Que todos alaben al Señor. Martyn Lloyd-Jones
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Que Todos
Alaben Al Señor
Exposición de Salmo 107
Dr. Martyn Lloyd-Jones
Publicado por:
Publicaciones Faro de GraciaP.O. Box 1043Graham, NC 27253www.farodegracia.org
ISBN 978-1-629462-06-6
Agradecemos el permiso y la ayuda brindada por Christian Focus Publications, Ltd. y Bryntirian Press para traducir e imprimir este libro, Let Everybody Praise the Lord, al español.
Let Everybody Praise the Lord Copyright © by Martyn Lloyd-Jones, 2011
This edition published by arrangement with Christian Focus Publications, Ltd., All rights reserved.
© 2016 por Publicaciones Faro de Gracia.
Traducción al español realizada por Gloria Ruiz González.
Diseño de la portada por Joseph Hearne con Relative Creative.
Todos los Derechos Reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio – electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro – excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor.
© Salvo que se indique lo contrario, las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.
Que Todos
Alaben Al Señor
Exposición de Salmo 107
Dr. Martyn Lloyd-Jones
Contenido
1 Que todo el mundo alabe al Señor
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Prólogo
Muchos estadounidenses dirían que su sistema sanitario está atravesando una crisis. La gente anhela tener doctores compasivos y medicamentos asequibles. Ahora bien, incluso si usted no cree que exista esta crisis en el sistema sanitario del país, es evidente que en la iglesia sí que existe. En nuestra cultura podemos pensar en la iglesia de muchas maneras distintas. Podemos describirla como una unidad militar llamada a batallar en defensa de Cristo, como un colegio donde aprendemos a vivir el presente con la eternidad en mente, como una familia que no deja de crecer, a la que llegan nuevos miembros constantemente, o como un hospital donde se puede diagnosticar a los pecadores y donde las almas pueden recibir el cuidado que necesitan.
Hace ochenta y cinco años, Dios levantó a Martyn Lloyd-Jones, también conocido como “el buen doctor” porque antes de ser llamado al ministerio de la predicación en Gales trabajó como médico en Londres. Al entrar en el ministerio, el Dr. Lloyd-Jones se encontró con la crisis de un evangelio diluido y de una generación que había perdido su amor por Dios. El doctor pensaba que cada generación era responsable de recuperar el evangelio de Dios y, por ello, sentía la necesidad de predicar. También sabía que el evangelio no puede recuperarlo uno de manera aislada, lo cual es una gran lección para nosotros hoy en día. Debemos buscar con humildad lo que Dios ha hecho a lo largo de la historia y aprender de quienes han vivido el despertar del evangelio, la reforma y el avivamiento, y luego debemos aplicar el evangelio fielmente en nuestros días.
Al buscar en la historia de la humanidad a los héroes que consiguieron recuperar el evangelio, normalmente acudimos a un pasado muy lejano: Atanasio, Agustín, Lutero y Calvino, entre otros. Sin embargo, hemos tenido un ejemplo en los últimos cien años que ha sido un maravilloso regalo de Dios: “el buen doctor”. Martyn Lloyd-Jones sobresale en la historia de la iglesia como un pastor que Dios ha usado de manera radical para producir una gran reforma y una renovación muy importante en la iglesia de Gran Bretaña. Hay dos aspectos de su ministerio de renovación que me llaman la atención de manera especial.
En primer lugar, su ministerio estuvo marcado por el énfasis que le dio tanto a la Palabra como al Espíritu, un equilibrio que no vemos con frecuencia. En una iglesia donde lo más importante es la Palabra se venera la predicación expositiva y proliferan los estudios bíblicos. Un buen discípulo es aquel que está comprometido con la lectura de la Biblia y quiere conocerla y vivirla. En cambio, las iglesias en que predomina el Espíritu se centran en la expresividad de la adoración y en el gozo en el Espíritu, y para sus predicadores lo más importante es experimentar a Dios. Un buen discípulo es aquel que está lleno del Espíritu y entregado a la oración en todos los aspectos de su vida. Sin embargo, no es común que ambos aspectos se enfaticen al mismo tiempo.
Dios no quiere que haya divisiones artificiales en su reino, y esta división sólo se puede reconciliar si nuestro objetivo es tanto predicar como experimentar las Buenas Nuevas del evangelio. El propósito de la Biblia no es sólo que amemos la Palabra de Dios. Jesús les habló a los que se preocupaban tanto por la Palabra en su tiempo, diciéndoles: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5.39). Y el propósito del Espíritu no es señalar su propia gloria, sino la de Cristo (Juan 14.16).
Martyn Lloyd-Jones era un hombre inmerso en la Palabra, que llenaba sus mensajes con las Escrituras porque ellas nos hablan de Jesús. Sin embargo, también era un hombre lleno del Espíritu Santo, de quien dependía sin reservas. Estaba completamente convencido de que el evangelio no puede avanzar basándose en las palabras nada más, sino que debe ir “en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre” (1 Tesalonicenses 1.5).
El segundo aspecto de su ministerio que ha tenido un profundo impacto en mí es que el “buen doctor” era al mismo tiempo enormemente sencillo y enormemente profundo. Conocemos a muchos predicadores que se pasan de sencillos. En su deseo de conectar con la gente y de que sus enseñanzas resulten relevantes, toman la belleza de la verdad de Dios y la reducen a clichés y a principios para llevar una vida mejor.
Por otra parte, hay predicadores que hablan de manera que nadie los entiende. Toman los misterios de Dios y los convierten en laberintos, haciendo de sus sermones disertaciones. Estos hombres parecen estar más preocupados por demostrar su propia inteligencia que por revelar la gloria de Cristo.
Lloyd-Jones, sin embargo, es sencillo sin ser simplista y profundo sin ser confuso. Sus enseñanzas atraían tanto al pueblo llano como a los más eruditos, y siguen haciéndolo aún hoy. Como dijo una vez Gregorio Magno, “La Escritura