Vida de Jesucristo. Louis Claude Fillion
de ser exacta, pues tanto del lado del mar como de la parte del Jordán, el suelo se eleva gradualmente hasta llegar a la altitud media de quinientos a seiscientos metros, y de ochocientos en la parte meridional. De todas partes, de la Arabia Petrea por el Sur, del Mediterráneo por el Oeste, del valle del Jordán por el Este y de la planicie de Esdrelón por el Norte, es menester subir para ganar la meseta central, donde fueron construidas las ciudades de Hebrón, Belén, Jerusalén, Betel, Samaria y otras.
Siempre por esta misma parte occidental se distinguen en las montañas que forman el esqueleto del país tres macizos particulares, de composición principalmente calcáreo-cretácea. El del Norte, el macizo de Galilea, es el de mayor relieve; se extiende desde el Nahr-el-Kasimiyeh hasta la llanura de Esdrelón. El macizo de Samaria —«los montes de Efraim», como los llamaban los hebreos[7]— y el macizo de Judea, o las «montañas de Judá»[8], sólo están separados entre sí por una línea imaginaria, que servía de límite a las dos provincias. El segundo es notable por el carácter más compacto de sus montañas, mientras el primero se hiende con bastante frecuencia, para formar valles regados por arroyuelos. En cuanto a los montes de Galilea están mucho más espaciados y su as pecto recordaría el de varias de nuestras regiones, si aquéllos fueran más frondosos y estuvieran más habitados.
Al lado oriental del Jordán las montañas que se alzan en pendientes rápidas y escarpadas sobre el lado de Tiberíades y el valle encajonado del río forman, al juntar sus vértices, amplia meseta, de altura media de 800 metros, con cimas dispersas y aisladas. Inmensos campos de arena volcánica y vastas extensiones pedregosas alternan con tierras de pan llevar y abundosos pastos.
Si, como se ve, las montañas ocupan una parte considerable en la configuración física de la Palestina, también tienen importancia en la vida de Cristo. Sus ojos reposaron con frecuencia sobre ellas; y sus pies divinos por ellas subieron muchas veces. Así, los evangelistas se complacen en mostrárnosle, ya sobre la «alta montaña» de la tentación[9], ya sobre la que le sirvió de admirable pedestal para el mayor de sus discursos[10], ya sobre aquella otra de su oración íntima y solitaria[11], ya sobre el monte de la Transfiguración[12], ya sobre la montaña de Galilea, donde Jesús se apareció a numerosos discípulos entre su resurrección y su ascensión[13], ya, en fin, en el monte de los Olivos, de cuya cumbre se elevó majestuosamente para volver al Cielo[14].
Pero descendamos de la cresta central que domina todo el país situado al Oeste del Jordán y que señala la línea divisoria de las aguas. A orillas del Mediterráneo nos hallamos con lo que suele llamarse llanura marítima. La playa, cuya orla de arena blanquecina y roja contrasta con el azul oscuro de las aguas, es en general bastante monótona. Forma una línea casi recta de Sur a Norte, doblándose, sin embargo, sensiblemente hacia el Este, en su parte superior. Hasta el promontorio del Carmelo, que está como a medio camino, no se encuentra ningún golfo, ningún abrigo seguro para los navíos. En la región del Sur el puerto principal, Jaffa, es casi inaccesible a causa de las rocas que obstruyen gran parte de su entrada. Al Norte del Carmelo se extiende la graciosa bahía de San Juan de Acre; después, subiendo aún más al Norte, en la costa fenicia, se nota la presencia de ensenadas y de puertos más hospitalarios, que infundieron a los habitantes de Tiro y Sidón y sus contornos, hace ya millares de años, aquellos gustos marítimos y comerciales que tanta gloria y tanta riqueza les procuraron.
Donde la llanura que se extiende a lo largo del Mediterráneo alcanza sus mayores dimensiones es en su parte meridional. En el antiguo territorio de los filisteos, entre Gaza y Jaffa, llevaba en otro tiempo el nombre de Sefeláh, que quiere decir país «bajo», por contraste con las montañas de Judea, que la dominan al Este. Entre Jaffa y Cesarea se llamaba la llanura de Sarón. Su anchura disminuye a medida que avanza hacia el Norte. Enfrente, y al Sur de Jaffa, es de unos veinte kilómetros; de trece solamente cerca de Cesarea. No es una llanura del todo continua. Se eleva poco a poco hacia el Este, hasta alcanzar la altura de sesenta metros cuando llega al pie de la montaña. Está además sembrada de altozanos.
