Retóricas del cine de no ficción en la era de la posverdad. Alejandro Cock Peláez

Retóricas del cine de no ficción en la era de la posverdad - Alejandro Cock Peláez


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motores iniciales para el resurgimiento contemporáneo de los estudios retóricos, no solo como teoría clásica del discurso persuasivo, sino como moderna teoría del texto y de la construcción textual literaria. La coincidencia intelectual de un grupo de profesores e investigadores en la Universidad de Chicago a partir de los años treinta facilitó la conformación de toda una línea de pensamiento en torno a la retórica. La relectura de Aristóteles propició una serie de propuestas metodológicas y críticas de gran relevancia, que autores de una segunda generación de esta misma escuela, como W. C. Booth, N. Friedman o G. Steine, desarrollaron en sendos tratados sobre las retóricas de la ficción, presentando alternativas al new criticism y al criticismo clásico imperante en la academia norteamericana.

      En su libro The rethoric of fiction (1961) Wayne Booth argumenta que la narrativa es una forma de retórica, pues en cuanto existe narración, existe un plan y, en cuanto se desarrolla un plan, existe la retórica, una labor de convencimiento que invalida toda pretensión de objetividad. Desde esta perspectiva, en la narrativa el “mostrar” y el “contar” son inseparables, y se oponen así a la predominancia del “mostrar” y la “erradicación” de la presencia autoral que se imponía con el realismo modernista. Booth, a partir de una tesis que en nuestro caso es iluminadora para los estudios de la enunciación en el documental actual, afirma que la existencia de un texto implica necesariamente la existencia de un autor, quien siempre es inferido, por lo que negar su presencia es imposible y desacertado; por el contrario, para él la intrusión directa del autor en una obra no importaría: por impersonal, realista u objetivo que intente ser el autor, sus lectores inevitablemente construyen una imagen del autor oficial que escribe de una manera determinada y desde unos valores, que nunca serán neutrales. La respuesta a la obra siempre estará determinada por la reacción a este “autor implícito” y la retórica acumulada de que se ha valido el propio autor para convencer al lector de la realidad de su mundo. Para Booth, el verdadero valor de un texto se encuentra entonces en la elección acertada de la clase de retórica que usará, en el control riguroso de una retórica reconocible y sujeta a unos valores éticos. Con ello da continuidad al pensamiento neoaristotélico de la Escuela de Chicago, para la cual uno de sus principales cimientos fue la crítica a una estética vacía y hueca, pero también al positivismo imperante.

      A partir de Aristóteles —y también desde una perspectiva literaria—, Kenneth Burke desarrolló una obra que contribuyó a la revalorización de la retórica en la academia norteamericana. Ya en 1931, en su libro Countes - statement, ve la literatura no como un fin en sí misma, sino como una pieza de retórica y de autorrevelación del autor. En 1945 y 1950 escribe respectivamente Gramática de los motivos y Retórica de los motivos, dos obras seminales en las que Burke analiza la naturaleza intrínseca de la obra, enfocándose en la dramatización y las estrategias de persuasión e identificación. A partir de la pregunta “¿qué es lo que está implicado en las acciones humanas?”, Burke desarrolla un modelo pentaico que aún es considerado central en los análisis retóricos. Para responder a esa cuestión retórica fundamental, encuentra que existen cinco vectores o pruebas que se encuentran estrechamente interrelacionados en cualquier discurso o acción humana, los cuales son retomados de los locus, o lugares de la retórica clásica: ¿qué fue hecho (acto)? ¿Cuándo y dónde fue hecho (situación o escena)? ¿Quién lo hizo (agente)? ¿Utilizando cuales medios o instrumentos (agencia)? ¿Por qué fue hecho (propósito)? Burke afirma que los seres humanos interpretan toda situación como un drama; así, el lenguaje, desde su teoría del “dramatismo”, sería la respuesta motivada y estratégica a las situaciones específicas, un modo de acción simbólica más que de conocimiento. Por lo tanto, la tarea del crítico es la de interpretar el mundo simbólico con el objetivo de ­iluminar la acción humana, extendiendo así la crítica literaria al campo de lo social y lo ético, con un lugar central para la retórica, pues esta empezó a recuperar su lugar central en la academia y ayudó a sentar las bases para los desarrollos de las nuevas retóricas.

