Sexo, género y gramática. Academia Chilena de la Lengua

Sexo, género y gramática - Academia Chilena de la Lengua


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y muchos nombres de animales, como cebra o paloma) es una palabra que, independientemente del sexo biológico de la entidad a la que se refiera, toma siempre un solo género gramatical, en este caso el femenino. El pronombre todas, por lo tanto, no hace referencia en el ejemplo al sexo de los recién nacidos (que, se nos informa, fueron hombres), sino al género gramatical de la palabra guaguas, que está en su contexto inmediato: femenino. Este sencillo ejemplo sirve para cuestionar la identidad entre género gramatical y sexo biológico, que es frecuente dar por asumida.

      La verdad es que el género en las lenguas es otra cosa. Fijémonos en este otro texto: “Llegué con mi bicicleta al parque. Estaba más suci_ que de costumbre”. En él el rasgo de la suciedad al que alude la segunda oración puede referirse a dos cosas: a mi bicicleta o al parque. ¿Cómo soluciono esta ambigüedad? Fácilmente. Si digo sucio me estaré refiriendo al parque, mientras que si digo sucia estaré hablando de mi bicicleta. El juego entre estas tres palabras, sucia/o, parque y bicicleta (ninguna de las cuales se refiere a una entidad sexuada, nótese al pasar), nos muestra que el género gramatical es una marca que comparten ciertas palabras (como sustantivos, adjetivos y pronombres, entre otras), que permite establecer vínculos entre ellas, en una relación conocida como “concordancia”, y que nos posibilita construir textos extensos y complejos, pero que mantengan un alto grado de cohesión interna. El género gramatical tiene muy poca relación con el sexo biológico. De hecho, es una escasa minoría de sustantivos la que en nuestra lengua manifiesta esa relación (hombre, mujer, algunos nombres de parentesco como tío/tía, nombres de profesiones y oficios, una fracción de los nombres de animales). En la mayor parte de los otros, como lo muestra el ejemplo anterior, el género de un sustantivo como parque no tiene relación alguna con el dimorfismo sexual; menos aún en el caso del adjetivo sucio/a, ya que las cualidades son de por sí rasgos abstractos y, por lo tanto, no sexuadas. El género en las lenguas, entonces, tiene poco que ver con el sexo.

      Otro hecho que confirma esta afirmación es la observación de que la categoría de género es muy variable en las diferentes lenguas del mundo y o bien no siempre existe o, cuando sí, no siempre se relaciona con el sexo. Así, tenemos lenguas sin género gramatical (como el armenio o el rapanui), otras con dos géneros pero no basadas en el sexo, sino en otros criterios (como la distinción animado/inanimado en el georgiano o el elamita), lenguas con tres géneros (como el latín, el alemán o el tamil), cuatro (como el dyirbal, el checheno o el eslovaco), cinco (como el polaco) o incluso más: en ganda (lengua africana de la familia bantú) se ha descrito la existencia de al menos 10 géneros distintos basados en criterios que nada tienen que ver con el sexo (algunas de sus clases son, por ejemplo: personas, animales, nombres de masa, idiomas, objetos largos y cilíndricos, etc.). En consecuencia, si revisamos el conjunto de lenguas del mundo, veremos que las diferencias sexuales no son necesariamente la motivación para las categorías de género que en ellas se encuentran. Más aún, en lenguas cuyas categorías de género sí se basan (al menos nominalmente) en distinciones sexuales, la identidad entre género y sexo no siempre se cumple. Ya hemos revisado el caso del español. Volvamos la mirada ahora hacia el alemán. En esta lengua existen tres géneros: femenino, masculino y neutro. Se da en ella, entonces, una situación ideal (al menos en principio), en la que lo esperable sería que las palabras femeninas se usaran para hablar de entidades femeninas, las masculinas para denotar entidades masculinas y las neutras, en fin, se refirieran a objetos no sexuados. La realidad, sin embargo, es muy diferente. Solo por citar un par de ejemplos, en alemán la palabra Mädchen (‘muchacha’) tiene género neutro y no femenino, mientras que Tisch (‘mesa’) y Tür (‘puerta’) son masculina y femenina, respectivamente, y no neutras como cabría esperar. Una vez más, la identidad entre género y sexo se muestra, entonces, como inválida.

       ¿Es sexista el uso genérico de las palabras masculinas?

