Defensa de la belleza. John-Mark L. Miravalle
siguen investigando: porque no importa cuánto descubren, siempre hay más cosas de la naturaleza que intentan comprender.
Probablemente la mejor imagen bíblica de la imponente majestuosidad de la naturaleza sea la que aparece al final del Libro de Job, cuando Dios enumera maravilla tras maravilla, y va preguntando a Job: ¿Lo hiciste tú? ¿Entiendes cómo lo hice? ¿Has dominado los entresijos de la naturaleza, mi creación? Y si no es así, ¿cómo te atreves a cuestionarme?
Y Job responde al Señor: «Sí, he hablado de grandezas que no entiendo, de maravillas que me superan y que ignoro» (Jb 42, 3). Job no ha entendido la naturaleza en toda su hondura, y mucho menos a Aquel que lo hizo todo. No puede comprender; sólo puede maravillarse.
La naturaleza es también sorprendente en sí misma porque no tiene por qué ser como es. Se puede imaginar una naturaleza construida de distinta manera. La fuerza de la gravedad no es evidente: ¿por qué no se podrían repeler los objetos, en lugar de atraerse? La hierba no es evidente: ¿por qué tiene que ser verde, y no roja? Y lo más importante: su propia existencia no es evidente. No tiene obligatoriamente que ser como es. Dios era libre cuando la creó, cuando «llama a las cosas que no son para que sean» (Rm 4, 17).
Entonces la naturaleza no es obvia: ni para nosotros, ni en cómo existe, ni siquiera en su misma existencia. Por eso podemos decir que la naturaleza es verdaderamente sorprendente.
LA EXISTENCIA DE DIOS Y LA BELLEZA DE LA NATURALEZA
Hemos dicho que la inteligencia de Dios se expresa en el carácter ordenado de la naturaleza y que Su libertad se expresa en el carácter sorprendente de la naturaleza. La belleza de la naturaleza consiste precisamente en esto, en que expresa la inteligencia y la libertad de Dios.
La naturaleza es la obra artística de Dios, y revela al Artista Supremo. Por eso la reflexión sobre la belleza de la naturaleza debe conducir la mente a comprender que Alguien lo creó todo.
San Pablo deja claro que el no reconocer a Dios sólo puede deberse a la ignorancia de la verdad inherente a la naturaleza: «Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables» (Rm 1, 20).
Y san Agustín vincula explícitamente la expresión divina de la naturaleza a la noción de belleza:
Pregunta a la hermosura de la tierra, pregunta a la hermosura del mar, pregunta a la hermosura del aire dilatado y difuso, pregunta a la hermosura del cielo… Pregúntales. Todos te responderán: «Mira, somos bellos». Su hermosura es su confesión. ¿Quién hizo estas cosas bellas, aunque mudables, sino el inmutablemente bello?[6].
Parece también que la relación lógica entre la existencia de Dios y la belleza de la naturaleza funciona al contrario. No sólo la belleza de la naturaleza (es decir, su carácter ordenado y sorprendente) revela la existencia de Dios, sino, a la inversa, la negación de la existencia de Dios oscurece la belleza inherente al mundo natural.
Fijémonos en la historia que cuenta el ateo Dan Barker, de una conversación con su tío Keith, cristiano:
Un día volvíamos al sur de California en coche, de regreso de una feria de informática en Las Vegas. Mi tío señaló una enorme formación rocosa, diciendo: «¡Qué hermoso!». La miré un momento y dije: «Sí que es hermoso. Se ve cómo los antiguos lechos marinos sedimentarios multicolores fueron empujados hacia arriba, tras millones de años de presión tectónica, y ahora están inclinados a un ángulo improbable». Se volvió hacia mí, airado: «¿Tienes que estropearlo todo?»[7].
¿Qué había ocurrido?
