El príncipe roto. Erin Watt

El príncipe roto - Erin Watt


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solucionar mis problemas. Las chicas no te desean, así que las drogas. Ese es tu modus operandi, ¿verdad?

      —Ella me deseaba.

      —No me gusta oírte pronunciar su nombre. —Doy un paso hacia delante—. Deberías olvidarte de su nombre.

      —¿O qué? ¿Vamos a batirnos en duelo hasta morir?

      Abre los brazos a modo de invitación para que la audiencia ría con él, pero o lo odian o me temen a mí, porque apenas se oye una risita nerviosa como respuesta.

      —No, creo que eres un deshecho humano. Sería más útil que el oxígeno que respiras saliera del culo de cualquier otra persona. No puedo matarte. Por razones legales y todo eso… pero puedo hacerte daño. Puedo hacer que cada momento de tu vida sea un infierno —digo como si nada—. Deberías irte de este colegio, tío. Nadie te quiere aquí.

      Daniel jadea ligeramente.

      —Es a ti a quien nadie quiere —se mofa.

      Mira de nuevo a la multitud en busca de apoyo, pero los ojos de la gente están fijos en el baño de sangre que quizá tenga lugar. Se acercan y empujan a Daniel hacia delante.

      El cobarde que hay dentro de él aparece. Me lanza su teléfono y la carcasa me golpea en la frente. Los estudiantes ahogan un grito. Algo cálido y cobrizo se desliza por mi rostro, me nubla la vista y me empapa los labios.

      Podría pegarle un puñetazo. Sería sencillo. Pero quiero que sufra de verdad. Quiero que ambos suframos. Así que lo agarro de los hombros y estampo mi frente contra la suya.

      Mi sangre pinta su semblante y yo sonrío de satisfacción.

      —Ahora estás mucho más guapo. Veamos qué otros trucos de magia tengo para ti.

      Entonces le pego una buena bofetada.

      Daniel enrojece de ira, más por el desdén en mi golpe que por el dolor. Las bofetadas son el arma que utilizan las chicas, no los hombres. Entonces, le doy otra torta en la cara y el golpe resuena. Daniel retrocede, pero no es capaz de alejarse mucho, porque las taquillas lo detienen.

      Sonrío de oreja a oreja mientras doy otro paso hacia él y lo vuelvo a abofetear. Él me bloquea con su mano y deja todo el lado izquierdo descubierto. Le propino dos golpes en el lado izquierdo de la cara antes de retroceder.

      —Pégame —grita—. Pégame. ¡Usa los puños!

      Esbozo una sonrisa todavía más amplia.

      —No te mereces que te destroce con los puños. Solo los uso con hombres.

      Le vuelvo a dar una bofetada, esta vez lo bastante fuerte como para lacerar su piel. La sangre aparece alrededor de la herida, pero eso no satisface mi sed de venganza. Le estampo una mano en un oído y luego en el otro. Él intenta defenderse débilmente.

      Entonces, Daniel tuerce la boca y reúne saliva. Me muevo a la izquierda para evitar el escupitajo que suelta. Asqueado, lo agarro del pelo y le estampo la cara contra la taquilla.

      —Cuando Ella vuelva, no va a querer ver a mierdas como tú por aquí, así que o te vas o aprendes a hacerte invisible, porque no quiero volver a verte u oírte.

      No espero a escuchar su respuesta. Le estampo de nuevo la frente contra la taquilla de metal y lo suelto.

      Él trastabilla y se desmorona. Ochenta kilos de imbecilidad que caen al suelo cual juguete viejo.

      Me giro y encuentro a Wade a mi espalda.

      —Pensé que no te importaba —murmura.

      La sonrisa que le dedico debe de ser feroz porque todos menos Wade y su estoica sombra, Hunter, dan un paso hacia atrás.

      Me inclino y cojo el teléfono de Daniel del suelo, luego le doy la vuelta y lo agarro de la mano, inmóvil. Presiono su pulgar contra el botón de inicio y luego marco el número de mi padre.

      —Callum Royal —responde con impaciencia.

      —Hola, papá. Vas a tener que venir al instituto.

      —¿Reed? ¿Desde qué número me estás llamando?

      —Desde el de Daniel Delacorte. El hijo del juez Delacorte. Es mejor que traigas el talonario. Le he dado una buena tunda. Se lo ha buscado él solo, eso sí, y literalmente —digo, animado.

      Cuelgo y me paso una mano por la cara. La sangre emana del corte y se me mete en el ojo. Paso por encima del cuerpo de Daniel y arrastro las palabras cuando me despido de Wade y Hunter:

      —Hasta luego, chicos.

      Le asiento al enorme y silencioso defensa.

      Me devuelve el gesto levantando el mentón en mi dirección y me dirijo al exterior para que me dé un poco el aire.

      ***

      Papá está que echa espuma por la boca cuando aparece en la sala de espera de la oficina del director Beringer. No hace ningún comentario sobre mi frente ensangrentada. Solo me agarra por las solapas de la americana y acerca mi rostro al suyo.

      —Esto tiene que parar —susurra.

      Me deshago de él y contesto:

      —Relájate. Llevo sin meterme en una pelea desde hace un año.

      —¿Quieres una medalla? ¿Una palmadita en la espalda? Joder, Reed… ¿Cuántas veces tiene que repetirse esta misma historia? ¿Cuántos malditos cheques voy a tener que firmar antes de que espabiles?

      Lo miro fijamente a los ojos.

      —Daniel Delacorte drogó a Ella en una fiesta e intentó violarla.

      Mi padre inhala aire de golpe.

      —Señor Royal.

      Nos giramos y vemos a la secretaria de Beringer en el umbral de la puerta de la oficina del director.

      —El señor Beringer ya puede recibirlos —nos informa con frialdad.

      Mi padre pasa junto a mí, gira la cabeza y me dice:

      —Quédate aquí. Ya me ocupo yo de esto.

      Intento esconder mi satisfacción. Voy a salir de aquí y mi padre va a encargarse de arreglar mi cagada. De puta madre. Aunque no es que lo considere una cagada. Delacorte se lo merecía. De hecho, se lo merecía desde la noche en que intentó hacer daño a Ella, pero me distraje a la hora de cobrarme la venganza porque estaba demasiado ocupado enamorándome de ella.

      Planto el trasero otra vez en una de las sillas de la sala de espera y evito a conciencia las miradas de reproche que la secretaria de Beringer me lanza.

      La reunión de mi padre con Beringer dura menos de diez minutos. Siete, si el reloj sobre la puerta es preciso. Cuando sale de la oficina, sus ojos destellan con un brillo triunfal que normalmente aparece cuando ha cerrado un buen trato.

      —Solucionado —me dice, y luego me indica que lo siga—. Vuelve a clase, pero asegúrate de que vuelves derechito a casa tras las clases. Y tus hermanos también. No hagáis paradas innecesarias. Necesito que volváis a casa lo antes posible.

      Me tenso enseguida.

      —¿Por qué? ¿Qué pasa?

      —Iba a esperar hasta después de clase para decíroslo, pero… ya que estoy aquí… —Mi padre se detiene en medio del enorme recibidor de madera—. El investigador privado ha encontrado a Ella.

      Mi padre sale por la puerta de entrada antes de que pueda procesar la bomba que acaba de soltar. Me ha dejado conmocionado.

      Capítulo 8

      Ella

      El autobús llega a Bayview demasiado pronto. No estoy preparada. Pero sé que nunca lo estaré. Me siento traicionada por Reed. La ira y la decepción corren por mis venas como si fueran alquitrán y atacan lo


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