Este día importa. Carlos Cuauhtémoc Sánchez

Este día importa - Carlos Cuauhtémoc Sánchez


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“¡si alguien se equivocó fue sin querer!”, “la gente es buena”, “tarde o temprano todo se resuelve”, “¡somos privilegiados!”, “¡tenemos mucho de qué dar gracias!”, “¡unidos somos más fuertes!”. Ante ideas constructivas, de manera automática sentiremos emociones de esperanza, ilusión, alegría, tranquilidad y paz interior.

      De estudiante fui campeón de ajedrez. Recuerdo que, durante un torneo, mi contrincante comenzó a apretarse las mejillas y a arañarse la cara. Estaba tan enfurecido por ir perdiendo la partida, que sus pensamientos lo traicionaron. Me impresionó ver cómo unos hilos de sangre comenzaron a bajarle por la cara. Pensé que en cualquier momento aventaría el tablero.

      El maestro de este joven se dio cuenta y lo regañó. Le dijo:

      —Tranquilo. Respira, concéntrate, piensa qué hacer, y usa tu turno para mover con inteligencia. Si pierdes, de todas maneras ganas, porque diste pelea hasta el final.

      El chico no logró enfocarse. Tiró a su rey y se fue.

      No hay situación grave para quien domina su mente. Si aprendemos a enfocarnos en las cosas que nos quedan, en las posibilidades que todo problema ofrece, en la oportunidad de estar vivos y en hacer cosas nuevas, podremos romper cualquier muralla y nos llenaremos de fuerza emocional. Al final, nuestra primera meta de cada día es esa: mantener altos niveles de energía.

      Puse la dirección en el gps de mi celular y seguí las instrucciones con cuidado. Pero el aparato me hizo dar vueltas en círculos. Por lo visto, la base de datos del mapa digital no tenía registrado el domicilio de Amaia. Me detuve para llamarla por teléfono. No contestó. Volví a marcar. Nada. Tal vez su casa estaba en áreas remotas con mala señal telefónica, pero descarté la idea al recordar que la noche anterior hablamos con una transmisión perfecta.

      Apagué el gps y traté de descifrar la ruta por mis propios medios preguntando a los escasos transeúntes que encontraba.

      Aunque estaba desvelado, me sentía entusiasmado por conocer a Amaia; había trabajado toda la noche preparándole el regalo de un pequeño libro impreso con el material del club “creadores de días grandiosos”. También me sentía un poco nervioso por reencontrarme con mi viejo amigo Salvador. Tenía ganas de abrazarlo y zarandearlo. Si le había dicho “estúpida” a su hija por haberme invitado, era porque sentía un fuerte rechazo hacia mi persona. Aunque no entendía por qué. A Ariadne siempre la respeté, y con Salvador pasé momentos divertidísimos. ¿Qué pudo haberle pasado para que fuera capaz de proferir palabras condenatorias o maldicientes a su propia hija?

      Las palabras tienen poder. Debemos cuidar lo que decimos y escuchamos. A veces otras personas nos dicen palabras de fatalidad. Si las oímos y creemos se abrirán cofres de pensamientos destructivos en nuestro cerebro. Esto puede pasar de la manera más inesperada. Porque el peor daño suele venir de a quellos en quienes confiamos: especialistas, familiares, amigos.

      A una persona con autoridad sobre ti, la escuchas. Si alguien con más conocimientos te dice, viéndote de frente: “Estás en un problema, prepárate para lo peor, de esta no vas a salir, acabarás mal”, sus palabras se convierten en la llave de un cofre maldito donde tenemos ideas autodestructivas.

      El cerebro es poderoso. Está conectado a todas las funciones del cuerpo. Con mucha frecuencia los pensamientos se somatizan.

      Una joven mujer siempre quiso embarazarse; estaba feliz porque al fin lo logró. Ella y su esposo hicieron una fiesta para anunciar el embarazo. Todos los felicitaron, y las felicitaciones fueron “palabras llave” que les abrieron muchos módulos mentales de ilusiones, amor y sueños de dicha.

