Verdad, historia y posverdad. Группа авторов

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de diferencia: me refiero a Les Rois thaumaturges (Los reyes taumaturgos), de Marc Bloch (1924), y La grande peur de 1789 (El gran pánico de 1789), de Georges Lefebvre (1932), (desarrollo aquí un punto mencionado en Ginzburg, 2006, p. 12). Ambos, Bloch y Lefebvre, enseñaban en Estrasburgo, en la universidad que se había vuelto un símbolo de la victoria de Francia en la Primera Guerra Mundial. Los dos libros hablaban de fenómenos muy diversos y de periodos muy distintos: sin embargo, tenían algo en común. Los reyes taumaturgos examina la creencia nacida en la Edad Media, pero que se prolonga en el tiempo, sobre todo en Francia, según la cual los reyes de Francia y de Inglaterra tenían el poder de curar a los enfermos de escrófula con el toque de la mano (la escrófula es una infección, no letal, de las glándulas del cuello, producida normalmente por las malas condiciones higiénicas). El gran pánico de 1789 analiza un rumor que se difundió en las campiñas francesas en el verano de 1789: según dicho rumor, los aristócratas, para vengarse de la derrota sufrida con la toma de la Bastilla, habrían contratado bandas de bergantines para asaltar las aldeas y destruir las cosechas. En ambos casos, el objeto de la investigación era un fenómeno marginal, al borde de lo que se suele definir como «la gran historia», es decir la historia de los libros de texto. Sin embargo, en ambos casos el fenómeno marginal era usado para proyectar una luz oblicua, imprevista, sobre fenómenos sociales profundos: las raíces del poder monárquico en Los reyes taumaturgos, la profunda percepción de la crisis de la sociedad del Ancien Régime en El gran pánico. Ambos libros eran, en definitiva, «estudios de caso». Cuando leí por primera vez Los reyes taumaturgos (tenía 20 años) quedé sorprendido: ese fue el libro que me movió a tratar de aprender el oficio de historiador. Pero no es de esto de lo que quiero hablar aquí.

      Los dos libros tienen en común otro elemento: haber examinado dos fenómenos inexistentes. Inexistente es, a nuestros ojos, el poder sobrenatural de curar a los enfermos de escrófula atribuido a los reyes de Francia y de Inglaterra (Los reyes taumaturgos tiene como lema una frase de las Cartas persas de Montesquieu: «ce roi est un grand magicien [este rey es un gran mago]»). Inexistentes fueron también las bandas de bergantines instigadas por los aristócratas a atacar a los campesinos en el verano de 1789. Pero aquí emerge una diferencia: el libro de Georges Lefebvre analiza un complot imaginario; el libro de Marc Bloch analiza y desmitifica un complot real. La leyenda sobre poderes sobrenaturales atribuidos a los soberanos no surgió por casualidad y no surgió de abajo: ha sido, sostiene de forma argumentada Bloch, un instrumento para reforzar el poder monárquico, sea en Francia o en Inglaterra.

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      Sobre esta diferencia volveré dentro de poco. Primero quiero formular una hipótesis para explicar los elementos que unen a estos dos libros. Se trata de una hipótesis que extiende, hasta incluir El gran pánico, aquello que había sostenido hace mucho tiempo a propósito de Los reyes taumaturgos. Dicha investigación de Bloch es una gigantesca fausse nouvelle, comparable (a una escala cronológica y geográfica mucho más vasta) a las fausses nouvelles, las falsas noticias que circulaban entre las trincheras durante la Primera Guerra Mundial, a las que Bloch, soldado él mismo, dedicó un ensayo extraordinario, «Réflexions d’un historien sur les fausses nouvelles de la guerre», que apareció en la Revue de synthèse historique, en 1921. «Una falsa noticia [escribía Bloch] nace siempre de representaciones colectivas que preexisten a su nacimiento; solo que aparentemente aquella se da por casualidad. Más precisamente, el único elemento ligado a la casualidad es el incidente inicial, completamente banal, que desata el trabajo de la imaginación. Pero esto sucede porque las imaginaciones ya están predispuestas, están ya en fermento» (1921, p. 31). El evento puede actuar porque existe una predisposición latente, profunda —una estructura que permite transformar una falsa noticia en una leyenda—. También el «gran pánico» que está al centro del libro homónimo de Lefebvre era una fausse nouvelle, una falsa noticia. No obstante, también las falsas noticias pueden ser el resultado de una manipulación deliberada, como muestra el caso de los «reyes taumaturgos».

