De Salamanca a Coímbra y Évora. André Azevedo Alves
La unidad dinástica peninsular contribuyó a fortalecer los lazos entre las universidades de Salamanca, Coímbra y Évora, lo que motiva que pueda integrarse la Escuela Española de la Paz (Corpus Hispanorum de Pace) en una más amplia Escuela Ibérica de la Paz. La presente obra analiza la mutua influencia entre estas universidades, que cuenta con nombres como los de Martín de Alpilcueta, Juan de Santo Tomás, Luis de Molina o Francisco Suárez. Bajo el ámbito de esta Escuela los doctores escolásticos formularon los principios morales y jurídicos que debían guiar las relaciones con los pueblos americanos recién descubiertos a los que se reconocía el dominio para autogobernarse y la capacidad para administrar sus propios bienes.
Conferencias del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Francisco de Vitoria
JOSÉ MANUEL MOREIRA
Y ANDRÉ AZEVEDO ALVES
DE SALAMANCA A COÍMBRA Y ÉVORA: CAMINOS CRUZADOS DE UNA ESCUELA SINGULAR
TRADUCCIÓN DEL PORTUGUÉS A CARGO DE
FÉLIX-FERNANDO MUÑOZ PÉREZ
Colección
Instituto de Investigaciones Económicas
y Sociales de la Universidad Francisco de Vitoria
Director
Rafael Rubio de Urquía
Comité Científico Asesor
José Luis Cendejas Bueno
María Lacalle Noriega
Ángel Sánchez-Palencia Martí
Félix-Fernando Muñoz Pérez
© 2018 José Manuel Moreira y André Azevedo Alves
© 2018 De la traducción del portugués, Félix-Fernando Muñoz Pérez
© 2018 Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Francisco de Vitoria
© 2018 Editorial UFV
Universidad Francisco de Vitoria
Ctra. Pozuelo-Majadahonda, km 1,800
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Primera edición: marzo de 2018ISBN edición digital: 978-84-18360-02-2 |
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ÍNDICE
IUS COMMERCII, COMMUNICATIONIS Y CRÍTICA DE LA TEOCRACIA
ANTROPOLOGÍA PORTUGUESA DE LA ÉPICA DE LOS DESCUBRIMIENTOS
DE LA RESTAURACIÓN DE LA ESCOLÁSTICA A LOS MAESTROS ESPAÑOLES EN CÁTEDRAS PORTUGUESAS
INTRODUCCIÓN
Azpilcueta recordaba siempre que Alcalá le había educado, Salamanca le había hecho hombre y Coímbra le había engrandecido.
La cita anterior, tomada de la «Introducción» de Luciano Pereña a una obra de Azpilcueta1 publicada en Madrid —en uno de los varios volúmenes de la Corpus Hispanorum de Pace—, evidencia la relación entre las universidades hispánicas que se ha hecho aún más manifiesta: las relaciones entre las universidades de Salamanca, Valladolid y Alcalá fueron tan intensas como las que existieron entre Salamanca, Coímbra y Évora.
No es por tanto de extrañar que el descubrimiento de manuscritos salmantinos en los fondos de la biblioteca de la Universidad de Coímbra esté acompañado por muchos otros de los centros universitarios que circulaban entre los profesores y eran leídos y ampliamente discutidos.
Si en la biblioteca de la Universidad de Coímbra se puede encontrar hoy en día una de las colecciones más ricas de los maestros salmantinos, también entre los fondos españoles, procedentes de los colegios mayores de Salamanca, podemos encontrar las lecturas más importantes de Coímbra. Esta constante comunicación de las ideas contribuyó al progreso de la escuela y a la consolidación de su unidad doctrinal.2
En este punto, Pedro Calafate, alabando a Pereña, nos recuerda que, aunque este se refiere específicamente a Coímbra, no debe olvidarse que la Universidad de Évora también hizo una contribución vital, a través de sus profesores, de unidad, riqueza y progreso de la Escuela Ibérica de la Paz, refiriéndose a los nombres de Fernando Pérez, Luis de Molina, Pedro Simões y Fernão Rebelo.3
En juego estaban los principios legales y éticos que deberían guiar la convivencia política entre los pueblos de diferentes coordenadas culturales y de civilización, especialmente los europeos, americanos y africanos, sin olvidar la experiencia portuguesa en el Este. En este sentido, los profesores portugueses y españoles de Coímbra y Évora fundamentarán muy claramente las tesis sobre la soberanía original del pueblo, considerando el poder político como constitutivo de la naturaleza humana, en el marco del iusnaturalismo escolástico, pues el concepto de naturaleza, que cualificaba el derecho, se afirmaba como imperativo de universalidad constitutiva, de inteligibilidad, de orden y de racionalidad. La naturaleza era así la voz interior de la razón, común a todos los hombres, apuntando a un patrimonio originario que fundamentaba la unidad sustancial del género humano, enraizado en la paternidad divina, puesto que la naturaleza era, en esencia, el brillo del rostro de Dios en el corazón de todos hombres. De ahí, la insistencia, como hace notar Calafate,4 en la obligación de respetar la legitimidad de las soberanías indígenas que, aunque embrionarias, su fundamento emanaba tanto del derecho natural como del derecho de gentes. Una legitimidad del poder político inherente a las comunidades humanas que, en consonancia con la antigua tradición de la recta ratio ciceroniana, no dependía de la fe ni de la caridad, y mucho menos de un orden jurídico-político de la naturaleza imperial.
Defendía, en este sentido, que ni el Papa podría considerarse dominus orbis en temporalibus et spiritualibus, ni que la autoridad imperial se extendía a todos los pueblos del mundo, tanto desde el punto de vista del derecho divino, como del derecho ley natural y ley humana.
El imperio universal sería considerado como un designio humano y moralmente imposible, como enseñó Suárez en Coímbra, o como una expectativa legal con opción preferente (teniendo en este caso en cuenta las donaciones papales a los reyes de Portugal y España, prefiriéndolos a los demás príncipes cristianos), sobre todo las donaciones de Alejandro VI en 1493, precisadas