Este día importa. Carlos Cuauhtémoc Sánchez

Este día importa - Carlos Cuauhtémoc Sánchez


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un mensaje de texto a mi novio. Le dije que había hablado contigo y que vas a venir mañana a verme.

      De inmediato me marcó muy enojado. Me dijo que yo estaba desdoblándome psicológicamente sin darme cuenta, buscando tener un amorío con el hombre a quien mi madre siempre amó. ¿Puedes creerlo? Le dije que estaba loco y cambió su teoría por otra igualmente monstruosa: me dijo que entonces tal vez estaba tratando de seducirte sexualmente como revancha por las heridas que alguna vez le hiciste a mi mamá. No sé cómo se le pueden ocurrir tantas sandeces. Terminamos peleando y me colgó el teléfono. No entiendo cómo un hombre tan dulce y amoroso, a veces puede hacerme sentir como basura.

      Alrededor de mí, hay mucho negativismo.

      Yo tengo un negocio de entrenamiento organizacional. Se llama Mentalidad Fénix. Hacemos campamentos escolares y jornadas de trabajo para empresas. Fundé Mentalidad Fénix con la ayuda y el capital de mi abuelo. Nunca pudimos despegar, y menos ahora que nos cayó esta maldita peste. He mantenido al equipo de trabajo con mucho esfuerzo y estamos en una lucha a muerte por reinventarnos (a muerte porque nos encontramos a punto de cerrar). Bueno, pues aunque yo soy la dueña de Mentalidad Fénix, mi novio es el gerente de operaciones. Y una de las cosas más terribles que me está sucediendo ahora es tener que lidiar con su incongruencia; él sigue dando asesorías sobre positivismo, pero en privado, al menos conmigo, es una fuente insufrible de negativismo. Mauro se la pasa hablando mal de todo (y todo es todo): el gobierno, la pandemia, la economía, la corrupción, la delincuencia, las noticias, los empresarios abusivos, los pobres, los ricos, nuestro fatal destino, su novia (yo), mi familia, mi pasado… ¡No sabes lo desgastante que es tratar de salir del atolladero y encontrar objeciones para cualquier cosa que digo! En parte sé que Mauro tiene razón, porque estamos (sobre todo yo) en medio de una tragedia. Y porque mi vida es un desastre (como él dice), tengo mala estrella y me persigue la desgracia (también como él dice). La poca energía que me queda, la pierdo cuando él me visita o me llama.

      A pesar de su nefasta conducta por teléfono, yo seguía feliz por haber hablado contigo y fui con mi papá para contarle. Le dije que mañana vendrás a vernos y le pregunté si no le daba gusto encontrarse con un amigo tan importante de su juventud. Mi papá se enojó aún más que Mauro. Usó una palabra que suele usar conmigo con frecuencia. “Estúpida”. Para él, todas mis iniciativas desde que era niña han sido estúpidas. Me dijo muchas cosas que me lastimaron, y que no repito aquí para no lastimarte a ti también.

      ¿Sabes?, me siento agotada, cansada de luchar contra una corriente de pesimismo que, al final, me está aplastando. La muerte de mi abuelo parece un profundo hoyo negro que nos ha tragado. Hago un esfuerzo por seguir mi vida normal y no puedo. ¡No puedo, José Carlos! Estoy exhausta física y emocionalmente. Soy una mujer que siempre luchó por ganarse el cariño de su padre. Pero él solamente tenía ojos para Rafael, mi hermano mayor. Toda la vida me trató con desprecio e indiferencia. Tanto a mí como a Chava, su hijo más pequeño. Siento que cuando murió mi mamá, Chava y yo nos quedamos huérfanos de padre y madre; Chava ha sufrido otras adversidades terribles que, sumadas a su orfandad, lo llevaron a volverse adicto al alcohol, y tal vez a la droga.

      Por mi parte, una inseguridad secreta me inutiliza. Mis historias de amor han sido, todas, fallidas. He anhelado encontrar en algún hombre el cariño, la paciencia, la amistad y la guía que debí recibir de mi papá. Pero a toda hora, con cualquier persona, me siento impropia e inoportuna. Estoy cansada de vivir acongojada; me desgasta tener que cuidar tanto lo que digo y lo que hago. Me duelen mucho las críticas de mi papá, y ahora, me paralizan las de Mauro.

      No te imaginas cómo echo de menos a mi abuelo. Él era un hombre amable, apacible, sabio, pero también enérgico y decidido. Un líder hacedor. Conquistador de retos. Creador de grandes días. Creo que si estuviera vivo, tú y él podrían ser grandes amigos. Como ya no está, por eso te escribo a ti.

      Sé que después de todas estas confesiones tal vez te haya quitado las ganas de venir, pero por favor no vayas a retractarte. Ansío que pase rápido esta noche para conocerte. Ya no tengo a mi abuelo cerca y me hace falta un amigo en quien confiar.