      Que se puede ser sexista hablando español es algo indudable. Un titular de prensa del año 2018 describió a la jugadora de la selección chilena de fútbol María José Rojas de la siguiente manera: “La ‘Alexis Sánchez’ que dejó a Chile con un pie en la ronda final de la Copa América Femenina”5. No mencionar el nombre propio de la jugadora en una nota dedicada a ella y, en cambio, catalogarla como la “versión femenina” de un jugador varón es, creo yo, propio de una conducta machista. Esto ha sido cierto también a lo largo de la historia. Dichos populares como “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre” son también claras manifestaciones de una cultura y de una sociedad machistas. Creo que sobre eso caben pocas dudas. ¿Es, sin embargo, otra expresión popular como “el perro es el mejor amigo del hombre” igualmente sexista? Eso, me parece a mí, es más discutible. Todos los hablantes de español entendemos que en la frase anterior no se hace referencia a un perro macho en particular ni a un ser humano varón específico para hablar de su relación de amistad, sino que estos tres términos (perro, hombre, amigo) se usan aquí en un sentido genérico; es decir, para hablar de la especie de los perros, de los seres humanos en general y de la relación de mutua cooperación que une a todos los miembros de ambas especies desde tiempos prehistóricos. Esto sucede porque en las lenguas que tienen más de un género, habitualmente uno de ellos se asume como la opción por defecto o genérica.

      La existencia de una forma genérica no está restringida (como quizás haría presumir su nombre) solamente a la categoría de género. Esto pasa también, por ejemplo, en el caso del número. Si alguien nos invita a la Feria del Libro y al llegar al lugar donde se realiza nos encontramos con la existencia de un único volumen, lo más probable es que reaccionáramos con extrañeza. Si se la hiciéramos saber a quien nos invitó y este nos dijera “Pero si yo te invité a la Feria del Libro… y aquí está el libro”, mostrando el ejemplar único, sospecharíamos que estamos siendo objeto de una broma. Esto es porque en español el número singular de libro no solamente puede usarse para hablar de un objeto específico (“aquí está el libro que te prometí”), sino que también esta forma puede referirse a la totalidad de los miembros de una especie, que es el caso de “Feria del Libro” y en cuyo caso la expresión se vuelve sinónima de “Feria de los libros”. Otro ejemplo claro de los usos genéricos se da en los tiempos verbales. Un verbo como viajo se encuentra conjugado en presente del indicativo y puede, como es esperable, designar un evento que ocurre en el momento en que estoy hablando (“En este momento viajo a Valparaíso”). Pero el presente también puede usarse para indicar un evento futuro (“El próximo domingo viajo a Valparaíso”), pasado (“Al terminar la universidad, viajo a Valparaíso y vivo durante tres años en esa ciudad”) o incluso, y muy frecuentemente, para expresar eventos que abarcan tanto el pasado como el presente y el futuro (“Viajo todos los lunes a Valparaíso”). El presente es la forma genérica de los tiempos verbales del español. Podemos ver, entonces, que la existencia de formas genéricas (es decir, la situación en que un miembro de una clase representa a los otros integrantes de ella) es un fenómeno frecuente en las lenguas y no está restringido solo a la distinción femenino/masculino.

      Discutida esta cuestión, podemos plantearnos por qué es el masculino la forma que se utiliza como genérica para abarcar a todos los miembros de un grupo de seres masculinos y femeninos (aunque igualmente podríamos preguntarnos por qué es el singular la forma genérica en desmedro del plural o el presente la forma por defecto en relación con el resto de los tiempos gramaticales). Dado que las lenguas son, entre otras cosas, productos de las culturas que las hablan y las sociedades de habla hispana han sido tradicionalmente culturas que han privilegiado al hombre, es muy probable que, en efecto, esta haya sido su motivación. Quisiera hacer notar, sin embargo, que el que un hecho lingüístico sea el reflejo de una cultura machista no quiere decir que la lengua en sí lo sea. Así, por ejemplo, que en español existan palabras como maricón, marimacho o inválido para referirse a personas homosexuales o con discapacidades no se da porque el español sea una lengua que discrimine a estas personas, sino que más bien indica que existe una sociedad que ha discriminado a estas personas y, entre otros medios, ha usado palabras como estas para hacerlo. Son los individuos de esas sociedades, entonces, los que muestran esa forma de ver el mundo,


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