Todavía más al Norte la llanura marítima se estrecha notablemente. Después de haber pasado el promontorio del Carmelo, que avanza hasta el borde de las olas, se ensancha de nuevo entre Haifa y San Juan de Acre, en el sitio en que desemboca el gran valle del Esdrelón, que viene del Este. Cerca de las Escalas de Tiro está cerrada completamente por un promontorio rocoso, que es preciso atravesar, subiendo por una escalera toscamente tallada en la roca. Allí comenzaba en otro tiempo la Fenicia. La llanura vuelve a comenzar al Norte de Tiro, conservando aproximadamente el mismo carácter que en su sección meridional; es decir, que está compuesta de una franja de arena y de un terreno a propósito para el cultivo, que llega suavemente hasta el pie de las montañas.
Acabamos de explorar rápidamente tres de las zonas longitudinales de que se compone la Palestina: la región montañosa del Este, la del Oeste y la llanura a orillas del mar. La cuarta está formada por el valle del Jordán, que, atravesando el país de Norte a Sur, es en cierto modo su arteria. El río corre paralelamente a las dos cadenas de montañas enhiestas a derecha e izquierda. Es único en el mundo, pues ofrece el fenómeno extraordinario de que su fuente principal, al pie del Gran Hermón, está a 563 metros sobre el nivel del mar, mientras que, al desembocar en el mar Muerto, tiene 392 por bajo del mismo nivel. Lo cual da una diferencia de casi 1.000 metros entre su origen y su desembocadura, para salvar una distancia relativamente corta, de menos de 150 kilómetros, a vuelo de pájaro. Pero esta distancia se alarga de tal manera por infinitos meandros, sobre todo después que el río sale del lago de Tiberíades, que, si bien entre este lago y el mar Muerto no hay más que 100 kilómetros en línea recta, el Jordán, por sus caprichosos rodeos, recorre más de 300. Se comprende con lo dicho la rapidez con que se precipita en la enorme hendidura que le sirve de lecho. Su nombre[15] significa precisamente «el que desciende».
A lo largo de su curso forma tres lagos de diferentes dimensiones: al Norte, el llamado en otro tiempo Merón, y que los árabes designan hoy con el nombre de Huléh; más abajo, el célebre de Tiberíades, o mar de Galilea, admirable balsa de agua, célebre en la vida pública de Jesús, y que describiremos más adelante; al Sur se halla el mar Muerto, donde el río desaparece. En su orilla izquierda recibe dos afluentes principales: el Hieromax o Yarmuk, a su salida del gran lago de Galilea, y el Jaboc o Nahr-ez-Zerka. Después de las lluvias del invierno y en la primavera, cuando comienzan a derretirse las nieves del Hermón, se desborda habitualmente, pero sin causar daño, a causa de la forma de su lecho en su parte más meridional. Como hemos dicho, corre por un verdadero valle, de trece a veinte kilómetros de ancho, con terrazas escalonadas a sus lados, que poco a poco han formado las aguas, cavando el suelo y arrastrando las tierras. Los árabes le han dado el nombre de Ghor (grieta o hendidura). El lecho del río, propiamente hablando, apenas si tiene veinte metros de ancho. Al borde de sus márgenes crece densísima espesura, formada de tamarindos, álamos y otros árboles. En tiempo ordinario se le puede atravesar por varios vados, de los cuales hay dos enfrente de Jericó.
Por estos pormenores se comprende cuán grande es la importancia geográfica del Jordán para la Tierra Santa. Su inmensa fosa la divide en dos partes bien distintas, que se llaman Palestina cisjordánica, al Oeste[16], y Palestina transjordánica[17], al Este. Por otra parte, la fertilísima llanura de Esdrelón o de Jezrael, que arriba mencionamos, y que se extiende, en forma de triángulo, entre la cadena del Carmelo, los montes de Samaria, las colinas meridionales de la Galilea y el Tabor, corta la región de Este a Oeste en casi toda la anchura de la Palestina cisjordánica. Pero esta cortadura no tiene comparación con la que forma el valle del Jordán: en realidad une más que separa.
El aspecto físico de Palestina es sumamente variado, sobre todo teniendo en cuenta su pequeñez. Tanto, que ninguna otra región del globo terrestre presenta agrupados en esta forma igual número de fenómenos y contrastes sorprendentes: la zona alpestre del Líbano y del Hermón confinando con la zona tropical del bajo Jordán; la zona marítima, tan semejante a la del desierto. En menos de cuarenta y ocho horas se pueden visitar las cuatro sin dificultad.
Los relatos evangélicos, siempre fieles, apuntan con frecuencia, en notas accesorias, esta variedad. Cuando la oportunidad se presenta mencionan los montes, los valles, las corrientes de agua, las llanuras y riberas marítimas, el desierto, los lagos, las fuentes y los demás elementos