El arte obra en el mundo. Doris Sommer
pero se mantuvo a flote gracias a los ciudadanos que confiaron en su estilo de gobierno y que estuvieron dispuestos a cocrear proyectos con el candidato32. La invitación a la Bienal de Berlín en 2012 como artista distinguido confirmó finalmente su reputación internacional como creador de obras estéticamente impactantes33.
Figura 1.1. Un mimo dirige el tránsito en Bogotá. El Tiempo, febrero 1995.
Fuente: Archivos de El Tiempo, Bogotá, Colombia.
Los mimos que dirigían el tránsito fueron solo una de las muchas intervenciones o «acupunturas» culturales inspiradas en el arte que se hicieron durante la primera administración del alcalde Mockus. El término terapéutico «acupuntura urbana», acuñado por el alcalde Jaime Lerner, de Curitiba en Brasil, se usó para destacar aquellas prácticas sociales que podían curar males colectivos34. Una vez que la acupuntura cultural muestra algunas señales de alivio aunque sean leves, es posible confirmar la eficacia de la acción colectiva y animar a los escépticos a sumarse a la campaña35. En Bogotá empezaron por pintar las calles de la ciudad con 1.500 estrellas-cruces de 1,2 metros de largo en cada lugar en donde hubiese caído alguna víctima de un accidente de tránsito. Se trataba de una advertencia a los peatones que estaban acostumbrados a cruzar las calles por «atajos» (un concepto general que en Colombia significa tomar el camino más fácil: el de la corrupción).
Figura 1.2. Estrellas caídas que conmemoran las muertes por accidentes de tránsito, Bogotá, 1996. Fuente: Archivos de El Tiempo, Bogotá, Colombia.
Otros ejemplos de acupuntura incluyen un concurso que premiaba al mejor afiche a favor del uso de condones, que acompañó la distribución de cientos de miles de estos preservativos en toda la ciudad. Las armas entregadas voluntariamente como resultado de una campaña general se fundieron para hacer cucharitas de bebé con la consigna «Arma fui», en una alquimia que relegó la violencia ritualmente al pasado. Los conciertos de Rock al Parque, que se realizaban cada semana, les dieron a los jóvenes un escenario donde reunirse y reclamar su espacio en las noches. La «Vacuna contra la violencia» fue una terapia escenificada en todas las plazas públicas contra la agresión doméstica que había escalado a niveles de «epidemia». La metáfora médica nos lleva a entender que las epidemias requieren vacunas en dosis mínimas de agresión para inocular a las víctimas vulnerables contra una violencia mayor. A lo largo de varios fines de semana, casi 57.000 ciudadanos hacían filas portando globos en los que habían pintado el rostro acechante de la persona que más había abusado de ellos. Al final de la fila se encontraban con un médico o con un actor vestido de blanco, ante quien expresaban su rabia, y hacían explotar el globo. De esta manera, algunos se sentían liberados, hacían catarsis, y los que no, se inscribían en programas terapéuticos para buscar superar los efectos del abuso familiar. El equipo del alcalde también imprimió 450.000 tarjetas con signos de aprobación o desaprobación –el pulgar hacia arriba, por un lado, y hacia abajo en color rojo, por el otro–, para que los ciudadanos aprobaran o no el comportamiento del tránsito y se autorregularan en ese espacio público compartido36. Esta práctica fue descontinuada después de una temporada cuando Mockus aceptó las críticas que sostenían que la desaprobación podía interferir en el desarrollo de la autoestima y en la eficacia misma de la acción ciudadana.