      Según Albaladejo (1993: 39), la nueva retórica se expresa en tres tendencias investigativas: la retórica de la argumentación, la retórica de base estructuralista y la retórica general de carácter textual. La primera de ellas se funda en una de las obras inaugurales de la nueva retórica: el Traité de l’argumentation: La nouvelle rhétorique, publicado en 1958 por Perelman y Olbrechts - Tyteca. Estos autores pretenden rehabilitar la retórica clásica, menospreciada durante la Edad Moderna como sugestión engañosa o como artificio literario y realizan una trasformación inversa a la que se dio desde los romanos; es decir, de lo ornamental a lo instrumental, relegando la elocutio al papel tangencial que tuvo en los tiempos griegos (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1958: 15 - 18).

      Los autores antes mencionados partieron de sus bases filosóficas y redescubrieron la retórica como consecuencia de sus investigaciones sobre el conocimiento, la razón y la lógica. Por ello, enfocaron sus estudios en el razonamiento y en la estructuración argumentativa del discurso, convencidos de que la razón es aplicable al mundo de los valores, las normas y la acción. De esta manera, la razón concreta y situada se convierte en el tema central de investigación de Perelman y Olbrechts - Tyteca. Dan paso a la creación de nuevas relaciones interdisciplinarias entre las ciencias humanas y la filosofía, devolviendo a la retórica un sentido ético cimentado en el discurso de Platón. Retoman, además, las ideas aristotélicas sobre la separación entre lógica —como ciencia de la demostración— y dialéctica y retórica —como ciencias de la argumentación—. Por todo ello, la retórica está siendo reconsiderada como un importante hallazgo para campos como la filosofía del derecho, la lógica, la ética y, en general, para todo aquel saber que dependa de la razón práctica (Ruiz, 2002). Perelman, por medio de sus estudios sobre la argumentación filosófica, busca “romper con una concepción de la razón y del razonamiento procedente de Descartes”, para resaltar el vasto panorama en el que se encuentran los múltiples y variados

      “medios discursivos”.

      Otra línea fundamental de la nueva retórica es la estructuralista, fundamentada en las ideas del neoformalismo y en los estudios literarios y lingüísticos estructuralistas. Jakobson, en dos importantes artículos de principios de los años sesenta (1960 y 1963), abre una renovadora línea programática de la poética y la retórica a partir de una reformulación de las nociones de la metáfora y la metonimia. En 1964 y 1967, Barthes propone un replanteamiento de la retórica a partir de la lingüística estructural, y Genette, en 1968, 1969 y 1972, desarrolla una novedosa serie de estudios sobre las “figuras”. Paralelamente, el también estructuralista Todorov analiza, en 1967 y 1974, las relaciones del texto literario con la teoría retórica y aplica una taxonomía figurativa propia desde los aspectos semánticos.

      Bajo el enfoque lingüístico, el Grupo µ ha desplegado una importante carrera con la sistematización de los recursos retóricos elocutivos y narrativos, tras la búsqueda de la construcción de una retórica general, en la que se intenta vincular la retórica a la lingüística, la semiótica y la poética, a partir de la teoría de las figuras del discurso, aunque olvidando las otras partes retóricas. Según su teoría, las figuras como elementos de persuasión son útiles aun cuando el discurso tiene fines únicamente argumentativos. Así, la retórica pertenece a la función poética o estética del lenguaje y se aproxima a la literaria, en la medida en que sustenta el lenguaje artístico del texto literario o del texto retórico.

      El ornatus, o conjunto de medios retóricos que permiten embellecer el estilo, produce un deleite estético que conduce a una mayor atención por parte del receptor. A escala de microestructura textual, el ornato lingüístico conformado por las figuras y los tropos se produce en la elocutio: el lenguaje se trasforma con respecto a una norma, y es en esta misma, a su vez, donde se resuelve. Es el estilo lo que define la relación entre la norma y el desvío o trasformación (Grupo µ, 1987: 52). El análisis de estas técnicas de trasformación del lenguaje con sus especies y objetos es fundamental en la línea de investigación propuesta por el Grupo µ para una retórica general. Las metáboles, o modificaciones producidas en cualquier aspecto del lenguaje (Grupo µ, 1987: 62), son objeto de estudio de la retórica, en cuanto inciden sobre la función retórica del lenguaje y las operaciones de estilo. Estos aportes no se reducen solo al ámbito de la elocutio, sino que también dilatan el ámbito de la figura al discurso y a la estructura pragmática


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