El teatro norteamericano: una síntesis. Alfredo Michel Modenessi
y sin la aprobación de Floyd Dell, los Provincetown Players sobrevivieron incluso a la Primera Guerra Mundial, misma que marcó la extinción de otros esfuerzos, notablemente el de los Washington Square Players. O'Neill no era el único dramaturgo de mérito o de éxito en el grupo. El propio Dell, John Reed, Louise Bryant, Hutchins Hapgood, Neith Boyce y, claro está, Susan Glaspell, aseguraban la prosperidad del bien llamado, a instancias de O'Neill, The Playwrights' Theatre: "La compañía de teatro de los dramaturgos". Como veremos, O'Neill no simpatizaba demasiado con los actores, los players. En tanto su sostén principal era la suscripción directa de socios y espectadores, los Provincetown Players gozaban de salud financiera. Se supieron conservar así durante la guerra, a pesar de la salida de diversos miembros por la misma causa. Con base en una eficiente administración, el grupo llegó a 1920 con un proyecto que le significaría su mayor logro: The Emperor Jones, de Eugene O'Neill. Por ahora baste registrar su trascendencia teatral e histórica. Sin escatimar gastos para su producción, lo que trajo a Cook aún mayores críticas, además de casi la bancarrota, The Emperor Jones triunfó estrepitosamente. El éxito fue tan semejante al concepto tradicional de Broadway que hasta allá fue a parar la obra, con todo y reparto original. De esta manera se inició un fenómeno común hasta nuestros días: la adopción por parte del comercio establecido de productos de índole y precio muy distintos de los suyos, pero rentables. Lo asombroso fue el montaje y lo que prometía. La integración de los elementos teatrales nunca fue mejor o más evidente. Cook gastó los fondos del grupo en un domo especial que permitía los efectos luminosos deseados por O'Neill; utilizó los tambores in crescendo como puntuación tanto externa como interna de la temática de la obra; estableció una relación espacial con el público; propició la preponderancia de un tema estadounidense que concentraba tantas paradojas de esa nación a la vez; en fin, The Emperor Jones significó lo que desde un principio Cook y Glaspell se propusieron al fundar los Provincetown Players. Con el triunfo llegó la separación. El grupo alcanzó más objetivos de los que a veces se le reconocen y dejó una trayectoria difícil de superar. Si bien su nombre se conservó hasta 1926 e incluso después, la verdad es que la partida a Grecia del matrimonio Cook-Glaspell, en una búsqueda que sonaba tanto a desesperación como a fastidio, marcó el final en 1921. En ocho temporadas se produjeron 93 obras de 47 dramaturgos oriundos de Estados Unidos, y aunque muchas tenían por único mérito el ser de ese país, "dio pie a cuando menos dos dramaturgos importantes":4 O'Neill y Susan Glaspell, más de lo que otros pueden reclamar para sí.
Sin duda, la figura central es la de O'Neill, pero los logros de Susan Glaspell no pueden pasarse por alto. Glaspell fue la primera de una ilustre lista de mujeres dentro de la pequeña saga de los Provincetown Players. Según sus propias palabras, su educación fue típica de un habitante del midwest, con una familia "que anhelaba hacer dinero, jugaba bridge, votaba por los republicanos, iba a la iglesia y pensaba que todos debían ser como los demás".5 Su toma de conciencia como artista socialmente comprometida no fue la de un simple rechazo pasional de los principios que rigieron sus años formativos. Susan Glaspell trajo a su propia vida y a la de quienes la trataron de manera más íntima (en primer lugar, evidentemente, George Cook) un equilibrio y una sensibilidad extraordinaria. La común y corriente "anticonformista" de Davenport, Iowa, pasó a ser novelista sentimental y luego activista anarcosocialista, para luego transformarse en gran dramaturga sin perder el sentido del humor.
