Contingencias del lenguaje. Hernán Ferney Rodríguez García
grupal con un conjunto de símbolos. Esto se conecta con el tribalismo que ha observado la psicología entre los fundamentalistas.
d) El fenómeno de la glosolalia, propia de algunas manifestaciones religiosas (Mena, 2003), con la idea de vincular dichas manifestaciones a cierta explosión del sentido lógico propia del pensamiento fundamentalista.
Perfil de los fundamentalistas
Una forma expedita de caracterizar el fundamentalismo es hablar del fundamentalismo religioso; pero esto no obsta para ampliar el concepto a otros tipos de fundamentalismo que en la actualidad pueden ser más peligrosos, como el fundamentalismo de la economía de mercado (Flauquer, 1997). Desde una perspectiva histórica, el fundamentalismo religioso es un fenómeno moderno, una respuesta defensiva a cambios como la globalización o el avance de la tecnología que parecen amenazar la identidad de ciertos grupos culturales. En el primer mundo se vive como una reacción a la Ilustración, y en el tercero, como una reacción a su implementación forzada (Shields, 2007).
Si bien las doctrinas y prácticas fundamentalistas añoran un pasado idealizado, no son idénticas a las prácticas premodernas, sobre todo porque la religión fundamentalista funciona simultáneamente como ideología política (Mercer, 2013; Armstrong, 2009a). Mientras las religiones premodernas hacen énfasis en el uso de rituales y mitos como formas de sortear necesidades espirituales humanas, las religiones modernas (especialmente las fundamentalistas) se centran en el asentimiento a dogmas religiosos (Armstrong, 2009b). Así, los mitos ya no son vagos horizontes de sentido sino guías precisas para la acción: el deseo judío de una Tierra Prometida, que alguna vez simbolizó la añoranza permanente por una sociedad justa y santa, se convierte en una instrucción precisa de ocupar una porción del sur del Levante, especificada en la Biblia; la idea islámica de la “muerte del yo”, antaño un ejercicio espiritual en contra del egoísmo, se lee ahora como una orden para llevar a cabo ataques suicidas, y el relato del Génesis, que servía a los judíos premodernos para tramitar preguntas duras de la existencia humana (tales como ¿por qué hemos de trabajar?), se convierte en un mandato para oponerse a la teoría de la evolución (Armstrong, 2009a; Barbour, 2000; Taverne, 2005).
La psicología, movida por la preocupación que suscita el poder político de algunos grupos fundamentalistas, ha desarrollado perfiles psicológicos de ciertos tipos humanos que tienen una serie de características en común: los fundamentalistas religiosos y los autoritarios de derecha. Los primeros se caracterizan por ser sumisos a la autoridad, altamente convencionales, agresivos frente a grupos externos y poseedores de mayores niveles de miedo y agresión (Altemeyer, 2006). Los segundos se definen por creer que un conjunto determinado de enseñanzas religiosas es cierto de forma infalible y debe seguirse de acuerdo con leyes inmutables que se oponen al mal, las cuales, por tanto, deben ser combatidas (Altemeyer y Hunsberger, 2004). Se ha mostrado que ambos perfiles tienen un valor predictivo y traslapes importantes (Hathcoat y Barnes, 2010). Ambos grupos tienen tendencias marcadas hacia el tribalismo, por su temor a los grupos externos (Altemeyer, 2006), y por preferir ayudar a quienes son parte de su tribu versus quienes no lo son (Gribbins, 2011).
Desde el punto de vista cognitivo, Altemeyer describe la mente autoritaria como un archivador que contiene muchas creencias mutuamente contradictorias (Altemeyer, 2006). Se ha demostrado experimentalmente que las personas con este perfil tienen dificultades cognitivas cuando se les ponen tareas lógicas y de memoria relacionadas con temas políticamente cargados (Altemeyer, 2006). En cuanto a su epistemología personal (es decir, sus creencias en torno al conocimiento), se caracteriza por la idea de que el conocimiento es certero, simple y derivado de una autoridad omnisciente (Hathcoat y Barnes, 2010). La simplicidad del conocimiento puede referirse a las ideas contradictorias en la mente fundamentalista: si el conocimiento consiste en una serie de proposiciones atómicas ciertas, en lugar de una red de ideas relacionadas, entonces las contradicciones se verán como irrelevantes (Hathcoat y Barnes, 2010).