      Volvamos al complot: aquel inexistente del verano de 1789 y aquel que inició la leyenda del poder de los reyes de curar a los enfermos de escrófula. En este caso, Bloch no usa la palabra «complot»; sin embargo, su deseo de desmitificar la leyenda es evidente. Hace muchos años hablé sobre este propósito, cuyo impulso puede calificarse de ilustrado (Ginzburg, 1965 y 1997). Y aun así enfaticé que, junto con esta voluntad desmitificadora, había un proyecto de otro género: la tentativa de reconstruir la mentalidad de los enfermos y de sus familiares, quienes recorrían enormes distancias para hacerse tocar por la mano del rey. En la capacidad de trabajar sobre estos dos registros, recogiendo y analizando, en profundidad, una documentación fragmentaria y dispersa, está la grandeza del libro de Bloch. Se trata de un modelo de reconstrucción histórica que continúa teniendo algo que decir, si no me equivoco, a las nuevas generaciones de lectores. Pero el contexto en el que se lee este libro es diferente hoy: muy diferente también del contexto en el que lo leí por primera vez, hace casi 60 años. Hoy en Los reyes taumaturgos leemos no solo el eco de las fausses nouvelles sino de las fake news.

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      La traducción que acabo de evocar es lingüísticamente inaceptable, pero innegable, porque parece dar por sentado que los dos contextos, el de ese momento y el de ahora, son los mismos. Ensayaré dar otro paso hacia atrás, un ejercicio más de distanciamiento.

      Uno de los Caprichos de Goya, del cual existe incluso un dibujo preparatorio (figuras 1 y 2), muestra a una mujer arrodillada a los pies de un hábito colgado de un árbol. El subtítulo dice «Lo que puede un sastre!» (para una discusión sobre este punto, desde una perspectiva diversa, véase Ginzburg, 2017). Son imágenes extraordinarias, inspiradas por una voluntad desmitificadora, ilustrada, en las que Bloch sin duda se hubiera reconocido. Y, sin embargo, también se hubiera reconocido en la emoción, inmune a cualquier sentimiento de burla o superioridad, con el que se representa la fe de la mujer arrodillada.

      Figura 1. Francisco de Goya, dibujo preparatorio del Capricho número 52, «Lo que puede un sastre!».

      Figura 2. Francisco de Goya, «Lo que puede un sastre!». Serie Caprichos (estampa), 52, ca. 1799.

      ¿Qué nos dicen las imágenes de Goya? La túnica está vacía, pero actúa, como actúan las fake news. La falsa religión conduce a la oración de una mujer inconsciente. La mirada de Goya es, en cambio, consciente —y también la del espectador, mediada por la de Goya—.

      La denuncia de las religiones como mentira, y como instrumento de poder, es antiquísima. Esta denuncia se ha hecho a menudo en nombre de otra religión, la verdadera o la asumida como tal, distinta de la superstición. La mirada crítica sobre las religiones nace también de esta confrontación. Pese a que personalmente no soy religioso, me interesa profundamente la religión como fenómeno. Incluso siento respeto por la paradoja (que también siento muy distante) formulada por Simone Weil, una de las grandes mentes del siglo XX: «Cada religión es la única verdadera». Para quien cree, la religión es verdad, no mentira.

      Para hablar de las fake news he tomado un camino tortuoso, que parte de lejos. Alguno podría comentar lo siguiente: la mentira, usada como instrumento de poder y manipulación social, es cosa vieja. Sin embargo, el elemento de novedad existe y está dado por el contexto tecnológico en el que las fake news se difunden y actúan: es decir, la web, la red.

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      En las redes encuentro esta definición de post-truth, posverdad, dada por Oxford Dictionaries: se trata de un término «referido a situaciones en las cuales los hechos objetivos tienen menos influencia, en la formación de la opinión pública, que la apelación a las emociones y las convicciones personales». El término post-truth fue elegido en 2016, por los Oxford Dictionaries (el año del Brexit), como la «palabra del año», caracterizada por una difusión superior al 2000% con respecto al año precedente. Como podemos ver, este es un término descriptivo, que registra una situación, no la desea. En la definición se afirma que los «hechos objetivos» existen, pero que su peso tiende cada vez más a volverse marginal. A pesar de la aparente cercanía lingüística con el término


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