Sus inicios en el teatro se dieron al lado de Cook con Supressed Desires, de 1915. Pero en 1916 Susan Glaspell escribió y produjo una pequeña pieza, memorable, llamada Trifles. La obra se montó en el viejo teatro del muelle de Provincetown. En forma breve, la trama nos habla de una acusación de asesinato. Los cinco personajes que aparecen en escena —el fiscal, el alguacil, un vecino y dos mujeres, ambas esposas y amas de casa— visitan el domicilio de un hombre presuntamente asesinado por su mujer, la acusada. Los tres hombres revisan las habitaciones tratando de descubrir una motivación para el crimen. Las mujeres, por su parte, logran reconstruir la situación y los hechos a partir de los pequeños detalles, las "naderías" (trifles) del título: una cobija mal tejida, un pajarillo con el cuello roto dentro de una jaula cuya puerta también ha sido rota. Poco a poco se dan cuenta de la culpabilidad de la acusada, al tiempo que adquieren conciencia de su ignorancia respecto de los conflictos que día a día suceden a su alrededor. Se establece una condición doblemente paradójica: como seres humanos y como mujeres, las dos protagonistas se ven en el dilema de optar entre la solidaridad humana y genérica y la justicia ciega. En presencia de la arrogancia masculina, optan por la solidaridad, deciden comprometerse con la ausente y no hablar de las pruebas que sólo ellas son capaces de detectar. La sensibilidad se asume como responsabilidad frente a la justicia mecánica. Susan Glaspell borda en lo cotidiano un juego secreto, a base de pequeñeces. Con el retrato que hace de la prisión virtual de la mujer en su hogar se demuestra su aguda percepción de lo femenino, sin restringir el problema a las personas de tal sexo. El mérito principal de la obra es que, si bien carece de un gran vigor en términos convencionales, tiene un equilibrio que contrarresta el melodrama. Glaspell y O'Neill, por igual, contribuyeron a la consolidación de la muy norteamericana práctica de la obra en un acto. Trifles es, en ese sentido, una joya.
La carrera de Susan Glaspell no se detuvo allí. Sus aportaciones a los Provincetown Players, 11 piezas en total, fueron igualmente cortas, aunque nunca tan buenas como la primera. Susan Glaspell se dedicó a escribir pequeñas sátiras de su mundo intelectual, político y personal. Lejanas de la calidad evocativa de Trifles, The People (1917), Close the Book (1917), Women's Honor (1918) y Tickless Time (de nuevo en colaboración con su esposo, 1918) sólo ofrecen una idea de la personalidad franca de su autora. Bernice (1919) destaca por brindar un retrato de la generosidad, pero es una fallida obra poética. El simbolismo de las primeras piezas de Glaspell a menudo la traiciona. En The Outside (1917) logra un equilibrio mejor que en obras subsecuentes, se define en favor del compromiso poético y contraria a la visión pesimista de muchos escritores del tiempo de la Primera Guerra Mundial y su posguerra. The Inheritors (1921) es una obra más lograda, que trae a la superficie el fuerte nexo entre Glaspell, el proyecto original de los Provincetown Players y los ideales que promovieron la fundación y el crecimiento de Estados Unidos, en contra de la enajenación y el desencanto propios de su desarrollo.
Glaspell centra sus tramas en personajes femeninos. Madeline Morton, la protagonista de The Inheritors, tiene tanto que decirnos de la natuarleza femenina como de la condición social y política estadounidense en general. Esta obra en especial no ha resistido los embates del tiempo: es un tipo de melodrama que ha caído no sólo en desuso sino en riesgo de provocar un indeseado humor involuntario. El gran año de Glaspell es 1921; en ese entonces escribe The Inheritors y The Verge. Ciertos temas sobresalientes de lo norteamericano se desarrollan en esta última: la parálisis espiritual y la carencia de forma e identidad. La protagonista, Claire Archer, es una instancia de autoironía, común en Glaspell: "una nueva mujer" en busca de trascender roles social y sexualmente determinados que acaba por matar a su amante en el afán de demostrar una tesis. La obra no es simple, alcanza un simbolismo sutilmente cómico, envidiable para las primeras etapas de la gran dramaturgia estadounidense. Claire se encierra en una torre donde, después de haber desempeñado dos veces el papel de esposa y una vez el de madre sin que le hayan sido satisfactorios, se dedica a cultivar plantas exóticas con la convicción de que los vegetales son el modelo de sus aspiraciones. Pretende sublimar su condición a través de una forma de destrucción creativa análoga a la de las plantas. Sus esfuerzos por lograr un híbrido que trascienda su propio estado físico fallan y se ve obligada a arrancar la planta de raíz. El paso consecuente es la locura. Pero hay un olvido de toda generosidad, el esfuerzo crece en el egoísmo. La autodestrucción carece de propósito y sólo la conduce al crimen, después de pasar por un estado de creación pretendidamente poética. Claire es imagen de una amenaza cada vez más cercana que Glaspell detecta con vigor: la pérdida del sentido de la experiencia y la retracción de los signos que deberían servir para recogerla y compartirla. Claire es un ser autodefinido en ceros, al tiempo que es una figura promisoria; la zona de en medio no se puede franquear. Al menos no desde