Alguien espera. Valerie Parv
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© 2000 Valerie Parv
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Alguien espera, n.º 1592 - agosto 2020
Título original: The Prince’s Bride-To-Be
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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I.S.B.N.:978-84-1348-712-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Prólogo
SU ALTEZA real Michel de Marigny no podía quitar los ojos de la revista que su hermano, el príncipe Lorne, le había dejado. En la portada, se veía a una modelo posando bajo el cielo de Manhattan, en la otra punta del mundo, a miles de kilómetros de la isla de Carramer, su reino.
La modelo, Eleanor Temple, tenía el pelo como un león, de color y forma, y una cara muy interesante. Sus ojos parecían los de un gato, eran de color ámbar y desafiaban al lector.
El ayudante del Príncipe se dio cuenta de la preocupación de su jefe y continuó con sus labores. Michel pensó que él debería de estar haciendo lo mismo. Como gobernador de la Isla de los Ángeles y Nuee, tenía muchas cosas que hacer, pero estaba traspuesto por la fotografía.
El ayudante se paró en la mesa de su jefe y le dejó un montón de documentos para firmar.
–Es una mujer muy guapa, Alteza. ¿Quién es?
–La que algún día será mi esposa.
El hombre se quedó sorprendido. Estaba claro que se estaba preguntando cómo aquel príncipe, un ligón empedernido, uno de los solteros más codiciados del mundo, decidía de pronto tener una prometida que era una modelo estadounidense.
–¿Señor?
–Es muy largo de contar, André. Te lo contaré algún día –contestó Michel suspirando.
Su ayudante se fue y Michel se dispuso a firmar los documentos, pero su mano se paralizó al recordar un soleado día de hacía quince años. El antropólogo americano August Temple vivió una temporada con sus dos hijas gemelas, Eleanor y Caroline, en casa de la familia real en la isla de Celeste, la isla principal de Carramer. En los dos años que estuvo allí, el doctor Temple quedó maravillado por las antiguas ceremonias, sobre todo por una en la que la hija mayor de una familia quedaba prometida al hijo de la familia real.
Al monarca siempre le había interesado la historia y le había encargado al doctor Temple que estudiara la historia del pueblo mayat. A Michel no le sorprendió que su padre accediera a la petición del doctor de representar unos desposorios entre su hija y uno de los príncipes. Lo que sí le pilló por sorpresa fue que lo eligieran a él.
–¿No tendría que ser Lorne? Él es el mayor. Yo solo tengo trece años –le dijo a su padre cuando este le contó las intenciones del antropólogo.
–Él tiene que estudiar para unos exámenes muy importantes. Sus estudios son lo primero. Además, creí que te gustaba Eleanor Temple.
–Me gusta más Caroline. Es divertida y le agradan las mismas cosas que a mí, pero no me quiero casar con ninguna de las dos. Son niñas.
–Normalmente uno se casa con una mujer –rio su padre–. Está decidido. Se celebrará la ceremonia –añadió serio.
Michel sabía que, cuando su padre empleaba aquel tono «real» suyo, era mejor no discutir.
–No es de verdad, ¿no? No estaré de verdad casado con Eleanor, ¿no?
–Por supuesto que no. Unos desposorios no son lo mismo que una boda.
Lo que no le contó fue que los desposorios implicaban la promesa de una boda y Michel era demasiado joven para preguntar nada más.
Durante los días siguientes se dedicó a aprenderse el ritual y lo que tenía que decir. Cuando llegó el momento, se encontró vestido con unos ridículos pantalones apretados, un chaleco de cuero y una capa de plumas mayat sobre los hombros.
Cuando salió hacia el toldo que habían puesto mirando al océano, se sintió inseguro y ver a Eleanor, de once años, esperándole no le sirvió para