Sangre olvidada. Natalia Hatt

Sangre olvidada - Natalia Hatt


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      SANGRE OLVIDADA

      SANGRE ENAMORADA #3

      NATALIA HATT

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      Sangre olvidada: Sangre enamorada #3

      © 2014 Natalia Hatt

      © 2020 Autopublicarte

Hatt, Natalia Sangre olvidada : sangre enamorada #3 / Natalia Hatt. - 1a ed . - Crespo : Autopublicarte, 2020. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-8332-21-5 1. Narrativa Argentina. 2. Literatura Juvenil. 3. Vampiros. I. Título. CDD A863.9283

      Todos los derechos reservados.

      TABLA DE CONTENIDOS

       CAPÍTULO 1

       CAPÍTULO 2

       CAPÍTULO 3

       CAPÍTULO 4

       CAPÍTULO 5

       CAPÍTULO 6

       CAPÍTULO 7

       CAPÍTULO 8

       CAPÍTULO 9

       CAPÍTULO 10

       CAPÍTULO 11

       CAPÍTULO 12

       EPÍLOGO

       ¡No te pierdas la última entrega de la saga!

       Sobre la autora

      Para aquellos amor que jamás se olvidan…

      El amor verdadero nunca se olvida,

      nunca se pierde, nunca deja de existir...

      Si te olvido, no es algo permanente,

      sino solo por el tiempo que dure ese olvido.

      No me enojo si no me recuerdas,

      porque tengo presente que, algún día,

      la sangre olvidada será recordada...

      Algún día tú y yo volveremos a unirnos

      y ya nada ni nadie podrá volver a separarnos

      A

      lejandra se despertó sobresaltada tras haber tenido una pesadilla en la que le sucedían un montón de cosas extrañas, incluso sobrenaturales, aunque no podía recordar bien de qué se trataba el sueño. Miró el reloj en la mesita de noche, percatándose de que ya eran las seis de la mañana. Su marido seguía durmiendo plácidamente a su lado, ajeno a la pesadilla que la había afectado.

      Se levantó de la cama, se puso las pantuflas y caminó hasta la cocina con el fin de preparar el desayuno. Era lunes, y ese sería un largo día para ambos. Hacía una semana que ella y Juliann habían llegado a Nueva Orleans y los dos ya tenían trabajo: ella en una gran galería de arte y él, dando clases de música en una escuela privada. Se sentían muy felices con la vida que estaban construyendo en ese nuevo lugar, lejos de su pueblo natal.

      Provenían de un pueblo en la provincia de Buenos Aires, pero habían estado viviendo en la capital desde que comenzaran la universidad y, al graduarse hacía ya un año, habían contraído matrimonio y habían comenzado a vivir juntos, en perfecta armonía y felicidad. Era la avidez de tener una nueva y mejor vida lo que los había llevado a mudarse a esa ciudad norteamericana. Allí podrían perseguir sus sueños y llegarían a la cima en las ramas que habían elegido: ella, el arte; él, la música.

      Ella sentía que su vida ahora estaba completa, ya que la mayoría de sus sueños se habían cumplido: estaba casada con el amor de su vida, se había mudado al lugar donde realmente deseaba vivir y había conseguido un trabajo haciendo lo que más amaba, el que a su vez le permitiría seguir avanzando en su carrera.

      No había nada más que ella quisiera en esta vida o, al menos, eso era lo que la nueva Alejandra pensaba. La otra, la que horas atrás había saltado por un portal de luz que la había sumergido en un mar de olvido, no habría pensado de la misma manera, para nada. Sin embargo, esa Alejandra había quedado enterrada en algún recóndito lugar de su ser, un lugar al que le costaría bastante tiempo llegar para poder rescatarla y volver a ser ella misma.

      —¡Qué bien que huele esto! —exclamó Juliann mientras entraba por la puerta de la cocina, vestía todavía sus pijamas. Su esposa le sonrió, caminando hacia él para darle un beso de buenos días.

      —Tostadas francesas, tus favoritas.

      —¡Grandioso! —dijo él, con una sonrisa de oreja a oreja—. Me doy una ducha rápida y vuelvo. —Su acento argentino sonaba tan natural como si lo hubiese usado siempre.

      Alejandra pudo oírlo cantar desde la ducha mientras seguía cocinando, pensando en el regalo que para ella era poder escuchar la voz de su amado todos los días de su vida, cantando con tanta pasión, sabiendo que era su única fuente de inspiración. Puso la mesa, sirvió el desayuno y miró por la ventana, observando el amanecer. Por alguna razón se sentía emocionada al ver salir el sol, aunque no sabía por qué, ya que lo había hecho todos los días desde que se habían mudado allí.

      —Un amanecer hermoso, ¿no es así? —comentó él, abrazándola por detrás para darle un beso en su suave cabello.

      —Claro que sí, cielo. Es un hermoso amanecer.

      Se quedaron mirando por la ventana por unos minutos antes de sentarse a disfrutar del desayuno. Charlaron sobre sus trabajos, sobre lo satisfechos que se sentían y sobre sus planes para el futuro, entre los cuales se encontraba tener un hijo. Todo iba bien y muchos sentirían envidia de una pareja cuya vida aparentaba estar repleta de tanta felicidad, aunque esta no fuera genuina.

      ***

      Nikolav se dirigió a su habitación sin ventanas, tras haber terminado su turno en el bar donde vivía y trabajaba. Había tenido una experiencia un tanto extraña un par de horas atrás mientras bebía la sangre de una chica que se había ofrecido a ello: había perdido el conocimiento durante unos segundos, despertando un tanto confundido. Le parecía haber soñado en ese intervalo de tiempo, lo cual era un tanto extraño ya que el sueño que había tenido no se asemejaba en nada a su realidad y no era nada con lo que recordase haber soñado alguna vez.

      Se había mudado de Bulgaria hacía ya una semana, dado que había oído hablar de lo bueno que era para un vampiro vivir en Nueva Orleans, la capital de los vampiros. Allí podía beber sin preocuparse por las consecuencias, al ser zona libre para ellos. Todo estaba permitido, excepto convertir a alguien sin previo permiso del gobernador de la zona. Pero a él no le interesaba convertir a nadie, solo le interesaba pasarla


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