Ceniza. Carlos Vásquez


Ceniza - Carlos Vásquez


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      Ceniza

      Carlos Vásquez

      Poesía

      Editorial Universidad de Antioquia®

      Colección Poesía

      © Carlos Vásquez

      © Editorial Universidad de Antioquia®

      ISBN 978-958-714-940-1

      ISBNe 978-958-714-941-8

      Primera edición: febrero de 2020

      Motivo de cubierta: Fotografía de Diego A. Atehortúa

      Hecho en Colombia / Made in Colombia

      Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia

      Editorial Universidad de Antioquia®

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      Para Ángela

      rebaño mudo innumerable

      Primo Levi

      I

      Raspo mis huesos, no sé dónde lleve mi sangre. Busco y llamo, imploro y no hallo mis dedos. Ese rostro qué guarda, esa mirada qué aire respira. Rompo mis aldabas y escribo el dolor.

      Delgado árbol, me planto en la orilla; no tan lejos que la sequía me queme. Sabré esperar el agua, el vertedero en hojas disperso. Habré de sostenerme en vientos callados, en hierbas leves reclino mi espalda. En tu nombre me envuelvo. No aquietaré la ansiedad de mi lecho.

      Por breves peñas caigo, paraje entre palabras heladas. El silencio asalta mi boca, en la ternura de tu lecho reposo. El aire entra y no me atrevo a llamar.

      Acuérdate de mí, no me sueltes cuando llegue el momento. Indícame cómo aquieto el sendero. Dejo abierto el portón, no te ofusques no pierdas paciencia. Soy tu aldaba. No me olvides en hora siniestra.

      Me desvelo en angustia, como un niño en desgracia me abrazo. En la desolación de mi único lecho. Dame a beber la hora, el minuto callado, lo que digas me sirva de alero. No quiero sufrir y entender, soltarme si lo pides y no tener que rasgarte.

      Hay una peña, una dócil ladera protege mi patio. No hay vecindad, la montaña es mi señor. Al humo confío mi sala. Oigo pasos en vela, la noche es larga y aquieta.

      Abro una brecha, con mis uñas raspo la piedra. Caigo en pendiente, ni mi angustia tocará la pared. Es raudo el pasaje, estoy a un paso de perder mi morada. Mi cara se cierra, lo que queda por decir me despierta.

      Estrecha vereda, deshago el fangoso camino, mi casa parpadea. Recojo los pasos, no hay animales en mi lar. Aguas dormidas apuran mis pies, la ventana se escurre en tinieblas.

      Acechan mi mesa los malhechores. La rosa que planté reclama justicia. La noche se quiebra, arañan mi nombre los desterrados. Mi patio se llena de asedio, el cielo blande quebrados cuchillos.

      Aguas perdidas por los corredores. Mi casa sufre, mi pequeña huerta se duele. Los perros de la misericordia muerden mis plantas.

      Hoy es día de encuentro, a cada uno pedí que viniera. Arden mis muros blancos, hoy es día de rememoración. Mi cerca convida y mi pequeña montaña pule mi hogar. Qué palabras arrullaré, pido a mis labios consolar a los muertos.

      Me amenazan, me cercan con gritos, no podemos enderezar lo torcido. Nadie escucha la vara, cada uno rema en ventiscas. La noche de los sables no acaba, la sangre no quiere tenerse. Enciende cuerpo, protege solitaria envoltura. Siembran los labios, la noche arrecia su agua clemente.

      Falta un día, no sé qué pise en mi ronca vereda. Tengo que entrar, preguntar a la tierra y pedir al que sabe; en la noche sigilosa llegar hasta el prado, resbalar hasta el foso. Salvar a alguien.

      Mi grito me despertó y era ciego. Con mis nudillos escarbé las paredes, aparté al que cerraba mi cuello. No puedo moverme, el aire araña mis pulmones. Estoy a punto de desatar el cerrojo. Acuna mis manos, no dejes que agonice de sed.

      En los rincones de mi hogar hay muchedumbres, invasores se cuelan por los solares. Era mi casa y al otro lado, separados por alambres, hierbales dormidos. Yo cavaba, pensaba en la estación y la siembra; una fosa entre el árbol y yo. Ni un solo grito. No conozco ninguna persona.

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