Racionalidad y trascendencia. Carlos Miguel Gómez Rincón
culto al cuerpo, ideologías laicas), o incluso como una estructura vacía ya de contenido propiamente religioso que configura la sociedad moderna con formas como la “religión civil” o el “espíritu del capitalismo”. Esta forma de pervivencia de lo religioso secularizado en la modernidad fue indicada ya por Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, así como por Mircea Eliade en Lo sagrado y lo profano (Barcelona: Labor, 1983), 169-179. Puede verse también Mardones, Para comprender las nuevas formas de la religión, 73-112. También queda por fuera de nuestra consideración en este capítulo la espiritualidad propia de las tendencias agnósticas y ateas que de suyo cumplen también una función religiosa en nuestros días.
38 Grace Davie, Religion in Britain Since 1945: Believing Without Belonging (Oxford: Blackwell, 1994).
39 Mardones, Transformaciones de la religión, 35.
40 Por ejemplo la ya célebre y muy discutida teoría de John Hick, presentada en An Interpretation of Religion: Human Responses to the Transcendent (New Haven and London: Yale University Press, 2004); o la interpretación mística de Raimon Panikkar que, entre otros textos, puede encontrarse en los artículos publicados en The Intrareligious Dialogue (New York: Paulist Press, 1999). Para una discusión sobre las principales interpretaciones de la diversidad religiosa en la filosofía de la religión actual, puede verse mi libro Diálogo interreligioso: el problema de su base común (Bogotá: Universidad del Rosario, 2008).
41 Mardones, Transformaciones de la religión, 37.
42 Peter Berger, The Heretical Imperative: Contemporary Possibilities of Religious Affirmation (New York: Anchor Press, 1979).
43 El “pragmatismo” propio de este modo de justificación de la creencia ha sido frecuentemente señalado y vinculado con el hecho, que no hemos mencionado aquí, de la inclusión de la creencia y la experiencia religiosa en la “lógica del mercado”. En un contexto de pluralidad de alternativas religiosas, de un lado, cada tradición tiene que ofrecer sus “productos religiosos” y competir con las demás por la adhesión de los fieles; del otro, estos productos deben probar ser efectivos para las necesidades e intereses de los “clientes potenciales”, y así su efectividad se torna en el criterio de validez de la creencia. Esta situación fue ya indicada por Berger, El dosel sagrado, 198; ver también Mardones, Transformaciones de la religión, 82.
44 En efecto, el término “fundamentalismo” nace dentro del cristianismo norteamericano de principios del siglo XX, y en su acepción original se refería a ciertos movimientos evangélicos que pretendían restablecer los fundamentos de la verdad cristiana (the fundamentals) amenazados por la modernidad y el liberalismo. Además de estar contra una exégesis bíblica historicista, estos movimientos se oponían a la secularización y la teoría de la evolución natural de Darwin. Tamayo, Fundamentalismos y diálogo entre religiones, 75.
45 Cf. ibíd., 94.
46 Mardones, Transformaciones de la religión, 96.
47 Tamayo, Fundamentalismos y diálogo entre religiones, 90 y Berger, El dosel sagrado, 231.
48 Tamayo, Fundamentalismos y diálogo entre religiones, 95; Mardones, Transformaciones de la religión, 96.
49 Por supuesto, el fundamentalismo y las religiosidades difusas representan los dos extremos de la situación presente. En el medio puede encontrarse una variedad de alternativas religiosas más moderadas.
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