Boda de sociedad. Helen Bianchin
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© 1999 Helen Bianchin
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Boda de sociedad, n.º 1089 - octubre 2020
Título original: A Convenient Bridegroom
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
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Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-1348-890-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
BUENAS noches, cariño. Y hasta mañana, me imagino.
Muy sutil, reconoció Aysha. Seguía asombrándola la capacidad de su madre para dar una orden con forma, no ya de sugerencia, sino de hipótesis. Como si la que decidiera fuera Aysha. Llevaba toda la vida, o toda la vida que recordaba, siguiendo el guión que le habían ido escribiendo. El colegio más exclusivo, profesores particulares, vacaciones en el extranjero, esquí, ballet, clases de equitación, idiomas… hablaba con fluidez el italiano y el francés.
Aysha Benini era el escaparate de la inversión en educación de sus padres. Atractiva, elegante, prueba viviente de la riqueza y la posición social de su familia, cosas todas ellas que era preciso mantener a toda costa. Hasta la carrera de decoradora que había elegido entraba dentro de ese juego.
–¿No es así, cara?
Aysha atravesó la sala y rozó con los labios la mejilla de su madre:
–Probablemente.
–Tu padre y yo no te esperamos esta noche –dijo Teresa Benini, arqueando con elegancia una ceja.
Caso cerrado. Aysha revisó el contenido de su bolsito de fiesta, sacó la llave del coche, y se dirigió a la puerta.
–Hasta luego.
–Que te diviertas.
¿Qué entendería Teresa Benini por «divertirse»? ¿Tomar una cena exquisitamente servida en un restaurante de moda con Carlo Santangelo, y a continuación hacer el amor toda la noche en la cama de Carlo?
Aysha se sentó al volante de su Porche, puso en marcha el motor, y se deslizó por el camino de salida, rebasó la puerta electrónica, y condujo por la tranquila calle bordeada de árboles en la que se encontraba su casa hacia la avenida que comunicaba la zona residencial de Vaucluse con el centro de la ciudad.
Un rayo de sol se reflejó en el anillo de oro cuajado de diamantes, con un espléndido solitario, que llevaba en el dedo corazón de la mano izquierda. Tenía un diseño magnífico, había costado una cantidad escandalosa, y era un símbolo perfecto del enlace previsto entre la hija de Giuseppe Benini y el hijo de Luigi Santangelo.
Benini-Santangelo, se repitió Aysha mientras se incorporaba a la arteria que la llevaría a la ciudad. Eran dos inmigrantes que procedían del mismo pueblo del norte de Italia, que habían emigrado antes de cumplir los veinte años a Sydney, y trabajaron allí pluriempleados todos los días de la semana, ahorraron hasta el último centavo, y consiguieron establecer una empresa cementera al cumplir los veinticinco.
Transcurridos cuarenta años, Benini-Santangelo era uno de los grandes nombres del sector de la construcción en Sydney, con una fábrica enorme y toda una flota de hormigoneras propias.
Los dos se habían casado convenientemente, aunque por desgracia no habían tenido más que un descendiente cada uno; vivían en casas hermosas, tenían coches caros, y habían dado a sus hijos la mejor educación posible. Las dos familias habían sido amigas y tenido amigos comunes toda la vida. Había un lazo muy fuerte entre ambas, algo más que amistad, prácticamente parentesco.
La avenida por la que circulaba bordeaba ahora la bahía Rose Bay, y redujo un poco la velocidad para admirar el paisaje. Eran las ocho y media de una hermosa tarde de verano, y el océano tenía el color y el brillo de un zafiro, reflejándose en un cielo limpio de nubes o contaminación. Había villas fantásticas en las numerosas calas y entrantes, con muchos veleros y otros barcos anclados. Al fondo, se veía una serie de rascacielos, torres de acero y cristal de diferentes alturas y diseños, enmarcando el Teatro de la Ópera de Sydney y el soberbio arco del puente Harbour Bridge. El tráfico se fue haciendo más denso a medida que se acercaba al centro urbano, con las consabidas esperas en los cruces regulados por ordenador, así que eran casi las nueve cuando por fin llegó a la entrada del hotel y dejó las llaves del coche a un empleado para que lo aparcara. Por supuesto, podría, y quizá debería, haber esperado en