Keith intentaba apreciar una hermosa obra de arte, con un hondo significado; para eso hay que creer que el arte fue creado por un artista (en este caso, el Artista). Dan se negaba a aceptar que hubiera un artista, y por eso se veía obligado simplemente a enumerar la historia y cualidades físicas del paisaje. Es como si dos personas contemplaran El viejo guitarrista, obra de juventud (y profundamente emocionante) de Picasso: una reconoce y siente el sufrimiento del guitarrista, pálido, pobre, delgado y anciano, un sufrimiento que no interfiere con, sino que más bien inspira, la intensidad con que toca el instrumento. La otra persona simplemente habla sin parar de las propiedades químicas de la pintura utilizada. Aquella entiende la belleza del cuadro; esta, no. Porque para ver la belleza de las cosas materiales es necesario creer que esas cosas materiales han recibido de una persona un significado espiritual.
Entonces, ¿cuáles son las conclusiones clave?
La contemplación de la naturaleza nos ha acercado a la comprensión de lo que es la belleza y lo que es el arte, pues la belleza del arte de Dios, evidentemente, ha de servir de paradigma para otras formas de arte y belleza. Los filósofos, desde Aristóteles[8] hasta Kant[9], han dicho que las bellas artes han de imitar la naturaleza. Y los cristianos que reconocen la naturaleza como arte divino, inteligente y libremente creado, estarían naturalmente de acuerdo. Santo Tomás es muy claro: «La naturaleza no es otra cosa que cierta clase de arte, a saber, el arte de Dios»[10]. Dante destaca la relación entre el arte de Dios y el arte humano: «El arte imita a la naturaleza, como alumno al maestro; y vuestro arte es, por decirlo así, nieto de Dios»[11]. Cierto que santo Tomás y Dante usan el término «arte» en su sentido genérico, pero también es válido en el sentido más específico de las bellas artes.
Además, hemos visto que el arte divino de la naturaleza puede caracterizarse como ordenado y también sorprendente. Esto nos servirá de guía al incluir otros temas generales bajo el encabezamiento de «estética».
Más aún, si la búsqueda de la belleza es un requerimiento de nuestra existencia, estamos moralmente obligados a proteger y experimentar la belleza manifiesta en el mundo natural. Esto no significa solamente viajar para ir de acampada, o pasear por el bosque, o hacer senderismo en las montañas, sino también conservar la belleza natural como parte integral del entorno humano.
El papa Francisco lamenta que «hay barrios que, aunque hayan sido construidos recientemente, están congestionados y desordenados, sin espacios verdes suficientes. No es propio de habitantes de este planeta vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del contacto físico con la naturaleza»[12].
Todos sabemos que la naturaleza puede ser un recurso para la humanidad. Y todos sabemos que la naturaleza es el hogar de la humanidad. Pero tendemos a olvidar que la naturaleza es primordialmente un mensaje a la humanidad, un modo de comunicación entre nosotros y Dios. Y cuando atacamos la belleza de la naturaleza, socavamos ese mensaje. Eso ocurre cuando ensuciamos o talamos los bosques, o arrasamos zonas enteras para sacar sus recursos. También ocurre cuando instalamos indiscriminadamente tecnologías «ecológicas» como paneles solares o molinos gigantescos, de manera que echa a perder el paisaje.
Entonces, no importa lo impresionantes que sean nuestros proyectos industriales, hemos de comprender que la belleza de la creación es más importante. De nuevo, el papa Francisco muestra su temor: «Parece que pretendiéramos sustituir una belleza irreemplazable e irrecuperable, por otra creada por nosotros»[13].
No podemos (y nuestra sensibilidad estética permanecerá subdesarrollada) y no tendremos jamás una relación sana con la belleza o el arte, si no empezamos por la belleza del arte que Dios mismo ha creado para nosotros.
[1] Jacques Maritain, La intuición creativa en el arte y en la poesía.
[2] Stanley L. Jaki, The Origin of Science and the Science of Its Origin.
[3] San Agustín, La música, VI.
[4] Se corresponden exactamente con las dos maneras en que algo puede ser obvio, o evidente. Santo Tomás de Aquino, ST I, 2, 1.