Historias de amor en el tiempo. Claudia Martínez

Historias de amor en el tiempo - Claudia Martínez


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      Historias de amor en el tiempo

      CLAUDIA MARTÍNEZ

      Historias de amor en el tiempo

      © de los textos: Claudia Martínez, 2020

      © de las ilustraciones: Alejandra Karageorgiu, 2020

      © de esta edición: Editorial Tequisté, 2020

      Corrección: M. Fernanda Karageorgiu

      Diseño gráfico y editorial: Alejandro Arrojo

      1º edición: junio de 2020

      Producción editorial: Tequisté

      [email protected]

      www.tequiste.com

      ISBN: 978-987-4935-39-7

      Se ha hecho el depósito que marca la ley 11.723

      No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su tratamiento informático, ni su distribución o transmisión de forma alguna, ya sea electrónica, mecánica, digital, por fotocopia u otros medios, sin el permiso previo por escrito de su autor o el titular de los derechos.

      LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA

      Martínez, Claudia.Historias de amor en el tiempo / Claudia Martínez ; ilustrado por Alejandra Karageorgiu. - 1a ed . - Pilar : Tequisté. TXT, 2020.Libro digital, EPUB. Archivo Digital: descarga y online. ISBN 978-987-4935-39-7. / 1. Narrativa Argentina. 2. Narrativa Erótica. 3. Cuentos Románticos. I. Karageorgiu, Alejandra, ilus. II. Título. CDD A863

      A mis hijos, siempre, porque son el motor de mi vida.

      Historias de amor en el tiempo nació por el pedido de alguien que me dijo «escribime una historia». Le escribí tres.

      Gracias, María Eugenia Lucero. Infinitas gracias.

      Agradezco inmensamente a mi gran y querido amigo, Marcelo Lovera, por el prólogo bellísimo que me dedicó.

      Prólogo

      Por: Marcelo Lovera

      Conocer a Claudia es estar decidido a aprender esas cosas que a veces encienden una parte de uno que quizás están dormidas. Basta con detenerse a ver detalles de su vida y les aseguro que les pasará como a mí. Les pasará que con muy poco alcanzará para saber cómo esta plantada en esta vida, cuáles son sus valores y también hasta dónde quiere llegar en su corazón.

      Con algunas irónicas bromas y el uso justo del sarcasmo picante se puede oler hasta dónde llega su nivel de perversión, más aun, cuán sincero es su sentido del humor. Todo porque es alguien sumamente transparente, sus vivencias la llevaron a ser auténtica ciento por ciento, sin vueltas ni prejuicios. Solo alguien así puede describir con tanto detalle y de una manera casi animal las situaciones por las que pasan los personajes de las historias que van a leer.

      Se nota a través de su relato que ha llevado una vida lo suficientemente intensa. Logra demostrar que sabe qué palabras y qué vocabulario elegir para contar sin redes esas sensaciones tan escandalosamente íntimas, tan personales y por sobre todo tan celosamente únicas. Amar sin pedir permiso, contar con ganas ni frenos, sentir que las palabras pintan con exactitud nuestros sentidos hasta atravesar y leer el pensamiento de la manera correcta es lo que van a encontrar en este libro.

      Solo déjense llevar, ella es de esas personas de las que uno dice sin dudar… no te pierdas de conocerla.

Image Imagen que contiene foto, mujer, oso de peluche, viejo Descripción generada automáticamente

      A principios del siglo XX, yo era una joven de 22 años con muchas ganas de triunfar como violinista. Recién recibida en una gran academia de América del Sur, me propuse viajar al viejo continente, donde estaban los mejores maestros y las mejores orquestas de ópera.

      Dejé mi terruño con el adiós infinito de mis padres que con tanto esfuerzo me habían pagado la mejor academia para que yo pudiera realizar mis sueños.

