El arte obra en el mundo. Doris Sommer
este programa de tutoría personal con el fin de interpelar a múltiples lectores únicos, a generaciones de aprendices particulares. Yo me cuento entre ellos. Desde el primer capítulo de este libro que ahora tiene el lector en la mano, hasta el último, es posible rastrear una línea teórica que atraviesa los comentarios sobre una gran variedad de proyectos, pero que culmina en una apreciación renovada del maestro Schiller, el artista y profesor. Nada de esto les había parecido obvio a los estudiantes que abandonaban las humanidades en busca de un campo más útil y práctico. La pérdida se debe tal vez a que las maneras de obrar en el mundo a través del arte no son, todavía, una preocupación central en un ámbito académico que se mantiene escéptico y pesimista frente a la posibilidad de cambio social y que además defiende el arte por el arte.
El pesimismo ha sido intelectualmente bien recibido en un mundo en el que, en efecto, las desigualdades crecen, las guerras se multiplican y los recursos naturales son cada vez más escasos. Resulta siempre agradable tener la razón. Pero el optimismo de la voluntad (concepto gramsciano) va más allá de su contraparte, el pesimismo de la razón anima a los seres vivos a buscar compromisos sociales y a hacer contribuciones creativas11. Enseñar a los jóvenes a desesperar no solo me parecía predecible y tedioso, sino también irresponsable, sobre todo si se compara con la oportunidad de explorar la agencia cultural. El estudio de los casos invita a aprender de aquellos intelectuales que asumen riesgos. Sin arriesgarse, difícilmente se siente una voluntad de cambio. En una de mis exploraciones pedagógicas, armé un programa de alfabetización basado en las artes para comunidades desfavorecidas, a partir de obras clásicas de la literatura como Pre-Textos, para elaborar una pintura, un poema o una pieza musical. Sin importar si se trataba de niños de primaria, de estudiantes graduados o de ciudadanos de la tercera edad, los participantes del taller alcanzaron a experimentar la cercanía entre las obras de creación y el pensamiento crítico (ver capítulo 4, «Pre-Textos»).
Otra aventura que hemos liderado es el curso «Agentes culturales», que hoy hace parte del currículo «General Education» de los estudiantes de pregrado en la Universidad de Harvard. El curso invita a una serie de líderes de una amplia gama de disciplinas que combinan el arte con otras profesiones (medicina, derecho, negocios, ingeniería, ciencias políticas) para realizar trabajos admirables que relacionan la desfamiliarización estética con la naturaleza del liderazgo para cambiar paradigmas, percepciones y prácticas. Resulta que ser líder es producir arte y generar admiración12. La admiración, según aprendí del alcalde Mockus, es el sentimiento fundamental de la ciudadanía, término que utilizo en el sentido de participar en una sociedad y no como estado legal, susceptible de exclusión (ver capítulo 1, «Desde arriba»). Por ejemplo, una destacada médica y fotógrafa «se enamora de nuevo» de sus pacientes a través de los retratos que les hace. Un abogado defensor de los derechos humanos se convierte en diseñador de jardines para abrirle una alternativa sostenible a los que venden drogas en las calles. Un ingeniero en biomecánica inventa un laboratorio de arte y ciencia para demostrar que las dos actividades pueden funcionar juntas. El curso incluye organizar una feria en la que los artistas-activistas locales y los estudiantes lanzan ideas para solucionar problemas, armar colectivos y codiseñar intervenciones para alentar reformas legales, fomentar la distribución de productos locales, abogar a favor de la conservación energética o en contra de la creación de perfiles de categorías raciales, denunciar las violaciones sexuales que se producen durante una cita, y muchos otros problemas.
Proyectos como estos, inspirados en las artes, están reestructurando los planes de estudio de los programas de las humanidades comprometidas, así como también de las escuelas de medicina y de negocios, incluso los nuevos programas de liderazgo público. Es evidente que las humanidades tienen una importante labor por cumplir en estas y otros proyectos colaborativos en las universidades y las instituciones ciudadanas. Es que la vida cívica depende de un entrenamiento estético para desarrollar el juicio y la imaginación. Esta formación en el libre pensamiento es precisamente la labor de los humanistas. Es hora de recomenzar, en serio, como partícipes –directos e indirectos– de los procesos de desarrollo cívico.