      Te veo mañana. Por favor no toques la puerta. Encontrarás la casa cerrada, pero yo saldré a buscarte.

      Amaia.

      Las palabras mueven ideas y las ideas emociones. René Descartes estableció que los pensamientos corresponden a la esfera racional y que nada tienen que ver con las emociones, pero hoy sabemos, y se ha demostrado, que las teorías cartesianas han sido perjudiciales y erróneas. El escepticismo metodológico que nos invita a racionalizar todo y a dudar de todo es contrario a lo que la ciencia ha demostrado: pensamientos y emociones están íntimamente ligados; son causa y efecto, origen y resultado, antecedente y consecuente. Pensamientos y emociones son, en esencia, lo mismo. No lo olvidemos: las palabras mueven ideas y las ideas emociones. ¡Podemos controlar lo que pensamos, por lo tanto, podemos controlar lo que sentimos!

      Alguna vez discutí con un amigo enojado crónico. Traté de explicarle que tenemos posibilidades de controlar lo que sentimos. Mi amigo protestó. Dijo: “¡De ninguna manera puedo controlar lo que siento! Si alguien me cae mal, me cae mal, punto; o si algo me da rabia, me da rabia; o si estoy harto y fastidiado, así es como me siento y no me salgas con que la vida es hermosa y puedo sonreír ¡porque no es verdad! Las emociones son totalmente involuntarias”.

      Hay pruebas que miden las ondas cerebrales. Mediante electrodos conectados al cerebro se ha demostrado que los pensamientos de una persona le producen ansiedad, terror, preocupación, ira, excitación sexual, amor, alegría, tranquilidad, odio y demás. El corazón late más o menos rápido justo por lo que pensamos. Todo está interconectado. Cuando un psicoterapeuta le dice a su paciente: “Imagínate recostado en una playa apacible, escucha las olas del mar, siente la temperatura perfecta y piensa que no tienes nada de qué preocuparte”, los aparatos registran tranquilidad y alegría. Cuando el terapeuta lleva el ejercicio de meditación guiada a que el paciente se imagine navegando en un río de aguas oscuras, y que de pronto un caimán salta sobre el bote y lo ataca con sus enormes mandíbulas, las ondas cerebrales registran emociones de terror.

      Los pensamientos generan emociones. Es científicamente incuestionable. La pregunta obligada ahora es: Si lo que yo pienso es la causa de lo que siento, ¿puedo controlar lo que pienso? Le dije a un grupo de niños: “Cierren los ojos e imaginen que tienen un perrito pequeño en sus brazos. Acarícienlo, ahora vean cómo ese perrito comienza a inflarse como globo de helio, le sale pelo rosa y se va volando por los aires dando vueltas y cantando: En la granja del tío Juan ía, ía, oh”. Los niños se pusieron felices con la imagen y empezaron a cantar y dar vueltas. Lo entendieron. Ellos podían imaginar lo que quisieran. Hagamos el ejercicio nosotros. Piensa en un bebé. Dulce y tierno. Ahora piensa que a ese bebé le crecen las orejas y la nariz hasta convertirse en elefante. Ahora piensa que mueve las orejas y vuela. Es obvio. ¡Puedes pensar lo que quieras! Porque sí, tienes control sobre tus pensamientos. Entonces, por lógica, también tienes control sobre tus sentimientos.

      Cuentan que una señora siempre estaba de mal humor. Ella rentaba los cuartos de su casa para estudiantes. Cierto día en la madrugada, un estudiante se levantó a estudiar en la mesa del comedor. Se quedó extasiado viendo los colores de un hermoso amanecer. Entonces pasó por ahí la señora malhumorada dueña de la casa; iba rumbo a la cocina por un vaso de agua. El joven le enseñó los colores del cielo. Le dijo: “Mire señora ¡mire! ¿ya vio? La señora observó la ventana tratando de entender lo que el joven le señalaba. El muchacho insistió: “¡Es increíble!, ¿no cree?”. Entonces la mujer torció la boca enfadada y contestó: “¡Ya, ya, no te quejes tanto!, al rato mando lavar los vidrios!

      Lo que pensamos nos provoca desdicha o alegría. Ira o paz. Tristeza o esperanza. Cuando sucede algo malo ¿qué es lo primero que se viene a tu cabeza?: ¿Quién se equivocó?, ¿por qué pasó esto?, ¿quién tuvo la culpa?, ¡lo sabía!, ¡no se puede confiar en nadie!, ¡es un desastre!, ¡las cosas se van a poner peor!, ¡no hay esperanza!, ¡me quitaron mucho!, ¡perdí mucho!, ¡nadie me quiere!, ¡todo me sale mal!, ¿por qué a mí? Las ideas nocivas, de


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