La máquina de la conciencia. José Lozano López
su corazón lo mejor que pueda y nadie debería influir en tus decisiones desde esa buena intención originada en este sentimiento.
Pero no era suficiente, seguía sin conseguir comprender por qué había personas o situaciones que me hacían sufrir una y otra vez, muchas de ellas repetidas; e incluso, por qué teniendo mi marido e hijos cerca de mí, nos enfadábamos e hasta a veces gritábamos y hacíamos sufrir a la otra persona querida en un momento de ira. Tenía que haber alguna forma de mejorar todo esto. Entonces, en ese mayo del 2020, llegó la revolución de la conciencia provocada por esa máquina creada y, a raíz de ello, en mi pueblecito de Cuenca hubo acontecimientos que me orientarían a saber los porqués y el cómo.
Había una chica llamada Lorena que, una o dos veces por semana, hacía reiki y alguna clase de yoga en un local al otro lado del pueblo. A duras penas podía mantener el local y, aun así, todas las semanas venía desde 60 km de distancia, montaba las clases, cerraba y se volvía a su casa y hacía otros 60 km. Era una persona alegre y siempre dispuesta a compartir un ratito con los que asistían a sus clases. Hacía tiempo estuve a punto de ir, pero esas creencias de que cuando hablan del ser, del espíritu, del alma o que con las manos, pasándolas por ciertas partes del cuerpo, conocen cosas de ti, me daban cierto respeto, el respeto se transforma en miedo y, ante la duda, lo evitas y huyes hasta de cualquier tipo de conversación en referencia al tema.
Justo esa semana, un jueves, fuimos mucha gente a apuntarnos a las clases que tenía esa tarde. Realizaba una charla llamada «La felicidad como viaje, no como destino». El local, de unos treinta y pocos metros cuadrados, se quedó pequeño porque solían ir entre seis y siete personas y ese día fuimos unos veintiséis, así que ayudamos a retirar cosas y empezamos a colocarnos y a sentarnos algunos en el suelo, encima de cabeceras y zafús (los usaban para sentarse a meditar, contenían semillas dentro) y Lorena, con cierto estupor y después de la bienvenida, inició la charla:
—Estamos habituados a crearnos expectativas y cuando no se cumplen se sufre. En este tema, incluso en los tratados de psicología aplicada, hay una fórmula que dice que el sufrimiento es igual a la diferencia entre la expectativa y la realidad. Sufrimiento igual expectativa menos realidad. Por ejemplo: queremos comprarnos unos pantalones que vimos en un escaparate, pero cuando fuimos estaba cerrado y hasta el lunes que abrirían de nuevo nos fuimos creando una expectativa. El lunes teníamos que ayudar a alguien por la mañana y no pudimos ir y, cuando vamos por la tarde, los pantalones los habían vendido. Sufrimos por no haberlos conseguido y además trasladamos el problema posiblemente a la persona a la que le dedicamos la ayuda por la mañana ya que, posiblemente, si hubiéramos ido a primera hora, los habríamos tenido en nuestras manos. El sentimiento ideal que deberíamos haber tenido sería «me encantan esos pantalones y voy a hacer lo posible por tenerlos, pero, si no los consigo, significa que no era el momento para tenerlos y encontraré otros que me gusten igual o más». La realidad, en este caso, sigue siendo la misma, no conseguimos los pantalones pero, como la expectativa no era muy alta, no dejamos paso a un sufrimiento alto.
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