Bordeando el límite
La gran variedad de proyectos que menciono en las páginas siguientes (que incluyen los mimos que dirigen el tráfico, el teatro legislativo, las orquestas de música clásica conformadas por jóvenes en estado de pobreza crítica, una campaña de afiches que rompió el silencio en torno al sida, la revitalización de una ciudad gracias a la pintura de sus casas, los recogedores de basura que se convierten en editores, y muchos más que seguramente ustedes conocerán y podrán agregar a la lista) tienen un aire de familia. Todos comienzan como obras de arte que llaman la atención sobre temas sociales particulares, pero ninguno se queda en la denuncia sin más13. Además de concientizar a los ciudadanos, generan un efecto cascada que se extiende a lo largo de las instituciones y las prácticas extraartísticas. La interpretación humanística tiene entonces la oportunidad de rastrear esos efectos multiplicadores del arte y de especular sobre sus dinámicas con el fin de estimular más movimiento. Esto implica participar en actividades que se desvían del «texto» o de la obra de arte, sin perder el rigor intelectual del método humanístico en las lecturas minuciosas (close-reading) ni su agilidad liberadora.
Entre las realizaciones artísticas que requieren una lectura en profundidad, como libros, cuadros, sinfonías, etc., están los proyectos prácticos (en derecho, medicina, prevención del delito, desarrollo económico) que se se encienden de esa energía transformadora que se llama arte. Rigoberta Menchú, por ejemplo, ha sido celebrada como activista, feminista, defensora de los derechos humanos, en términos totalmente temáticos o antropológicos que no se plantean la pregunta de por qué su testimonio acerca de la guerra civil en Guatemala, publicado en 1984, resultó tan eficaz en términos políticos. Pero leer con atención sus tácticas retóricas revela una estratega literaria formidable, que es una dimensión significativa de su liderazgo persuasivo. Vale la pena aprender esta lección de estilo14.
Un activismo cultural consciente, necesariamente híbrido, requiere de varios tipos de habilidades para enchufar los modelos sociales desgastados e improductivos al motor de intervenciones poco convencionales. Es evidente que los medios mixtos del arte, siempre impredecibles, y las instituciones extraartísticas cuando se asocian y logran tener intervenciones culturales constructivas, no tienen cabida en las disciplinas preestablecidas. Por un lado, las ciencias naturales y sociales quizás puedan reconocer estos sorprendentes y efectivos programas; pero por otro, posiblemente pasen por alto los aportes que ha hecho el arte a las transformaciones económicas, jurídicas o de la salud. De esta manera, las ciencias se estarán perdiendo de uno de los móviles de la eficacia social15. Por su parte, los humanistas preocupados por la defensa de la autonomía del arte tienden a saltarse o a considerar fuera de lugar los efectos sociales del arte, aun cuando estos dan fe del valor estético.
Esta discordia entre la estética y la pragmática debilita doblemente lo «adyacente posible» porque solo se produce a partir de una combinación de arte y ciencia16. El desarrollo científico y social necesita de la imaginación y del juicio que las artes cultivan; y las artes florecen con los desafíos de adaptación que surgen cuando los sistemas entran en crisis y se necesitan nuevas formas. Seguir el rastro de estas creaciones híbridas significa bordear las prácticas establecidas para explorar lo adyacente y crear vínculos a partir de experimentos creativos. Es hora de animar a los intérpretes a correr riesgos y a aprender la lección del quehacer artístico sobre el valor que tiene ensuciarse las manos practicando el método de ensayo y error. «Inténtelo otra vez. Fracase otra vez. Fracase mejor». Ese es uno de los mantras del artista (en la formulación de Samuel Beckett). Los verdaderos maestros deben tomar riesgos, recomendaba Paulo Freire a partir de una audaz cita de Hegel: «Solo arriesgando la vida se obtiene la libertad»17.
Uno de los incentivos para persuadir a los intérpretes del arte de salir de sus confines solitarios y abrirse a la colaboración con otros colegas y comunidades es la oportunidad de obtener un amplio respaldo para la educación humanística. Nos hace falta. La interpretación humanística servirá como el patio interior donde se comunican residentes de diferentes alas (la política, la economía, la ecología, la medicina, etc.), y donde las habilidades particulares sean reconocidas como aliadas necesarias en colaboraciones híbridas que puedan construir cambios sociales. El éxito en el arte