir al servicio. Tiene una cantidad de energía asombrosa, y me cae bien. Hago una nota mental de preguntarle si también va al Astor Park. Estaría bien tener una amiga allí cuando empiece el lunes. Pero entonces la canción de la pantalla cambia y la música vuelve a hechizarme.
Mientras Valerie está en el baño, la canción Touch Myself de Divinyls empieza a sonar y yo comienzo a bailar, no siguiendo los movimientos que indica el juego, sino con mis propios pasos. Un impecable baile seductor. Uno que hace que mi sangre palpite y que las manos comiencen a sudarme.
La imagen inoportuna del atractivo cuerpo de Reed y sus ojos azules aparece frente a mí. Maldita sea, el muy capullo ha invadido mis pensamientos, y soy incapaz de no acordarme de él. Cierro los ojos e imagino que me recorre las caderas con las manos y me acerca a él. Coloca la pierna entre las mías…
Se enciende la luz y me detengo de golpe.
—¿Dónde