Resulta tentador pensar que los procesos cognitivos de los autoritarios de derechas y de los fundamentalistas religiosos son el resultado de la negligencia, de no tomarse el trabajo de informarse y pensar sobre sus creencias. Por el contrario, los autoritarios dedican esfuerzos importantes a conservar sus creencias, por ejemplo, asociándose lo más posible con personas que tengan las mismas (Altemeyer, 2006), reinterpretando la información que sea inconsistente con las propias creencias (Hill et al., 2010, p. 726), ejerciendo el pensamiento crítico de forma selectiva (Altemeyer, 2006) y buscando autoridades que refuercen sus creencias siempre que tienen dudas (Altemeyer, 2006).
Un estudio de los discursos fundamentalistas revela constantes formales, tales como un escepticismo modulado con el que se trata de forma muy escéptica las ideas que retan las creencias propias y de forma muy poco escéptica aquellas de fuentes afines. Para muchos comentaristas políticos, la derecha autoritaria estadounidense se define por su oposición a las creencias “liberales” de centroizquierda (Saletan, 2010); es decir, sus creencias podrían describirse sencillamente como la negación de las creencias de la izquierda. Es de esperar que este tipo de pensamiento antagónico conduzca a una estructura incoherente de creencias, ya que estas no se producen mediante implicaciones lógicas sino a través de un proceso heterónomo de negación de las creencias de un antagonista de referencia.
Un rasgo interesante de los fundamentalistas para lidiar con las contradicciones en su pensamiento se ha llamado “tragarse el sapo” (Bula, 2014, p. 25). Ante una reducción al absurdo que rete sus ideas preconcebidas, es decir, cuando una proposición P se refuta derivando de ella una conclusión absurda Q, los fundamentalistas aceptarán Q como cierta en lugar de revisar su compromiso con P. En el 2006, el bloguero Mike Stark puso el siguiente reto a los activistas antiaborto que sostienen que la vida humana —y el compromiso moral con ella— comienza en el momento de la fertilización del ovario, de modo que una blástula de unas cuantas células tiene el mismo valor moral que un recién nacido plenamente formado: “Suponga que está usted en una clínica de fertilidad y se produce un incendio: usted tiene la oportunidad de salvar o bien a un bebé de dos años o a una placa petri con cinco blástulas humanas. Tiene que escoger; ¿a quién salva?” (Grieve, 2006). El senador por Pensilvania Rick Santorum respondió que intentaría salvar a las blástulas (Edwards y Webster, 2011); es decir, Santorum afirma la conclusión absurda Q en lugar de revisar o matizar la premisa P que ha sido objeto de una reducción al absurdo.
Vale la pena un ejemplo adicional de este procedimiento, aunque es de un periodo histórico anterior al que aquí realmente interesa:
Ante la evidencia de fósiles antediluvianos, pensadores del siglo XIX como Phillip Gosse (1857), deseosos de realizar una interpretación literal de la Biblia, sostuvieron que Dios colocó los fósiles en la Tierra para poner a prueba nuestra fe. En lugar de revisar la premisa de la verdad literal de la Biblia en cuanto a la edad de la Tierra, optaron por tragarse el sapo y aceptar el incómodo postulado de un Dios bueno que, no obstante, intenta engañar a los seres humanos. (Bula, 2014, p. 25)
Neolengua
¿Qué clase de lenguaje corresponde a esta manera de pensar? Resulta plausible considerar que se trata del lenguaje del totalitarismo, en el sentido del ejercicio de un control estricto sobre las palabras y los sentidos que se les dan, tal como aparece en 1984 de George Orwell, donde el partido socialista inglés Ingsoc asume el control total de la sociedad y lo extiende al habla, siguiendo la premisa wittgensteiniana según la cual “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” (Wittgenstein, 2012, p. 5):
El objetivo de la neolengua no era solamente proporcionar un medio de expresión para la visión del mundo y los hábitos mentales propios de los devotos de Ingsoc, sino también imposibilitar otras formas de pensamiento. Lo que se pretendía era que […] cualquier pensamiento divergente de los principios del Ingsoc fuera literalmente impensable, por lo menos en tanto que el pensamiento depende de las palabras. Su vocabulario estaba construido de tal modo que diera la más exacta y a menudo más sutil expresión de cada significado que un miembro del Partido quisiera expresar, excluyendo todos los demás significados y también la posibilidad de llegar a ellos por métodos indirectos. Esto se conseguía en parte inventando nuevas palabras y, además, eliminando las palabras no deseables o eliminando cualquier significado no ortodoxo. […] Por ejemplo: la palabra libre aún existía en neolengua,