      Partí en un gran barco dejando atrás la tristeza de mi familia. Mi padre era comerciante de telas en mi amado Buenos Aires. Mis hermanos trabajaban a la par de él. En aquella época era muy raro que una joven se largara a tal aventura.

      Tardé un mes en llegar a la bella y vieja Europa; mi destino: Italia, la región de la Toscana. Por aquella época la literatura que se estudiaba en las grandes universidades era la más rica en su esencia: Dante Alighieri, Francesco Petrarca; de ahí mi nombre, Francesca. Mis padres eran de origen italiano, al igual que mi apellido, bien italiano: Rizzo. Autores como Giovanni Boccaccio —junto con los otros— fueron de los grandes escritores del siglo XIX, pero todavía tenían peso en la nueva Italia. Ellos dieron el nacimiento a la más bella lengua, al más hermoso dialecto toscano que más tarde se convertiría en el lenguaje culto usado en toda Italia.

      Todo esto era maravilloso, saber de la literatura italiana me deslumbró desde chica: las lenguas vivas, la poesía de Ludovico Ariosto y Torquato Tasso o los tratadistas Nicolás Maquiavelo y Francisco Guicciardini.

      Esto me entusiasmó más en querer saber de la bella Italia. Los primeros años del siglo XX conocieron un movimiento artístico y literario que se originó y desarrolló en casi la totalidad de Italia: el futurismo, en el que militaron Filippo Tommaso Marinetti, su fundador, Giovanni Papini en su primera época y otros autores. Y la parte que más me interesaba la música… el genio italiano encabezado por Giovanni Gabriel y Carlo Gesualdo, las composiciones sacras de Giovanni Piuligui de Palestina, las primeras formas operísticas del siglo XVII nacidas en la Toscana (Florencia).

      En el siglo XIX, la música italiana brillaba fundamentalmente en las composiciones de óperas, con nombres universales como Gioachino Antonio Rossini, Gaetano Domizetti y el gran Giuseppe Verdi. En el siglo XX la sinfónica conoció un nuevo impulso con Ottorino Respighi y otros autores posteriores como Luigi Dellapiccola, Luigi Nomo y Ricardo Mallipiero. Todo esto ya lo había estudiado porque sabía que algún día viajaría a la bella Italia.

      Desembarqué en Florencia un hermoso día de verano, en junio del año 1918; me recibió ese cálido e intrigante paisaje.

      Mi italiano no era muy fluido, pero entendía bastante. En el puerto se veían marinos de todas partes del mundo; la población era magnífica y pasible.

      Empecé a caminar por las callecitas, donde me confundían los aromas y olores del puerto: el pescado fresco, las ferias de fruta y verduras frescas con los vinos de la región más linda: mi bella Toscana.

      Cruzando una calle, un niño se me acercó y me dijo:

      —Señorita, ¿le llevo su equipaje?

      —Sí —le contesté—. Niño, ¿cómo te llamas?

      —Giovanni.

      —Giovanni, ¿me podrás decir de alguna posada cercana y barata?

      —Sí, signorina, la posada de doña Carlotta, porque ahí es un lugar indicado para una signorina como usted.

      Caminamos tres cuadras y me encontré con un lugar pintoresco con colores ocres y azules. Me despedí de Giovanni dándole 15 liras, a lo que agradeció y salió corriendo para perderse en la multitud y en ese verano cálido de Florencia. Ya decidida, entré y me encontré con una señora de figura graciosa, bastante rellenita y de mirada complaciente.

      —Buenos días, signorina, ¿qué necesita?

      —Una habitación y un baño privado, si puede ser, y algo para comer.

      —Llega usted al lugar indicado. ¿Su nombre, signorina?

      —Me llamo Francesca Rizzo. Soy del sur, de América del Sur, y vengo a especializarme y conseguir un sueño: tocar en la filarmónica de Florencia. Soy violinista

      —¡¡¡Qué hermoso!!! —contestó mi regordeta posadeña—, pero es muy raro que una


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