Medianoche absoluta. Clive Barker
no se murió?
—En la cama no, no.
—¿Insinúas que fue en otro sitio cercano?
—Solo sé lo que vi.
—¿Y qué viste?
—Pues… la ventana se abrió de golpe y entró un montón de agua que se lo llevó. Esa fue la última vez que lo vi: cuando se hundió entre las aguas oscuras y desapareció.
—¿Estás satisfecho, Neabas? —dijo Jimothi.
—Casi —fue la respuesta—. Simplemente dinos, sin mentiras ni medias verdades, ¿cuál crees que es la auténtica razón por la que Carroña se interesó por ti?
—Ya lo he dicho: no lo sé.
—Ella tiene razón —Jimothi se dirigió a sus compañeros del Consejo—. Ahora estamos dando vueltas en círculos. Yo digo que ya es suficiente.
—Tengo que darte la razón —observó Skippelwit—. Aunque yo, como Neabas, añoro los buenos tiempos en los que podríamos haberla dejado con Yeddik Magash durante un rato. No tengo ningún problema en utilizar a alguien como Magash si la situación realmente lo requiere.
—Y esta no lo requiere —dijo Jimothi.
—Al contrario, Jimothi —dijo Neabas—. Va a haber una Última Gran Guerra…
—¿Eso cómo lo sabes? —preguntó Jimothi.
—Acéptalo sin más. Sé qué aspecto tiene el futuro y es desalentador. El Izabella se teñirá de rojo desde Tazmagor hasta Babilonium. No estoy exagerando.
—¿Y todo eso será por su culpa? —preguntó Helio Fatha—. ¿Es eso lo que insinúas?
—¿Todo? —dijo Neabas—. No, todo no. Hay diez mil razones por las que una guerra puede acabar ocurriendo. Si será la última guerra está… digamos… abierto a la especulación. Pero, tanto si lo es como si no, va a ser un conflicto desastroso porque llega con muchas preguntas sin contestar, muchas de las cuales (quizás la mayoría, quizás todas) están relacionadas con esta chica. Su presencia ha avivado el fuego bajo la sartén. Y ahora hervirá. Hervirá y arderá.
«¿Qué respondo a eso?», le preguntó en silencio Candy a Boa.
«Lo menos posible», le contestó Boa. «Deja que él vaya a la ofensiva, si ese es el juego al que quiere jugar. Simplemente finge que estás a gusto y eres sofisticada en lugar de ser una niña a la que sacaron de ninguna parte».
«¿Quieres decir que actúe más como una princesa?», contestó Candy, incapaz de alejar un genuino disgusto de sus pensamientos.
«Bueno, ya que lo planteas de ese modo…», dijo la princesa.
«¿Ya que lo planteo de ese modo?».
«Sí. Supongo que quiero decir más como yo».
«Bueno, pues sigue pensando», dijo Candy.
«No discutamos por eso. Las dos queremos lo mismo».
«¿Y qué es?».
«Evitar que nos encierren en una habitación con Yeddik Magash».
—De manera que, si alguien tiene acceso a la naturaleza de Carroña, esa es nuestra invitada. ¿No es verdad, Candy? ¿Puedo llamarte Candy? No somos tus enemigos. Lo sabes, ¿verdad?
—Eso tiene gracia, porque no me da esa impresión en absoluto —respondió Candy—. Venga, se acabaron los juegos estúpidos. Todos pensáis que yo conspiraba con él, ¿no es cierto?
—¿Conspirar para hacer qué? —preguntó Helio Fatha.
—¿Cómo voy a saberlo si no es verdad? —contestó Candy.
—No somos tontos, muchacha —dijo Zuprek cuando se volvió a incorporar a la discusión con un tono de voz claramente agresivo—. Seguimos teniendo a nuestros informantes. No puedes frecuentar a alguien como Christopher Carroña sin llamar la atención.
—¿Me estás diciendo que nos estuvisteis espiando?
Zuprek permitió que una sonrisa fantasmal rondara su rostro de piedra.
—Qué interesante —dijo en voz baja—. Huelo culpabilidad.
—No es verdad —replicó Candy—. Solo puedes oler irritación. No teníais derecho a vigilarme. A vigilarnos. ¿Sois el Gran Consejo de Abarat y espiáis a vuestros propios ciudadanos?
—Tú no eres una ciudadana. Eres una doña nadie.
—Eso ha sido muy cruel, Zuprek.
—Se está riendo de nosotros. ¿Es que ninguno se da cuenta? Será nuestra muerte y se ríe de nosotros.
Se produjo un silencio prolongado. Al final alguien dijo:
—Hemos terminado con esta entrevista. Sigamos adelante.
—Estoy de acuerdo —dijo Jimothi.
—¡No nos ha contado nada, estúpido gato! —gritó Helio.
Jimothi se levantó de un salto de su silla y se puso sobre las patas traseras con un ágil movimiento.
—Sabes que mi gente está más cerca de las bestias que algunos de vosotros —dijo—. Tal vez deberías recordarlo. Huelo mucho miedo en esta habitación ahora mismo… muchísimo.
—Jimothi… ¡Jimothi! —Candy se interpuso en el campo visual del Rey de los Gatos—. Nadie ha resultado herido. Todo va bien. Lo que ocurre es que hay ciertas personas aquí que no tienen ningún respeto por aquellos que son algo diferentes.
Jimothi miró fijamente a través de Candy sin oírla, o eso parecía, y sin escuchar nada de lo que decía. Clavó las garras en la mesa y arañó la madera pulida.
—Jimothi…
—Tengo en muy alta estima a la visitante. Admito que eso me lleva a pensar bien de ella, pero si realmente creyera que, como ha expresado Zuprek, pudiera ser «nuestra muerte», no habría afecto en todo Abarat que pudiera hacerme ser compasivo.
—Entonces, Zuprek —dijo Nyritta—, creo que recae en ti el hecho de probarlo o no probarlo.
—Olvídate de las pruebas —dijo Neabas—. Esto no tiene que ver con las pruebas, sino con la fe. Los que tenemos fe en el futuro de Abarat debemos actuar para protegerlo. Posiblemente se nos criticará por nuestras decisiones…
—¿Te refieres a los campos de prisioneros? —dijo Nyritta.
—No me parece bien que la chica nos oiga hablar de los campos —dijo Zuprek—. No es de su incumbencia.
—¿Qué importa eso? —preguntó Helio—. La gente ya lo sabe.
—Ha llegado la hora de que hablemos de ello —dijo Jimothi—. Commexo está construyendo uno en Martillobobo, pero nadie pregunta nada al respecto. A nadie le importa siempre y cuando el Niño siga diciéndoles que todo va perfectamente.
—¿No apoyas los campos, Jimothi? —inquirió Nyritta.
—No, no los apoyo.
—¿Por qué no? —dijo Yobias—. Tu linaje familiar es perfectamente puro. Mírate. Un abaratiano de pura cepa.
—¿Y qué?
—Estás completamente a salvo. Todos lo estaremos.
Candy percibió algo significativo en aquello, pero mantuvo el tono de voz normal, a pesar de la sensación de náuseas.
—¿Campos?
—No tienen nada que ver contigo —la cortó Nyritta—. Ni siquiera deberías estar escuchando estas cosas.
—Lo has dicho como si fuera algo de lo que te avergüenzas —dijo Candy.
—Le estas dando un