Aguas fuertes. Armando Palacio Valdés
pty-line/>
Armando Palacio Valdés
Aguas fuertes
Publicado por Good Press, 2019
EAN 4057664148124
Índice
EL RETIRO DE MADRID
I
MAÑANAS DE JUNIO Y JULIO
Entre las muchas cosas oportunas que puede ejecutar un vecino de Madrid durante el mes de Junio, pocas lo serán tanto como el levantarse de madrugada y dar un paseo por el Retiro. No ofrece duda que el madrugar es una de aquellas acciones que imprimen carácter y comunican superioridad. El lector que haya tenido arrestos para realizar este acto humanitario, habrá observado en sí mismo cierta complacencia no exenta de orgullo, una sensación deliciosa semejante a la que habrá experimentado Aquíles después de arrastrar el cadáver de Héctor en torno de las murallas de Ilión. El heroísmo presenta diversas formas según las edades y los países, mas en el fondo siempre es idéntico.
Cuando madrugamos para ir a tomar chocolate malo al restaurant del Retiro, una voz secreta que habla en nuestro espíritu, nos regala con plácemes y enhorabuenas. Nuestra personalidad adquiere mayor brío, nos sentimos fuertes, nobles, serenos, admirables. Los barrenderos detienen la escoba para mirarnos, y en sus ojos leemos estas o semejantes palabras: «¡Así se hace! ¡Mueran los tumbones! ¡Usted es un hombre, señorito!» Y en testimonio de admiración nos echan media arroba de polvo en los pantalones.
El día que madrugamos no admitimos más jerarquías sociales que las determinadas por el levantarse temprano o tarde. Todas las demás se borran ante esta división trazada por la misma naturaleza. Los que tropezamos paseando en el Retiro adquieren derecho a nuestra simpatía y respeto; son colegas estimables que forman con nosotros una familia aristocrática y privilegiada. A la vuelta, cuando encontramos a algún amigo que sale de su casa frotándose los ojos, no podemos menos de hablarle con un tonillo impertinente, que acusa nuestra incontestable superioridad.
Pero no todo es tomar chocolate malo en el Retiro durante las mañanas de Junio. Lo primero que hay que ver es al sol levantándose majestuoso por encima del parque, al principio esparciendo una luz triste y blanca que viene a besar fríamente el Rege Carolo III de la puerta de Alcalá, después otra rojiza y más alegre que tiñe los muros de las primeras casas con que tropieza, finalmente la vívida, risueña y esplendorosa que le caracteriza. El cortejo de nubecillas que le acompaña en su ascensión, es de lo más gracioso y elegante que pueda verse. Todas ellas van vestidas de un modo caprichoso y pintoresco, y ejecutan pasos de gran dificultad y efecto en torno de su director. Los madrileños, sin embargo, no son aficionados a esta clase de espectáculos. Prefieren ver alzarse a la luna, disfrazada de queso, en el escenario del Teatro Real, oportunamente evocada por los trinos solemnes de una mezzo-soprano. Hay razón plausible para esto. El sol tiene el deber de salir todos los días, haga frío o calor, al paso que la luna únicamente cuando el Sr. Rovira lo considera oportuno. Si el sol no se prodigase tanto y se hiciese pagar algo más, yo creo que tendría mucha mayor reputación. Por ejemplo, haciendo tres o cuatro salidas cada año, y anunciando los periódicos que «el más eminente de nuestros astros hará su debut el martes a primera hora y que todas las localidades están vendidas con anticipación», se me ocurre que los revendedores de sillas en el Retiro harían negocio redondo.
Después del sol, lo más notable que yo encuentro en el Retiro son las modistas. Este respetabilísimo gremio, aún más bello que respetable, se pone en contacto con la naturaleza al llegar el mes de Junio. Impidiéndoles sus numerosos quehaceres ir a pasar una temporada a San Sebastián o a Biarritz, y necesitando por fuerza dar alguna expansión a los sentimientos poéticos de su alma, eligen