El arte obra en el mundo. Doris Sommer
esta pregunta casi retórica a varios politólogos y líderes políticos, y generalmente coinciden en opinar que las dictaduras no ven con buenos ojos la creatividad y en cambio acuden a la censura87. Schiller lo había dicho de la siguiente manera: «El arte, como la ciencia, está libre de todo lo que es positivo y de todo lo establecido por las convenciones humanas; ambos son completamente independientes de la arbitraria voluntad de los hombres. El legislador político puede poner su imperio bajo un interdicto, pero no puede reinar en él»88.
Fig. 1.6. Pantomima de manifestación estudiantil, Bogotá, 2011.
Fuente: Guillermo Legaría, Getty Images.
La diferencia entre el arte dictatorial y el arte democrático es, por lo tanto, ideológica, pero también es una alternativa de forma. Reconocer al ciudadano como artista supone poner en marcha una dinámica rizomática o una red de efervescencia ciudadana, ambas contrarias a la lógica piramidal en cuya cúspide se sitúa el creador solitario. Como es lógico, Mockus no acepta que lo llamen líder: «Es importante fomentar el liderazgo colectivo (...). Hubo millones de personas que contribuyeron a alcanzar los buenos resultados que obtuvimos»89. El atractivo político que tiene la figura del artista-ciudadano se asemeja al equilibrio de poderes de las repúblicas democráticas que apuestan por descentralizar el poder ejecutivo y coordinar al mismo tiempo las autonomías locales con las estructuras federales del gobierno. Los artistas del New Deal y los líderes ciudadanos se sirvieron de esta analogía –una sinécdoque del artista que es una parte de la democracia, representado por el todo– cuando negociaron acuerdos sobre los temas y estilos de los murales que adornarían los edificios públicos. Pese a todo ello, a veces las consideraciones prácticas parecen obstaculizar este principio general que rige la creatividad colectiva.
Pintar el pueblo
Movido por un pragmatismo cuya urgencia exigía resultados inmediatos, Edi Rama se tomó ciertas libertades frente a los principios democráticos en la capital de Albania. Rama era el candidato del Partido Socialista cuando fue elegido alcalde de Tirana para el primero de sus tres mandatos en el año 2000, y sus notorios logros merecieron que fuera seleccionado como Alcalde Internacional del año 2004. En 2011, el Partido Democrático de centro-derecha le arrebató la alcaldía por un estrecho margen de votos en unas elecciones cuyos resultados levantaron sospechas90. Las denuncias de fraude que interpuso Edi Rama en ese momento estaban justificadas y fueron decisivas en su exitosa campaña para convertirse en primer ministro en 2013. Aunque algunos partidarios se distanciaron de Rama a raíz de sus incesantes protestas públicas encaminadas a favorecer su propio liderazgo91, la coalición vencedora del bloque Albaneses respaldó su extraño proyecto de recuperación nacional. Rama proponía llevar a cabo un cambio estético de imagen que partiera de aspectos superficiales y casi decorativos para, poco a poco, avanzar hacia la introspección y acabar abordando cuestiones tan profundas como el respeto y la autorregulación.
Mientras fue alcalde y con su estilo de liderazgo audaz, Rama establecía cuáles debían ser las prioridades de Tirana, pero también tomaba decisiones sobre asuntos menores tales como la elección de los diseños para pintar las fachadas de los edificios, que hasta entonces habían sido de un gris deprimente. De todas formas, los ciudadanos le habían colaborado, tanto de manera oficial como informal, en proporciones que no se habían visto antes. Rama aprovechó esa oleada de apoyo que había recibido para estructurar su nueva campaña política nacional con un proyecto político desde abajo, dirigido sin duda a aliviar las preocupaciones que había despertado su anterior y notoria aproximación como auteur al arte público92.
Se le puede escuchar por todas partes, con su voz grave de bajo, que levanta a los holgazanes y seduce a los escépticos, marchando estruendosamente a ritmo de una pista de hip-hop que casi media ciudad de Tirana parece saberse de memoria. Es un tipo incansable. Dedica los días a sanar el cuerpo y el alma de una capital devastada, y en las noches recorre las calles para supervisar el trabajo que se está llevando a cabo y cerciorarse de que nadie se robe las luces del alumbrado público ni arroje latas de cerveza o colillas a la acera, para comprobar que las gentes se están comportando como auténticos ciudadanos. Rama es un tipo auténticamente balcánico, y quizás lo más original que tiene es que en realidad no es un político. Edi Rama es un artista que, podríamos decir, utilizó la ciudad de Tirana como si fuera su propio lienzo93.