Otra iniciativa que mitigó las prácticas violentas fue la «Noche de las mujeres», una estrategia indirecta y lúdica para el proyecto feminista de reconquistar las calles. A diferencia de las campañas feministas angloamericanas llamadas «Take Back the Night» –en donde las mujeres desfilan por las calles y portan pancartas para hacer reclamos a los hombres–, la acupuntura bogotana alentaba la sociabilidad y la alegría entre mujeres que se tomaran las calles, los bares y las discotecas, mientras los hombres se quedaban en casa. Alrededor de 700.000 mujeres salieron en la primera noche. Los hombres se quejaron, pero en su mayoría obedecieron el mandato de no salir de casa, tal vez por razones machistas, ya que salir suscitaría burlas por identificarse con las mujeres en una noche dedicada solo a ellas. Los pocos que insistieron en salir lo hicieron amparados en «salvoconductos» que aparecían impresos en los periódicos. A la mañana siguiente, la prensa informó en grandes titulares que en la ciudad se había producido solo un homicidio y ninguna muerte en accidentes de tránsito37. Otra medida que inicialmente no fue muy bien recibida por los hombres fue «la ley zanahoria», el horario límite impuesto a la venta de licor. Los bares debían cerrar a la una de la mañana, justo cuando la noche solía alborotarse con alegría y violencia. Pero una vez que los medios comenzaron a reportar una disminución en la cifra de homicidios, los resquemores frente a la medida disminuyeron. Para las mujeres, la noche dedicada a ellas demostró que el respeto por la vida y la ley no significaba sacrificar la diversión sino, por el contrario, un modo de hacerla posible. Y los hombres comenzaron también a disfrutar los efectos de mayor civismo y de la recuperación de la vida doméstica.
Una de las lecciones importantes que muchos hemos aprendido de Mockus como alcalde y como profesor es que, si no se apela al placer, la reforma social y el pragmatismo político se consumen en pretensiones contraproducentes y pasajeras. Friedrich Schiller ya lo sabía en 1793, antes de escribir sus Cartas de 1794, cuando criticó severamente la confianza exclusiva en la razón: «Con el fin de que la obediencia a la razón se convierta en inclinación natural, debe representar para nosotros el principio de placer, porque el placer y el dolor son los únicos resortes que ponen en movimiento los instintos»38. Mockus admite, por supuesto, que el dolor y el miedo al castigo están entre los incentivos de la obediencia, pero que también son generadores de resentimiento, junto con una resistencia a la ley que a la larga es desestabilizadora. La sumisión impuesta por obligación vuelve amarga la subjetividad que se resiste a incorporarse al mundo, mientras que el acatamiento placentero endulza la integración social. Mockus no confía totalmente en el placer, como tampoco lo hacía Schiller, que lo llamaba «un compañero muy sospechoso» de la moral39. Pero como sostuvo Mockus en su seminario «Hedonismo y pragmatismo», la asociación incómoda entre los dos pocas veces puede ser evitada, ya que el hedonismo sin límites se mueve entre la precariedad de los placeres y termina en el dolor permanente, de la misma manera que la ausencia de ley llama a la escasez y a la violencia. De manera complementaria, un pragmatismo sin placer dura poco porque produce una aversión a las obligaciones.
Posiblemente en algún momento el filósofo Mockus había pasado por alto esta tensión productiva entre la razón y la pasión, que para los artistas es tan familiar, porque el campo de la filosofía con frecuencia descarta a Schiller e incluso reduce la obra de Kant a sus tomos sobre la razón dejando por fuera su Crítica del juicio estético40. Sin embargo, varios de los ensayos del profesor Mockus evocan algo del entusiasmo de Schiller por el placer del juego creativo y el ejercicio contrafáctico de la imaginación41. El alcalde Mockus nunca dudó de la eficacia del arte, y luego de leer el manifiesto del formalismo ruso escrito por Viktor Shklovsky, «El arte como artificio» (1913), donde se define el arte como la desfamiliarización o la interrupción del hábito, Mockus admitió finalmente que él también era un artista42. La habilidad del alcalde para interrumpir el cinismo y la corrupción cotidiana animó su plataforma general de cultura ciudadana. El programa combinaba ejercicios pedagógicos y de persuasión para poder armonizar las normas morales, legales y las prácticas culturales que competían entre sí, demostrando, en primer lugar, los altos costos que genera el «divorcio» entre ellas y luego convenciendo a los ciudadanos de que es posible reconciliar códigos de comportamiento formales e informales43.
«Antanas ve la ciudad como un gran salón de clases», solía decir Alicia Eugenia Silva, la vicealcaldesa de Bogotá durante la administración de Mockus44. Ese salón de clases lucía como un teatro de vodevil cuando Mockus se disfrazaba de «Súper-Cívico», con capa y malla, para hablar en la televisión, o cuando daba a conocer sus mensajes en ritmo de rap, o utilizaba un sapo de juguete para celebrar la valentía de los informantes que se atrevían a saltar la talanquera y condenar el crimen. Esta «croactividad» acercó la cultura a la moral y la alineó con la ley. En este marco en el que se busca la armonía de lo informal con las leyes formales se encontraron soluciones a algunos de los problemas del tránsito,