No te daré mi voto. Miguel Ángel Martínez López
Uno es capaz de prever algunas posibles consecuencias, pero muchas de nuestras actuaciones (y de nuestras omisiones) desatan consecuencias que no hemos previsto o incluso contrarias a las queridas. Esto sucede sobre todo en el ámbito de la política, en el que el político dicta leyes buscando unos objetivos determinados (por ejemplo facilitar el acceso a la vivienda a los jóvenes o incentivar el ingreso en el mercado de trabajo a los que están en el paro). En el ámbito individual somos seres responsables pero también es verdad que no podemos prever todo lo que se derivará de nuestra actuación de una manera supermatemática. Y desde luego que la práctica del bien engendrará más bien. Podemos traer aquí a colación una conocida máxima de San Juan de la Cruz: donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor[16].
El tema de la justicia de Dios también aparece en la novela. Es la idea de que en este mundo llegamos a sentir insatisfacción en el sentido de que no podemos encontrar una respuesta a todas nuestras necesidades y entre ellas, además de la ser amados en plenitud, figura con luz propia la de la justicia. No hace falta comentar cómo se resuelve (cuando se resuelve, claro está) la práctica de la justicia humana, pues basta con echar una ojeada a los periódicos y escuchar las noticias. Recuerdo que una de las ideas que más me sorprendió cuando leí la penúltima encíclica de Benedicto XVI, titulada Spe Salvi, fue, precisamente, que la necesidad de que se haga justicia es el argumento más fuerte para creer en la vida eterna. Merece la pena transcribir un pequeño párrafo de esa encíclica: “Estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte a favor de la fe en la vida eterna. La necesidad meramente individual de una satisfacción plena que se nos niega en esta vida, de la inmortalidad del amor que esperamos, es ciertamente un motivo importante para creer que le hombre esté hecho para la eternidad; pero sólo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva”[17].
Al hilo de esta cuestión la Iglesia ha insistido, precisamente, en la existencia de que el juicio tendrá un desdoblamiento: el primero o juicio particular será a la hora de la muerte, donde cada uno recibe el premio o el castigo por lo que ha realizado, y el segundo o juicio universal será con motivo la de segunda venida de Cristo (la llamada Parusía, que se vincula con el fin del mundo), donde Jesucristo pronunciará “su palabra definitiva sobre toda la historia” y se verán todas las consecuencias de lo que uno ha hecho o haya dejado de hacer durante su vida terrena (CEC, 1039 y 1040). De este modo, en este último juicio se pondrá de relieve las posibles consecuencias cósmicas o la influencia o la relación de nuestras acciones con las de los demás[18], porque no somos átomos alojados en nuestra propia individualidad. Porque todo lo que hacemos (y lo que dejamos de hacer) tiene unas enormes ramificaciones que, de forma consciente o no, salpican a los demás…
IV
No te daré mi voto es una novela muy bien escrita. Es un texto ágil, de lectura rápida, en el que predominan los diálogos entremezclados con reflexiones.
El factor del tiempo es importante. Ya el título de los capítulos alude a los distintos meses en los que se van desarrollando las diferentes tramas que circulan por ese pequeño mundo que ofrece la novela (empieza en septiembre de 2005 y termina en diciembre de 2007). La evolución del tiempo se anuncia ya en el encabezamiento de los capítulos, donde se alude al rastro que deja el paso de las estaciones. Las vidas de sus personajes se entrecruzan y van evolucionando a través del tiempo.
No es difícil adivinar la localización espacial de la novela. Detrás de la trama se asoma Toledo como el escenario donde se desarrolla la vida de los personajes. Aparecen sitios (calles, cafeterías, etc) que pueden ubicarse sin dificultad en la Ciudad Imperial. Incluso algunos de los protagonistas podrían recordarnos a personas de carne y hueso, pero ese ejercicio de traslación empírica debe quedar en el juicio interpretativo del lector, siempre dado a ese tipo de comparaciones un poco perversas (y totalmente alejadas de la intención del autor). No se sabe si el arte imita a la realidad o es la realidad la que copia al arte. Pero, por utilizar la fórmula de La historia interminable, esa es otra historia que deberá ser contada en otra ocasión....
El esfuerzo a la hora de llevar un poco de moral al comportamiento cotidiano y de resolver los problemas sociales se concentra por la vía de la política, a través del partido político con el que se pretende conceder el máximo protagonismo a los ciudadanos. El desarrollo de la democracia digital todavía está en estado embrionario y en estas páginas se presenta como una vía alternativa para construir otra manera de concebir la política. El camino todavía es largo, pero desde luego es necesario articular propuestas o medios que apunten en esa dirección.
Con esta novela tan sugerente Miguel Ángel Martínez se sitúa en la senda de una literatura que destaca por la preocupación ética que, frente al conformismo, apuesta por la esperanza de transformar el orden social en que vivimos en un lugar más justo. El hombre, cargado con la mochila de la razón y luciendo las gafas de su fe, tiene esa enorme responsabilidad en su aquí y en su ahora. No hay que olvidar que el amor es el camino. Usatuamor.com el prójimo. Con tu hermano. Sí, querido Caín, somos guardianes de nuestros hermanos. Pues eso.
Santiago Sastre
Profesor de Filosofía Política
Universidad de Castilla-La Mancha
Toledo, 17 de noviembre de 2009
No te daré mi voto
" –¡Ah! He aquí un súbdito –exclamó el rey cuando vio al principito.
Y el principito se preguntó:
–¿Cómo puede reconocerme si nunca me ha visto antes?
No sabía que para los reyes el mundo está muy simplificado. Todos los hombres son súbditos"
Antoine de Saint-Exupéry
Septiembre, 2005
El otoño llegó sin dar su nombre en una tardía tormenta de verano. El olor de la lluvia y el viento frío, decidieron, de pronto, quedarse hasta el invierno. Las chaquetas despertaron de sus sueños perfumados de naftalina y los abandonados colegios se repoblaron de ruidosos niños, con mochilas llenas de aromas de libros nuevos y plásticos recién comprados.
Todo era nuevo. La liga de fútbol, los profesores interinos, el curso político, los fascículos coleccionables... Incluso algunas empresas eran también nuevas. La prensa sepia lo anunciaba ya durante el verano: “Gran fusión en la banca española”.
–¿Apellidos?
–Rodríguez Pelayo.
–¿Nombre?
–Moisés
–¿Antigüedad en la empresa?
–Entré con veintiocho y tengo cuarenta y cinco, eso hacen diecisiete, ¿no? Eso es, diecisiete años.
El entrevistador le miró incómodo. Él no estaba para calcular ninguna resta. Él hacía preguntas y el empleado contestaba.
–¿Estado civil?
–Casado
–¿Su mujer trabaja en la empresa?
–No, es aparejadora, está empleada en una empresa de construcción. También hace algunos trabajos por su cuenta, como autónoma.
–Tiene usted hijos.
–No.
Un silencio tenso llenó el pequeño despacho. Moisés empezó a mirarse los zapatos mientras el entrevistador colocaba en el orden apropiado los papeles de la entrevista. Finalmente, una vez ordenados, introdujo los papeles cuidadosamente en un sobre crema.
–Bien