Luna azul. Lee Child
conociste a los Shevick?
—Le ayudé a él con un asunto esta mañana. Se hizo daño en la rodilla. Lo acompañé a su casa. Me contaron la historia.
—Su esposa me llama de vez en cuando. No tienen muchos amigos. Sé lo que están haciendo para conseguir dinero. Antes o después se van a quedar sin margen.
—Creo que eso ya ha sucedido —dijo Reacher—. O va a suceder, en siete días.
—Yo tengo una teoría personal disparatada —dijo Isaac.
—¿Acerca de qué?
—O quizás solo me estoy engañando a mí mismo.
—¿Acerca de qué? —preguntó Reacher otra vez.
—Acerca de lo último que dijo Julian. Sobre la demanda civil, contra el empleador. No tiene sentido demandarlo porque los bienes no tienen ningún valor. Por lo general es un buen consejo. Es un buen consejo también en este caso, estoy seguro. Salvo porque de hecho no estoy seguro.
—¿Por qué no?
—El tipo fue famoso una temporada por aquí. Todo el mundo hablaba de él. Irónicamente Meg Shevick hizo un gran trabajo con las relaciones públicas. Mucha mitología en torno al sector de la tecnología, muchas cuestiones sobre el emprendedor joven, mucho sobre el giro de inmigración positivo, sobre cómo llegó al país sin nada y cómo había triunfado. Pero también escuché cosas negativas. Por aquí y por allí, fragmentos, chismes, comentarios, todo desconectado. Todo de oídas y sin confirmar, además, pero dicho por personas que en principio saben de lo que hablan. Me obsesioné de manera extraña intentando resolver cómo encajaban todas esas piezas, por detrás de la imagen pública. Parecía haber tres temas principales. No pensaba más que en sí mismo, era moralmente objetable y parecía tener mucho más dinero del que debería. Mi teoría personal disparatada era que si unías los tres puntos de la única manera en que se podían unir, entonces lógicamente te veías forzado a sacar la conclusión de que se estaba llevando la mejor parte. Lo cual habría sido fácil para una persona moralmente objetable. En ese momento había un tsunami de efectivo. Era una locura. Creo que fue irresistible. Creo que levantó millones de dólares del dinero de los inversores para ponerlos debajo del colchón donde duerme.
—Lo cual explicaría por qué la empresa se hundió tan rápido —dijo Reacher—. No tenía reservas. Se las habían robado. La hoja de balance era un desastre.
—El punto es que el dinero podría seguir estando ahí —dijo Isaac—. O la mayoría. O una parte. Todavía debajo de su colchón. En cuyo caso la demanda civil valdría la pena. Contra él personalmente. No contra la empresa.
Reacher no dijo nada.
Isaac dijo:
—El abogado en mí me dice que es una posibilidad de uno entre cien. Pero me molestaría mucho ver hundirse a los Shevick sin comprobarla. Pero no sé cómo hacerlo. Es sobre eso sobre lo que necesito consejo. Un estudio de abogados de verdad contrataría a un investigador privado. Localizarían al tipo y revisarían sus documentos. Dos días después lo sabríamos con seguridad. Pero el proyecto no tiene el presupuesto. Y a nosotros no nos pagan lo suficiente como para que juntemos dinero entre nosotros para eso.
—¿Por qué necesitaríais localizar al tipo? ¿Desapareció?
—Sabemos que sigue en la ciudad. Pero está escondido. Dudo de si lo podría encontrar yo mismo. Es muy inteligente, y si estoy en lo correcto además es muy rico. No es una buena combinación. Aumenta las probabilidades.
—¿Cómo se llama?
—Maxim Trulenko —dijo Isaac—. Es ucraniano.
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