La España austera. José Calvo Poyato
y sus contenidos eran el tema de conversación que llenaba el ocio de los españoles, además del fútbol; en los programas que se estrenaban en la pequeña pantalla seguían predominado las series producidas en los Estados Unidos. A mediados de la década de los sesenta muchos españoles habían accedido a tener un coche propio, un utilitario, que se pagaba a plazos que terminaban haciéndose eternos. Muchos eran también propietarios de una vivienda, con los espacios muy limitados, pero de la que se ponderaba la comodidad que suponía disponer de cocina y cuarto de baño propios, frente a las antiguas casas de vecinos, donde la primera era compartida y el segundo inexistente. El Producto Interior Bruto crecía de forma extraordinaria y el Régimen hablaba, como ha habido ocasión de comentar, del milagro económico español. Tal denominación pretendía establecer el paralelismo con la espectacular reconstrucción de Alemania en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, proceso conocido, en efecto, como el «milagro económico alemán». Era la forma de referirse a la transformación que se vivía en la Alemania occidental, formalmente la República Federal de Alemania, porque la situación que arrastraban los alemanes instalados más allá del Telón de Acero que separaba al mundo occidental de los regímenes comunistas, sometidos a la égida de la Unión Soviética, era otra historia.
No obstante, había algo que permanecía igual que antaño, aunque fueran perceptibles ciertos síntomas que anunciaban un cambio. La mano dura del Régimen en todo lo referente a la política no aliviaba la presión; si bien la dureza con que se vivía en los años cuarenta no era ya la misma, la falta de libertades seguía siendo una realidad. Era sumamente peligroso discrepar de los planteamientos del franquismo. Los serios temores que Franco albergaba todavía en 1947 acerca de una posible acción contra el Régimen habían desaparecido, pero eso no era obstáculo para que pervivieran el partido único, la aversión al comunismo y el rechazo a la política en general, considerada una actividad dañina para amplias capas de la población española, que abominaban de ella y la entendía como fuente de toda clase de males.
Aquellos españoles que habían sufrido penalidades sin cuento sin ser tildados de desafectos a Franco valoraban el hecho de alcanzar determinados niveles de bienestar material muy por encima de cuestiones como la libertad de expresión o de reunión. La militancia en un partido político que no fuera el del Régimen quedaba solo para minorías; en el lenguaje de la época, para la gente que «tenía ideas», algo que incluso podía resultar peligroso.
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1 Paul Preston: Franco, caudillo de España.
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