Los periodistas repararon en que los proyectos artísticos del alcalde lograban lo que se proponía desde arriba.
Aún se considera un artista por encima de todo y sostiene que las actividades que realiza como servidor público extienden su sensibilidad estética a los ámbitos de la acción y de la vida. Con una gran dosis de astucia, Rama valora el legado del comunismo como una herencia social y culturalmente tóxica que solo el paso del tiempo logrará borrar. Y tal vez tendrá que transcurrir mucho tiempo para que esto se consiga. Mientras tanto él promueve un sistema inmunológico de Tirana y una actitud positiva de las gentes que deben restablecerse con programas como el de «Recuperar la identidad», a través del cual ha demolido sin ninguna compasión todo tipo de construcciones ilegales, caóticas y perjudiciales para el medio ambiente con el objetivo de hacer tabula rasa y permitir que la planeación urbanística pueda atender las necesidades de las generaciones presentes y futuras94.
De la misma manera, Mockus también había sentido pocas simpatías por los comportamientos callejeros no autorizados, especialmente con los vendedores ambulantes. (¿Qué pensarían estos últimos si conocieran los refugios à la carte de Krzysztof Wodiczko, estructuras nómadas diseñadas en colaboración con la colaboración de los usuarios de la ciudad de Nueva York?)95.
Algunos críticos pensaban que Rama había estirado la democracia a tal punto que la había vuelto magra e irreconocible. «El analista político Fatos Lubonja dice que el nombre de la capital podría cambiarse por “TiRama”»96. A pesar de estas críticas, Tirana, que era una ciudad que durante medio siglo había sufrido el estancamiento soviético, que luego había atravesado por una década dominada por la especulación mafiosa, y había sido invadida por construcciones ilegales que habían envenenado su río, reconoció en este resuelto visionario una oportunidad para salir adelante. Los ciudadanos se entregaron a la fascinación de su proyecto de recuperación urbana. Sin vacilaciones, Rama se hizo la misma pregunta que Mockus: ¿qué haría un artista ante esta situación? De todos modos, Rama era ya un artista, y por lo tanto estaba listo para poner manos a la obra. «Lo primero que hizo siendo alcalde fue comprar pintura. Luego cubrió las fachadas grises de los edificios de la época estalinista de Tirana con colores vivos, caribeños, convirtiéndolas en mosaicos de teselas azules, verdes, naranjas, violetas, amarillas y rojas, e hizo que la ciudad pareciera una especie de sala de exposiciones de pintores modernos»97. De hecho, en 2002 Rama invitó a una serie de artistas contemporáneos a pintar vecindades enteras para transformar las calles en una galería digna de ser visitada por los turistas y de ser tomada en cuenta por los inversionistas98.
Rama sostenía que las décadas de deterioro visual que había vivido la ciudad habían convertido a los albaneses en personas irritables y «estéticamente enfermos», a lo que por otra parte añadía que «se los podía calmar recurriendo a la belleza»99. Las calles de los edificios recién pintados despertaron la admiración de los ciudadanos por la propiedad pública, lo que atrajo una nueva actividad comercial con mayores garantías de seguridad. Estos cambios atrajeron préstamos bancarios y una significativa inversión internacional100. Cuando en 2003 colaboró con el artista Anri Sala en el documental Dammi i colori, Rama ya podía afirmar que en toda Europa no había otra ciudad en la que la población hubiera discutido con tanta profundidad y sutileza sobre el color. En las casas, en los parques rehabilitados y en los cafés, las conversaciones giraban en torno a los aciertos estéticos o a los errores cometidos al pintar las fachadas, y también se discutía sobre los diseños proyectados para los edificios que faltaba pintar. El hecho de debatir por mero placer, sin otra meta personal aparente que disfrutar del intercambio libre de opiniones, revitalizó el interés por la política en el sentido clásico de la palabra: una desinteresada vita activa (ver capítulo 3, «Arte y responsabilidad pública»). La educación estética de Tirana –que pasó de la contemplación libre de las intervenciones