      Al terminar la reunión, el papá de la joven embarazada habló con ella. Le dijo:

      —No te hagas muchas esperanzas. Un porcentaje muy alto de mujeres pierden a sus bebés en las primeras semanas.

      La madre de la joven le dijo a su marido:

      —No seas negativo. Eso no le va a pasar a nuestra hija. Ella no tiene ningún problema.

      Pero el padre levantó la voz y casi gritó:

      —Yo no soy negativo, soy realista. Estoy diciéndole la verdad. Que no se ilusione. Punto. ¡Cuántas mujeres han tenido abortos espontáneos en los primeros meses! ¡Conocemos a varias! ¡A ti misma te pasó!, y fue muy doloroso. Yo solo quiero que nuestra hija esté preparada.

      Como la joven embarazada admiraba mucho a su padre, lo escuchó en silencio y no dijo nada. Pero esas palabras fueron la llave perfecta para abrir su cofre maldito y las ideas destructivas salieron causándole una terrible angustia. Esa noche no durmió. Estaba paralizada por emociones autodestructivas. Soñó pesadillas de aborto. Al día siguiente, tuvo cólicos menstruales y sangrado. Perdió el embarazo.

      ¿Casualidad? Puede ser, pero puede ser que no.

      En este caso el papá le robó la energía emocional y física a su propia hija sin ningún interés de lastimarla. Y su hija no se dio cuenta del daño que le estaban causando las palabras de su padre.

      Los padres solemos usar mal el lenguaje para educar. En nuestro afán de lograr que nuestros hijos obedezcan, a veces buscamos hacerlos sentir culpables, ignorantes, tontos o con miedo. Lo único que conseguimos es paralizarlos emocionalmente. Si reincidimos en esa forma de “educarlos”, les ocasionaremos trastornos de inseguridad, ansiedad o depresión.

      Protege tu día de palabras necias. Las palabras tienen poder. Las que dices y las que escuchas. Las palabras son llaves que abren módulos mentales; al abrirlos se generan pensamientos que provocan sentimientos e impactan en nuestra energía vital. Eres lo que eres por lo que dices y por lo que escuchas. Enfócate, este día, en decir lo bueno y en oír lo bueno. Haz de este un gran día.

      Por fin llegué a la dirección. Veinte minutos tarde, fastidiado, de mal humor. Desde hace años he decidido pensar que la impuntualidad es un defecto imperdonable. Y he decidido sentirme mal cada vez que llego tarde a algún sitio. Así que me sentía mal. Aunque esta vez no había sido mi culpa. El rancho del escultor era demasiado inaccesible.

      Estacioné el automóvil y apagué el motor. Miré alrededor.

      No había nadie cerca.

      El terreno estaba enmarcado por varias esculturas enfáticas. En la entrada había un caballo de mármol rosa de unos dos metros de altura, con trazos clásicos detallistas. Aunque podía apreciarse la robustez de su cuello, lomo y grupa, los pormenores más remarcables se veían en la crin y en la cabeza; estaba en posición de trote, y visto de frente, era una verdadera obra de arte. A escasos metros de distancia había un Quijote de bronce esculpido con estilo minimalista, y justo detrás, un Sancho Panza de madera, más bien de formas abstractas.

      Me llamó la atención que el autor de esas esculturas, en caso de ser el mismo, tuviese destrezas para estilos tan diversos y hasta contrapuestos.

      En la esquina contraria se levantaba una columna delgada rematada por una enorme esfera de latón con picos asimétricos. Sentí un escalofrío. Seguro que el escultor quiso representar un sol, pero a mí me recordó un coronavirus. Era trágico que el autor de esas maravillas hubiese esculpido y erigido, frente a su casa, la imagen de algo tan parecido al asesino que acabaría con su vida.

      Amaia me advirtió: “Por favor no toques la puerta. Encontrarás la casa cerrada, pero yo saldré a buscarte”.

      Miré el reloj. ¿Se habría cansado de esperar? ¿Su novio o su padre habrían ejercido presión sobre ella para que, al final, no me recibiera?

      Recordé su carta: Estoy en medio de una tragedia. Mi vida es un desastre (como Mauro dice), tengo mala estrella y me persigue la desgracia (también como él dice).

      La gente abusiva quiere


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